Ahí se quedarón, como recortados contra la pared del salón, estáticos, incrédulos. La tristeza aparecía a las 4 de la tarde. Sus caritas de un blanco lívido mostraban el miedo al que estaban confrontados. El eco de aquella frase pronunciada con una fría crueldad, siguió por muchos años lacerando sus tiernos oídos —tienen que ser fuertes—
El ruido sordo de una camioneta que se aproximaba, terminó por clavarlos al suelo. Las maletas preparadas ya desde hacía un tiempo no demoraron en desaparecer en la caja trasera del vehículo, de ese intruso vehículo, al que seguiría un largo y definitivo viaje....
Encogidos por el alcohol, los ojos pequeños y enrojecidos por el llanto amargo, fue la imagen que se me repitió por mucho tiempo de mis entristecidos hijos. Me quedé el alma muda, las manos imprecisas y el comienzo de una horrible depresión que acechaba como para cometer su último crimen. Tragando mi propio dolor por esa huída y apoyado en la serenidad increíble del menor de mis hijos decidí resistir al primer y verdadero embate de la vida.
Entretanto la violencia mezclada de alcohol se hizo presa de Marcelo y las rubias cervezas vinieron a pacificar un tanto la desesperación de Antonia. Antonia era la mayor y no cumplía aún sus diesiciete años, Marcelo estaba por los 14 y Andrés era simplemente todavía un niño de apenas ocho años. La entrada a casa de Marcelo luego de sus tareas diarias (trabajaba y estudiaba) me dió motivos de cólera y de piedad mezcladas, mas de una vez, le encontré.desnudo tirado en el baño, el alcohol le había dejado pesadillando sus horribles sueños.
Una noche Antonia me llamo tipo 4 de la madrugada, me dijo con una casi inaudible — papá necesito que me venga a buscar, no tengo fuerzas para volver a casa — El auto me condujo en frente del hotel en que su madre trabajó por muchos años. Ahí, sentada en la cuneta soteniendo una botella de cerveza, me dijo como en un truncado reproche —¡aquí! ¡aquí papá! Acabo de celebrar mi cumpleaños. El regreso lo hice en medio de mis propias lágrimas y el intranquilo sueño de mi hija.
Marcelo desapareció por cuatro interminables días, mi desesperación y sus amigos me llevaron a un bar cerca de casa. Este regreso también se hizo entre su intranquilo sueño y mis lágrimas. Sentí que mis hijos me estaban castigando, llegué a preguntarme si tendrían razón...
Mis sueños y la vigilia constante de una fuerza celestial e invisible, me procuró la fuerza necesaria para resistir la decrepitud en que mi alma parecia hundirse. A medida que mi coraje aumentaba y la increíble serenidad de Andrés me daba golpecitos de esperanza en mi espalda, Antonia y Marcelo dulcemente fueron entrando en el camino de la razón.
Con ello, llegó inevitablemente el día de la confrontación. Nos dijimos todo con respeto y entre sollozos y nerviosas sonrisas, nos abrazamos como no lo hacíamos desde hacía mucho tiempo.
La vida siguió su curso. Antonia fue la primera en correr donde su madre, al poco tiempo la siguió con esa serenidad casi oriental Andrés. Marcelo tuvo necesidad de algunos años para decidir enfrentar la realidad de su madre. El perdón vino solo.
Hoy, les miro orgulloso. Lo que la vida quiso enseñarles, creo lo aprendieron. Un día, tal vez, llegará ese pedido brutal de una garganta de cartón —¡quiero ver a mis hijos! — cuando la voz de la conciencia la este ya invitando a la última morada. Ese día, ausente probablemente de la escena, no habrá drama, ni siquiera llanto, tan sólo una enorme tristeza....
Exelente el tema, un poco desaprovechado en el armado como "cuento". El último párrafo, aunque muy emotivo, hubiese quedado mejor ver la manera de incertarlo antes, o simplemente omitirlo porque, el cuento terminó en el penúltimo párrafo, por lo que le quita el saborcito del ¡oh! conque debe quedar el lector.