El sol iluminó sus caras como hacía tiempo no lo hacía. Él la miró a los ojos; estaban tan distintamente igual que siempre, que ahora y que nunca. Ella le sonrió con la mirada y ambos se unieron en un beso sin siquiera tocarse. Caminaron juntos por ningún lado mientras recorrieron todos los lugares que nunca habían existido. Le regaló una flor de las tantas que había pintadas sobre el mantel y pensó en decirle cuánto la extrañaba, pero no llegó a tiempo. Ella se desvaneció a su alrededor ante su inmóvil presencia.
Abrió pesadamente los ojos pero no logró ver nada, todo era oscuridad. Tuvo un pequeño momento de confusión hasta que su primer movimiento lo hizo recordar donde se encontraba. La migraña que lo acompañaba todas las mañanas parecía seguir durmiendo; no pensaba molestarlo por el momento. Se sentó en la cama y mientras bostezaba sintió el golpear de las gotas sobre el techo. Llovía, como siempre lo hacía. Intentó recordar cuántos días hacía que no veía el sol por aquellos lugares pero fue en vano, para él todos los días eran iguales, siempre llovía.
Mientras tomaba su ducha matinal sintió que aún tenía sueño, demasiado sueño. Era extraño, siempre se levantaba despejado, con ganas de empezar el día, más allá de su eterno dolor de cabeza, el cual, aún no se despertaba dentro de él. Sintió que en la noche algo había sido distinto.
Caminó bajo la lluvia rumbo al trabajo hasta que bruscamente detuvo su marcha frente a una florería. Todos las mañanas pasaba por esa vereda y nunca se había fijado en ella ni mucho menos se hubo de detener allí. Algo lo atrajo desde un primer momento aunque él no supo darse cuenta qué era. Dudó en entrar y comprar un ramo de flores para regalárselo a alguna de las bonitas muchachas que trabajaban con él, pero rechazó luego esa idea. Tal vez pensarían que buscaba concretar una cita o algo parecido, y esa no era su intención... había pasado muy poco tiempo de lo de ella.
Llegado al mediodía decidió quedarse a almorzar en el centro de la ciudad ya que, desde que pasó lo que pasó, no había vuelto a entrar a un restaurante. Mientras comía observó atentamente los dibujos artesanales que existían en el mantel: niños, animales y flores... muchas flores. Sintió un pequeño escozor que le recorrió el cuerpo y se impregnó en sus labios. Notó que algo andaba mal dentro suyo y decidió no volver a trabajar por la tarde. Además sentía que le haría bien tomar una siesta que le sacara el sueño que lo había acompañado toda la mañana.
Había dejado de llover y las nubes lentamente empezaban a desvanecerse. Él no se dio cuenta ya que intentaba encontrar una explicación para la ausencia de su molesto dolor de cabeza, el cual lo había acompañado desde aquella vez. Tan sólo levantó la mirada al llegar a una pequeña plaza donde dos adolescentes se enfrascaban en un eterno beso mientras disfrutaban de los tenues rayos de sol que empezaban a asomarse en el cielo. Se sintió tan enamorado como ellos, más allá de que, aquel recordado día, había jurado morirse antes que volver a enamorarse. Se enfadó consigo mismo al notar los sentimientos que lo habían embargado. Apuró sus pasos y entró en su casa.
Cerró todas las ventanas y puso llave a la puerta. Se acomodó en su cama y dejó que el sueño lo invadiera... Allí estaba ella, con la flor en la mano mientras lo observaba acercarse nuevamente. Afuera el sol ya había salido con todas sus fuerzas; mientras tanto él dormía, no queriendo despertar jamás.