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LA AGONIA DE RONALD

En su recorrido angustioso por la orilla de la playa acababa de observar a dos niños jugando en la placidez del agua en calma. Allí el mar era sereno, apacible como las tibias arenas que acariciaban sus pies, intercambió saludos con la madre de los niños mientras observaba a Sandra, su prometida, quien nadaba a unos 20 metros de la orilla pero su mente estaba nublada por la decisión que había tomado, quizás por eso, no escuchó los gritos exasperado de auxilio de la dama madre cuando los niños se alejaron tanto que desaparecieron del alcance de su vista.

De vez en cuando los niños, al parecer por su instinto de conservación, sacaban sus cabecitas a la superficie, abrían sus boquitas para vomitar agua salada pero volvían a hundirse. Él, un experto nadador podía salvarlos pero se encontraba ensimismado en cavilaciones místicas. Retumbaban en sus oídos los últimos campanazos de la Iglesia llamando a sus feligreses para la misa que daba inicio a la Semana Mayor, y a él le habían asignado la asistencia en la dirección de unas cuantas liturgias.

Desde muy pequeño –recordaba- nunca había faltado a un compromiso de Dios, es decir a un compromiso con su iglesia, pero en esta ocasión él eligió complacer a su novia quien le rogó acompañarlo a las pequeñas vacaciones de Semana Santa en la playa. Por eso se encontraba retraído en sus cavilaciones porque se sentía culpable de haber traicionado los ideales de Jesús, su salvador personal.

Los gritos desconsolado de la madre de los niños se ahogaban en su contemplación sobre el castigo divino que sobrevendría por su error, además de la sanción que de seguro le impondría su diácono, conociendo de su rigurosidad y su falta de tolerancia cuando se trata de conducta desviada de los mandamientos de la iglesia, pero sobretodo pensaba en la molestia que le ocasionaría a su mama, quien era su fortaleza y su ejemplo. Un empujón violento de la madre de los niños en peligro lo despertó de su ensimismamiento.

Por favor salve a mis hijos ¿no ves que se ahogan? ¡Sálvelos! Por el amor de Dios, rogó la mujer.

Se lanzó como un rayo y braceó con la velocidad de un hombre tocado por algún espíritu y llegó a los niños; tomó a la hembrita con su mano izquierda, se la apretó a la espalda con los bracitos por encima de su cuello , cuidando de que mantuviera la cabecita fuera del agua, y nadó ágilmente hasta donde el varoncito luchaba por salvar su vida; le tomó y lo acomodó junto a la hembrita y sobrenadó resueltamente hasta la orilla donde le ofreció los primeros auxilios hasta asegurarse de que no quedaba agua en sus pulmones, devolviéndole el aliento y sus sonrisas. Sandra observaba desde lejos y una expresión de orgullo se dibujó en sus labios –es mi héroe- musitó.

Pero regresaron los demonios de sus cavilaciones teológicas por lo que tuvieron que acortar el viaje. De regreso a la ciudad dejó a Sandra en su residencia y se fue directamente a su Iglesia donde encontró lo que ya sospechaba, el Diácono se mostró inflexible:

-¡Estás expulsado de por vida de esta congregación Ronald, decretó, y le requirió sin ninguna piedad salir en seguida de la iglesia.

La cuestión siguiente era su madre. No tenia que ser adivino para saber que no le perdonaría semejante acción no obstante haberle dado libertad de elección, recordó que su mama le había dicho: “Es tu voluntad, eres mayorcito y sabes mejor que yo lo que te conviene”.

Llegó a la casa y caminó titubeando hasta el cuarto donde su madre, la modista del pueblo, trabajaba.

-Madre, empezó tímidamente, fui expulsado de la congregación por haber tomado la decisión equivocada, traicioné…

Su madre no le dejó terminar la frase: -No has traicionado a nadie hijo mío, Sabía de tu expulsión desde el mismo día en que partiste, mas no te preocupes que el Diácono disfruta de la potestad de expulsarte de la congregación, pero jamás del corazón de Dios, y prosiguió –Ni él, ni tú, mucho menos yo, disponemos de la sabiduría de entender las razones por la cual tomaste la decisión que consideras equivocada.

Joan Castillo,
06-06-2005.
Datos del Cuento
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