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Una excursión accidentada

Pedro y sus hermanos, Juan y Alberto, se despertaron aquella mañana con ganas de salir de excursión por el bosque. Su padre, que era un gran aventurero, se animó a acompañarlos.

- ¿Has cogido la bebida, Pedro?
- Sí, papá.
- ¿Has cogido los bocadillos, Juan?
- Sí, papá.
- ¿Has cogido la brújula, Alberto?
- Sí, papá. 
- ¿Habéis cogido el botiquín, hijos?
- Sí, papá. Lo hemos cogido todo. 
- Entonces, ¡en marcha!

Al principio todo fue bien, pero no tardaron en empezar a tener problemas.

- ¿Has visto esas nubes negras en el horizonte, papá? -dijo Pedro.
- Tranquilos, hijos. He mirado el pronóstico del tiempo y las probabilidades de lluvia no son muchas. Hay que darse prisa. Seguro que regresamos antes de que lleguen las nubes.

Y entonces… ¡cataplás! El buen hombre se tropezó con una piedra y se cayó al suelo.

- ¡Papá! ¿Estás bien? -dijeron los tres hermanos a la vez.
- Sí, hijos. Esto me pasa por ir caminando sin mirar al suelo. 

El hombre se levantó, pero no estaba del todo bien. Se había hecho daño en un brazo y cojeaba de una pierna. 

- Te has hecho daño en el tobillo, papá -dijo Alberto, soltando la mochila para levantar a su padre.
- No es nada. Debemos continuar o nos pillará la tormenta.
- Pedro ayúdame a levantar a papá. Tú por un lado y yo por el otro -dijo Alberto-. Juan, coge las mochilas.

Entonces, el viento se levantó. Soplaba con fuerza.

- ¡Deprisa, hijos, la tormenta llegará enseguida con este viento tan fuerte! 
- Pero, ¡si apenas puedes caminar, papá! -dijeron los tres hermanos a la vez
- Mirad, parece que allí hay un refugio. Vayamos allí.

Entre los tres ayudaron al padre a llegar al refugio, una cabaña abandonada llena de suciedad, cristales rotos, botellas vacías y latas oxidadas. 

- No parece un buen sitio, hijos. Será mejor que nos vayamos.

Entonces, estalló la tormenta. Como no podían salir de allí, entre los tres hermanos prepararon como pudieron un rincón para sentarse a esperar a que pasara la tormenta. 

- Comamos algo mientras tanto, hijos.

Pero cuando fueron a coger la comida vieron que faltaba una mochila, ¡la de los bocadillos! Con las prisas, Juan se había olvidado de cogerla, así que tuvieron que conformarse con la bebida.

Al cabo de tres horas, y viendo que la lluvia no cesaba, Pedro pensó que sería una buena idea avisar de que estaban refugiados en aquel lugar. El padre tenía el tobillo cada vez más hinchado y no podría salir por su propio pie de allí. El brazo tampoco tenía buena pinta.

- Voy a llamar por teléfono para que nos venga a buscar -dijo Pedro. 

Pero no había cobertura.

- Conecta el GPS, Pedro -dijo Juan-. Así, cuando mamá nos eche en falta, nos podrá localizar.

Pasaron la noche en el refugio sin que llegara nadie a buscarlos. Amaneció completamente despejado. Los hermanos encontraron en el refugio un somier viejo y unos palos con los que improvisaron una camilla. Montaron a su padre allí y lo sacaron entre todos del bosque.

No tardaron mucho en ver a un helicóptero de rescate sobrevolando la zona donde estaban.

- ¡Salvados! -dijeron los hermanos.
- Buen trabajo, hijos. ¡Lo hemos conseguido!

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