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El encargo

No era normal que se formara un embotellamiento de tráfico a esas horas de la tarde, pero así era. Se había formado tal atasco en la autopista que los conductores, enfadados por tener que detenerse, protestaban haciendo sonar los cláxones, aún sabiendo que era inútil. El atasco duraría lo que el camión- grúa tardara en desempotrar de la mediana de hormigón el turismo accidentado.

Dos agentes de policía se encargaban de regular el tráfico. Pero entre los conductores que aspiraban a reemprender la marcha, uno de ellos no protestaba. Varios minutos después, cuando la grúa cumplió su cometido y dejó el paso libre, aquel conductor imitó el impulso morboso de girar la cabeza y mirar el escenario del accidente; una masa de chatarra que antes había sido un BMW negro estaba enganchada a la grúa y un poquito más adelante, una manta térmica de reflejos dorados cubría el cadáver de la desdichada víctima, que unos camilleros metían en una ambulancia.

El observador, después de mirar bien el escenario, pisó el acelerador y prosiguió su camino.

Se llamaba Alfonso y era especialista en hacer los trabajos en los que nadie se quiere comprometer. Alfonso sabía lo que el resto de conductores del embotellamiento ignoraba: que el cadáver del desdichado era el de un joyero afincado en la capital y que era propietario de varias tiendas de orfebrería. Un joyero demasiado honrado como para pagar la "cuota de protección" de la Familia.

Alfonso salió de la autopista y tras cruzar un sendero, llevó su coche hasta el acantilado. Allí se bajó del vehículo y observó la grandeza del mar y disfrutó del azote de la fresca brisa marina. Nadie rondaba alrededor y podía permitirse el lujo de tomarse las cosas con calma.

Se cercioró de que realmente estaba solo. Entró en el coche y sacó de la guantera la pieza que podría haber salvado a aquel desdichado joyero: el tubo distribuidor del líquido de frenos. Un perfecto trabajo de mecánica quitarlo, ya que era necesario hacerlo sin que el depósito perdiera una gota de líquido.

Alfonso tiró al precipicio el tubo, la única prueba que le comprometía con el accidente. La pieza cayó al mar, que rompía sus olas contra la pared del acantilado.

"Pan comido", pensó Alfonso arrancando el coche para volver a la ciudad y confirmar a sus jefes que el encargo había sido cumplido. Si alguien le hubiera visto, sólo podrían acusarle de arrojar desperdicios al mar.
Datos del Cuento
  • Autor: Walter
  • Código: 6246
  • Fecha: 05-01-2004
  • Categoría: Policiacos
  • Media: 5.08
  • Votos: 83
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4487
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Dennis Andrés Quezada
invitado-Dennis Andrés Quezada 11-02-2005 00:00:00

Felicitación. Un muy buen relato. también escribo cuentos cortos de este corte. están en este mismo sitio. saludos

Yordana
invitado-Yordana 09-10-2004 00:00:00

Pocos son los cuentos enviados a esta página, que cumplen, como éste; con el requisito de ganar por ko. Me encantó que, cuando me adormilaba en el avance de la prosa, me despierta un final inesperado; tan sabroso en este género literario. Felicitaciones al autor.

Moises
invitado-Moises 05-06-2004 00:00:00

Mucha imaginación, que puede ser real, por seguro que el autor ha cometido de estas en el transcurso de su vida, o es un observador experimentado en estos avatares, yo tambien escribo y puedo percibirlo. Por lo demas buen cuento, espero que tenga mejores.

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