Allá en la lejanía, en el verde follaje de la selva, se dibujaba su figura aguerrida. Alto y fuerte como un abeto. Su andar de paso firme y decidido, como un león al acecho. Sus ojos penetrantes y extraños, que quemaban como lanzas de fuego, al que le hicieran frente. Su tez amarronada y castigada por la intemperie, que se mezcla con su pelo resecado por el sol. Su voz atropellada y primitiva, que se escuchaba en todas direcciones, como si con su voz atrapara a la selva y fuera dueño y amo, para luego arrastrarse en la hierba como una fiera satisfecha.
Sus costumbres tan de lo lejano, su descendencia que viene desde el alma de la selva. Sus tabúes, su indumentaria, sus armas, que lo defendían de sus enemigos.
Todo en el atraía. Redactar una historia con semejante descripción me resultaría difícil. Sólo sé que cuando quise narrarla se perdió en el corazón de la inmensurable selva virgen. Sin darme tiempo a un comienzo y por supuesto a ningún final. Me quedé sin proezas y sin batallas porque una nube traicionera atravesó mi mente, cubriéndola con una densa bruma, y al terminar nada. Sólo el vacío de querer escribir algo y no fue. . .
La descripcion del indio okay, sin mensaje y sin historia que contar, hay nubes que obnubilan y no nos permite adivinar cual fue el proposito de motivar un desconcierto, ya no en los ninos que lo leen o escuchan o en sus maestros que dirigen o interpretan este tipo de lecturas.