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Paula vivía en un hermoso palacio en el lugar más bonito del mundo. Paula era la hija de los marqueses de Tolotiene, la región más próspera que jamás haya existido.
Paula no iba al colegio porque no le gustaba relacionarse con las niñas que iban allí. Los marqueses de Tolotiene, preocupados por la arrogancia de su hija, contrataron a una institutriz para que se ocupara de educar a Paula sin salir de palacio.
Pero la señorita Remicualda no era lo que parecía. Realmente era una actriz que estaba representando un papel. Su función no consistía solo en enseñar a Paula las cosas que se aprendían en el colegio.
Cuando la señorita Remicualda llevaba un tiempo con Paula y pudo conocerla mejor, se reunió con los marqueses de Tolotiene para explicarles su plan. Los marqueses accedieron a cumplir con las instrucciones de la institutriz.
Por eso, a la mañana siguiente, el palacio amaneció sin muebles, lámparas, cuadros, cortinas o cualquier otra cosa que pudiera adornar sus estancias y pasillos. Incluso los ricos vestidos de Paula desaparecieron y, en su lugar, aparecieron ropas normales.
La niña creyó volverse loca cuando se despertó y salió corriendo en busca de alguien que le explicara qué había pasado.
Pero el personal de palacio se había ido, y no había nadie para cocinar, limpiar o ayudar a Paula con sus cosas.
Solo estaban los marqueses y la institutriz, vestidos con ropa de trabajo.
- Lo hemos perdido todo... -sollozó la marquesa-. Hija, ahora tendrás que vestir como una niña más, ir al colegio, hacerte tú misma la cama y bajar a desayunar y a comer a la cocina.
- ¡Me niego a ir así vestida a ningún sitio! -dijo la niña-. ¡Y me niego a comer en la cocina! ¡Quiero mis vestidos y que alguien me suba la comida a mi habitación, y que me devuelvan todos mis muebles! ¡Esto es horrible!
Entonces Remicualda tomó la palabra, y dijo:
- Paula, la casa ha sido encantada. Una bruja envidiosa pasó por aquí y, al ver todo lo que tenías, lo quiso para ella. El encantamiento solo desaparecerá cuando….
Pero Remicualda se desvaneció, y se quedó sin sentido.
- ¡Señorita Remicualda, señorita!… - empezó a gritar Paula.
- Parece que la bruja envidiosa se ha apoderado también de ella -dijo el marqués.
- Pero, ¿qué haré ahora sin ella? -dijo Paula.
- Tendrás que ir al colegio... -dijo la marquesa-. Tal vez allí encuentres la respuesta.
- ¿Con esta pinta? ¡Se reirán de mí!
- Nadie sabe quién eres... -dijo el marqués-. No digas nada y actúa con normalidad. Piensa que vas disfrazada. Y no le cuentes a nadie lo que ha pasado. Solo observa, a ver qué descubres.
Finalmente Paula accedió a salir de su palacio. Para su sorpresa, todo el mundo la saludó con amabilidad. Acudió a la escuela y se lo pasó en grande con las otras niñas. Incluso olvidó por un momento lo que le había pasado.
La niña llegó al palacio gritando de alegría.
- Mamá, papá, lo he pasado genial. Pero no he descubierto nada...
De pronto, todo volvió a la normalidad, incluso la señorita Remicualda.
- ¿Pero qué ha pasado? -dijo la niña.
- El encantamiento ha desaparecido -dijo la señorita Remicualda-. Mañana seguiremos con nuestras clases.
- Creo que prefiero volver a la escuela, si no os importa -dijo la niña-. Me lo he pasado muy bien. Ah, ¿puedo tener un par de vestidos más como estos? Son muy cómodos para jugar.
Y así fue como Paula dejó de ser una niña arrogante y empezó a disfrutar de las cosas sencillas de la vida.
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