La ciudad era la ciudad perfecta. La ciudad del futuro. Quizá un sueño. Quizá una pesadilla.
La ciudad perfecta del futuro imperfecto.
Hasta que llegó el caos. El kaos.
En forma de un lobo con forma de hombre con forma de lobo en forma de hombre en forma de lobo y maneras de hombre con maneras de lobo.
Podía ser un lobo. Podía ser un hombre. Podía no ser un lobo. Podía no ser un hombre. Y quería ser lo que no era.
Un hombre lobo con forma de lobo hombre.
Y era lo que no quería ser. Un lobo hombre con maneras de hombre lobo.
Una desgracia. Un ser desgraciado. Mejor o peor. Dos seres desgraciados. Un hombre desgraciado. Un lobo desgraciado.
Sembrando caos y kaos. Trayendo confusión y konfusión. Originando descontrol y deskontrol.
Nadie sabía quién era nadie. Los hijos no se reconocían como hijos. Las hijas no se veían como hijas. Los padres repudiaban a sus hijos y a sus hijas. Las madres odiaban a sus hijas y a sus hijos.
Pero no sabían por qué. Ni sabían quién era hombre y quién era mujer. Ni que suponía ser mujer o ser hombre.
Los roles estaban confusos, konfusos, inquietos, inkietos, alterados, kambiados.
Los hombre se agarraban el pene extrañados de esa protuberancia entre sus piernas. Las mujeres se sorprendían de no tener un par de testículos.
Era lo normal. Era lo anormal.
Se preguntaban para qué servían las prominencias en las mujeres, si es que eran mujeres.
Se preguntaban que significaba el vello en los hombres, si es que eran hombres.
Todo invitaba a la duda y a la desidia. A nadie le interesaba saber o estar colocado si no existía orden.
Todo trastocado en la ciudad perfecta del futuro imperfecto por la llegada de Chapelle, el enviado, el ente superior. El aniquilador de la sociedad.
Que mata, con placer, por placer. Ataca a hombres, ataca a mujeres. Mata, con placer, por placer. En la ciudad perfecta. En el kaos perfecto. en el futuro perfecto.