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~Salia el sol del martes trece. Hacia un calor horrible. Todos estaban presentes en el funeral de la mujer, que había muerto de una forma trágica.
Había una pobre muchacha, llorándole a su tía abuela. Ay, cómo lloraba. Si la hubieran visto... El marido de la joven la consolaba, muerto... Muerto de calor, su traje negro y su camisa blanca ya habían empezado a empaparse.
El cura ya había dado por comenzada la "despedida", cuando el sobrino de la nieta de la pobre mujer fallecida llego corriendo, se chocó contra el cajón y accidentalmente el cajón cayó al piso, abierto boca abajo. Un olor putrefacto salia de el, causando nauseas de lo feo que era. Entonces, tres maridos de las sobrinas de la pobre muerta trataron de dar vuelta el cajón, pero no pudieron evitar la escena del cuerpo descompuesto tirado en el piso, lo que causo el llanto desconsolado de los niños presentes y del viudo. El ahijado de este quiso consolarlo, diciéndole que ella era una gran persona y que viviría para siempre en su corazón, que no importaba nada mas, y mas de lo mismo.
Pero el viejo, sentado en su silla le dijo derramando lagrimas a su sobrino: "no imbécil, no lloro por la herida que me causo esta muerte, sino porque no me había sentido tan feliz en muchos años.
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