Amaneció por fin en Almócita, parecía que nunca más fuera a salir el sol en aquel lugar, pero al fin llegó un nuevo día. Un día en el que comenzaba una etapa nueva en las vidas de Antonia y Amalia. Amalia había estado llorando toda la noche. Al llegar el día, tenía los ojos hinchados. No lloraba pero no paraba de suspirar. Antonia, en cambio había tenido frialdad para convertir a quien fuera su padre en pequeños trozos, le había llevado mucho tiempo, había tenido que echar mano del hacha para poder partir los huesos. Pero nada de eso la hizo vacilar, parecía que no se sintiera culpable de nada.
Se acercó a su hermana que estaba sentada mirando por la ventana de la cocina. Tenía la vista perdida en la vereda que podría haberla llevado a la libertad y a la vida.
- Amalia, yo sé que estás muy asustada. Por eso he pensado que vayas tú hoy al campo. Seguiremos trabajando porque necesitamos el fruto de la tierra para comer. Yo me quedaré hoy terminando ese trabajo sucio. Cuando vuelvas parecerá que no ha pasado nada, todo estará bien, ya verás. Hasta te tendré preparada la comida.
Amalia parecía haber perdido la posibilidad de hablar. Dijo sí con la cabeza y se marchó al campo atravesando las calles vacías del pueblo. A pesar de todo, ella creía que de un momento a otro alguien aparecería por la calle y la señalaría como culpable de un crimen monstruoso. La luz del sol, el canto de las aves, el sonido del agua... estas cosas que siempre son signo de paz y sosiego parecían haberse trocado ahora en jueces que gritaban su culpa a los cuatro vientos. La soledad del campo la hacía sentirse todavía más perdida.
Trabajó durante horas. Intentó que el trabajo del campo, le sirviera para olvidar, aunque fuera por un momento, la situación en que se encontraba. Te recuerdo que su padre acostumbraba a hacerla trabajar a ella y a su hermana, por eso el trabajo no le era pesado y por eso sabía muy bien todo lo que tenía que hacer.
Mientras se esforzaba limpiando la tierra de malas hierbas, cavando y abonando las plantas, no podía evitar que vinieran a su mente siniestros recuerdos. Le parecía que volvía a oír los insultos de su padre diciendo que lo hacía mal y llamándola inútil y egoísta.
Después de aquella interminable mañana cogió algunas hortalizas, cargó con ellas y marchó de nuevo a su casa.
Antonia la esperaba con la mesa puesta. La verdad es que la casa sin su padre parecía otra. No había razón para el nerviosismo, nadie gritaba ni insultaba. Pero no existía ninguna paz en su corazón. La tristeza invadía el silencio de aquella casa.
Sobre la mesa había preparada una carne en salsa de tomate. Una vez sentadas, Antonia empezó a comer con muchas ganas. Amalia tenía perdida la mirada en el vacío. El silencio era desolador. El mundo seguiría por todas partes con sus prisas, sus afanes, sus alegrías y sus penas. Habría en esos momentos negocios, engaños, amores y odios por distintas partes del planeta. Pero Amalia y su hermana Antonia quedaban solas en Almócita ignoradas por el resto de la humanidad.
Comió Amalia un trozo de aquella carne que tanto parecía gustar a su hermana. Empezó a saborear. Era la primera vez que probaba una carne así. Un pensamiento espeluznante le pasó entonces por la mente. Escupió la carne en el plato y su cara se transformó.
- ¿Qué es esto?
Antonia no respondió. La dejó que ella se imaginara y sacara sus propias conclusiones. Amalia en ese momento sintió como su pecho se oprimía de nuevo. Un temblor le recorría todo su cuerpo. Comenzó a llorar de nuevo. Antonia, mientras tanto comía tranquilamente. Después de un rato cargado de tensión dijo:
- Es la mejor manera de hacerlo desaparecer para siempre.
con segundas partes, espero que haya una tercera y saber que pasa finalmente con las hermanas. felicidades celedonio.