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Categoría: Metáforas

Una de tantas (historia de una mujer)

Una montaña inmensa, una tormenta que provocaba un ambiente húmedo y siniestro; en el viento que acariciaba su rostro, había un aroma a tierra mojada, las lombrices salían a refrescarse… se retorcían en el lodo… y el sonido de los árboles al momento de entrelazar sus ramas, era simplemente como un susurro, de esos que te mantienen alerta, y no te dejan dominar la angustia; el sol estaba por caer, y aquella pobre mujer, de ojos cual panales de miel, de cabello tan negro como el carbón, y de piel más blanca que la de la enfermiza luna, no dejaba de llorar, esas cuerdas como cadenas que sujetaban sus brazos, sus piernas, su cuerpo entero, eran más fuertes que sus deseos por ser libre, si la hubiesen visto, era tan deprimente saberla al borde de aquel llanto, estaba sola en realidad, nadie podía comprender su grande pesar… ni sus ansias de sentirse amada.

Aquel su titiritero no dejaba de moverla a su antojo, no se cansaba de ver como esas lágrimas que por sus ojos rodaban, de repente la asfixiaban, y eran tantas, que sus ojos ya no podían contenerlas más, y se abrió paso a un inmenso mar de agua salada ante sus pies… ya no se diferenciaba el agua de la lluvia con las gotas que gélidamente recorrían la cara de aquella pobre… ¡ay, como se divertía ese hombre con el pesar ajeno!, era un ser macabro, no provenía de este mundo… y aquella solitaria dama de los ojos cual panales de miel… tenia en su piel el semblante de la muerte misma…

Atardeceres como ese eran cotidianos en su vida, siempre era la misma y monótona historia, ya no lo soportaba mas, sus ojos ardían de tanto llorar, era esa su depresión tan doliente la que la hacía sentirse ante el mundo desvalida… pero ya era de día, el fresco rocío de la mañana deleitaba las plantas de sus pies mientras ella corría descalza por la fría hierba, y era la única causa por la que se sentía mejor, él se había ido, no sabía a donde, solo tenía en mente que volvería… siempre lo hacía… ella buscaba como salir de aquel mundo de hostigamiento, desde que al despertar sentía las cuerdas que la aprisionaban, miraba a todos lados, dejaba penetrar entre sus largos cabellos negros unos cuantos rallos de sol para sentirse un poco tibia, y después… corría, corría a todo lo que sus piernas le permitían, pues esas pesadas herramientas del titiritero no la dejaban ni un solo segundo… pero… siempre era el mismo resultado; simplemente no había escapatoria, el mundo en el que permanecía cautiva era tan grande, y no podía abandonar la montaña en la que estaba destinada a vivir, tan complicado era seguir los roñosos caminos de allá abajo, estaba tan oscuro aun siendo de día… se sentía agotada, y sus pies siempre desnudos ya estaban demasiado lastimados, aunque no más que su tan desdichada alma…

El sol, esa inmensa e infiel estrella estaba por descender de nuevo, ¿y que podía ella hacer, si no esperar?, ¿y esperar a que?, ¿a que su verdugo llegase a atormentarla una noche más…? no, ella se rehusaba a que eso pasara de nuevo, esas inmensas ganas de libertad, fueron las que la impulsaron a recorrer el bosque en tinieblas que estaba casi bajando la montaña, y a toda marcha, con gran desespero, se fue adentrando a ese lugar, los sonidos de chillidos bestiales eran aterradores, pero no más que la voz ronca de su ahora ausente titiritero, así que siguió adelante, hasta que se dio cuenta de que al final no había camino, solo una gran pendiente, y al terminar esta, se encontraba un lago casi congelado, pero eso no le importó, tomó fuerzas, y… simplemente saltó, y al caer, un poco agua se desbordó por la tierra que había después, y se dio cuenta de que esas aguas tan turbias tenían el mismo sabor que las gotas que con cada atardecer invaden sus ojos y desbordan recorriendo sus pálidas mejillas… siguió corriendo… ya estaba cansada… sus pies, que tocaban aquella arena tan caliente, pero al mismo tiempo tan suave, tenían tantas heridas, y simplemente, calló de rodillas junto a la arena… poco a poco, fue perdiendo las ganas de huir, ya no le importaba nada, y si en algún momento sintió amor para sí, ya no estaba más en su corazón tal sentimiento… esa niebla… aun no se de donde salió, solo se pudo alcanzar a ver un pequeño rayo de luz, que iluminaba el cuerpo cansado de una mujer que no supo ser amada… cuado se fue la niebla… ni rastro quedó de ella, solo unas cuerdas, que representaban cadenas de esclavitud…

Se dice cada atardecer de tormenta, en el susurro que causa el viento entre los árboles, que esa incomprendida dama de los ojos cual panales de miel, ya no se lamenta mas, comentan unas lodosas lombrices de tierra que no sufrió ningún dolor al partir… que simplemente… desapareció… no se sabe con exactitud a donde fue, pero de su opresor, solo se sabe que entendió lo mucho que amaba, a aquella frágil criatura, a la que tanto daño causó…
Datos del Cuento
  • Autor: Alexandra
  • Código: 6688
  • Fecha: 22-01-2004
  • Categoría: Metáforas
  • Media: 5.37
  • Votos: 68
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3280
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