Estaba por salir a la calle cuando sentí ganas de sentarme y ponerme a escribir, eso hice y sentí mucho amor mientras los hacía. ¿Será que ya es la hora de mi muerte?, pensé. Dejé de escribir, me bañé, vestí y salí a la calle. Vi a la gente que pasaba a mi lado y les vi tan bondadosos que me sentí en el cielo, ya muerto. ¿Estaré muerto? Me detuve y me senté en una banca. Saqué un cuadernillo y un lápiz y me puse a dibujar mi entorno, luego, dibujé al muchacho que hacía la limpieza en la calle. El chico se me acercó y me pidió permiso para barrer por el lado en que yo estaba. Le dije que sí, y, antes de irme le regalé mi dibujo. El chico sonrió y sentí que era un ángel quien lo hacía... También sonreí y mientras caminaba escuché en unos parlantes que estaban pegados en lo alto de unos árboles una bella canción que hizo estremecer mi alma. De la emoción, derramé lágrimas de felicidad, o de algo parecido, y luego, sentí que estaba muerto... Solté mi cuadernillo, lápiz, todo y caminé hacia mi hogar, y cuando llegué vi que todos mis vecinos me miraban como a un fantasma. Me les acerqué y les dije que los amaba a todos, a todos, que ya sabía que estaba muerto... pero ellos, seguían mirándome como un fantasma... Entré a mi hogar y sentí un dolor terrible en mi cabeza y supe que deliraba como uno más de los que aún creen estar vivos... Miré mi cama y me eché, nuevamente, a dormir...
San isidro, mayo del 2006