Era un día soleado. Todo brillaba a la luz del radiante sol. Desde su casa se extasiaba observando la belleza natural que tenía a su alrededor.
Siempre era igual. Sol, lluvia, lluvia, sol.
Para él no había nada más hermoso.
Pero un día vio a lo lejos a una figura que dando traspiés se dirigía por el camino. Se levantó de su mecedora para observar mejor.
Sí, no estaba equivocado, era una figura tambaleante.
Presuroso salió para alcanzarla. Llegó hasta ella y se quedó impávido ante tanto dolor que había en aquel rostro juvenil.
Esos ojos le miraron con miedo, con desconfianza y sin perder tiempo le dijo: "No temas, solo quiero darte apoyo en este momento en que te veo sufriendo y casi inconsciente"
Ella quiso alejarse pero cayó vencida en los brazos de su salvador.
Al despertar, sintió un gran temor pues estaba acostada en una lujosa cama, dentro de un cuarto que olía a perfume fino y amoblado con gran sentido de la decoración.
Y al mirar hacia el espejo, le vio. De pie en la puerta, erguido, sereno, con una tenue sonrisa en su rostro varonil.
No hicieron falta las palabras pues en sus ojos vio una esperanza de amor.