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Una mañana muy especial

Desperté como nunca. Deseaba salir a la calle, contarle a la gente lo bien que me sentía, pero, me detuve y sentí el frío de la calle que venía a través de mi ventana. Voy a ponerme un poco de ropa, me dije. Fui hacia el ropero y vi mucha ropa. Me puse una camisa roja, un pantalón azul, zapatos blancos, medias negras, un sombrero azul y ropa blanca interior. Me miré al espejo y no me gustó la imagen que mostraba. Me iba a cambiar de ropa pero me dije que no, mejor salgo tal como me veo, total, soy como soy, y hoy me siento mejor que nunca. Bajé de mi cuarto y vi a mi hermana, madre, perro, sobrinas y la empleada. Hola, les dije. Ellos callaron, parecían estar preocupados. ¿Qué ocurre?, pregunté. Callaron, como si yo hubiese tirado una piedra al vacío y esperase que llegara a su fondo. Alcé los hombros y salí a la calle.

Ya en la acerca, busqué un auto que me llevara a mi centro de trabajo. Vi el auto y alce la mano para que este se detuviera. No se detuvo, siguió raudo. Me llamó la atención y me pregunté si todo esto no era más que un sueño, o aún no despertaba. Miré mi ropa y esta había cambiado de color, ahora todo era de color naranja. ¿Que me ha ocurrido?, pensaba y cuestionaba. De pronto, un auto se detuvo, era del mismo color de mi ropa. Miré al conductor y no pude reconocerlo. ¡Sube!, me dijo. No iba a hacerle caso, pero, me daba igual, hoy era un día esplendido para mí, había amanecido tan bien que no podría malograr aquel sentimiento. Subí.

Fue extraño pues en ningún momento quise mirar al conductor. Pero este hablaba y hablaba sin parar, y yo le respondía sí o no, nada más.

- ¿Por que no me miras los ojos, es que acaso te eres mentiroso?

- No

- ¿Eres tímido?

- Si

- Entiendo, eres un pobre tonto que gusta soñar y viajar en un día tan frío como hoy, y es seguro que crees que todo esto es un sueño, o una invención de tu imaginación, ¿no es verdad?

- Si

Seguimos viajando y vi que llegábamos a mi centro de labores. El tipo me dijo que baje. Le iba a pagar, pero este me dijo que no era necesario. Bajé y al frente estaba mi trabajo. Entré y saludé a todos mis compañeros. Ellos no me miraron ni respondieron mi saludo. Llegué a mi oficina y en mi escritorio había una nota con un sello que decía: Urgente. Lo leí, estaba despedido. Iba a preguntar al dueño de mi trabajo el porqué, pero, en verdad, era un día tan lindo, tan frío y tan especial que simplemente salí del trabajo y me fui a pasear por la calle. Adiós, les dije a todos mis excompañeros, pero estos no respondieron. Me dio igual, boté la carta al piso y seguí caminando hasta llegar a la salida.

Ya en la calle, no me dio la gana de subir a ningún auto. Quise caminar rumbo a un lindo parque que quedaba no muy lejos de donde me encontraba. Llegué al parque y vi muchos niños con sus madres. Me les acerqué y ellos rieron conmigo. Sus madres no dijeron nada. Era como si yo no existiera más que para esos niños de dos y cinco años. No me importó y seguí jugando y mirando a estos niños que me miraban con tanto amor que sentí que era un día muy especial. De pronto, el frío empezó a cambiar. El Sol salió poderosamente y todas las madres empezaron a sonreír. Que hermoso es ver a la gente feliz, me dije. Hubo tanto calor que quise quitarme la camisa y el pantalón, pero, ya mi ropa había vuelto a cambiar de color, ahora era blanca. De todas formas me quité la ropa hasta quedar en ropa interior. Y en ese instante, todas las madres me miraron y gritaron: Loco, loco, loco... Luego, cogieron a todos los niños y salieron corriendo del parque. Al poco rato llegó la policia y me llevaron a la fuerza, aunque no me resistí.

Ya frente al comisario, me preguntó el porqué estaba desnudo en la calle. Le dije que sentí mucho calor. Se rió y todos los otros policías también. Está bien, es usted un gracioso, pero, si quiere salir a la calle, por favor vístase, ¿ok? Si, le respondí. Salí de la comisaría y me fui hacia mi casa, pero recordé a mi madre, hermana, etc., y no quise entrar. Seguí de largo y alce la mano para ir de nuevo a mi centro laboral. Antes miré la ropa que vestía y era del mismo color de cuando me vestí por la mañana. El bus paró y entré. Toda la gente que me miraba, me saludaba. Yo les respondí con un gracias. Todo el viaje la pasé al lado de una anciana que me hablaba de sus nietas malcriadas y de sus hijos malagradecidos. Me hizo sentir mal. Pero ya estaba llegando a mi centro de trabajo y pedí disculpas a la anciana y bajé.

Iba a entrar pero dudé. Me paré frente a la entrada y vi que en ese momento salía el dueño de mi extrabajo. Me le acerqué y le saludé.

- Hola, ¿qué pasa, por que no ha entrado a su trabajo?

- Si

- Bueno, pues entre o, quiere que lo despida...

- Si

- ¿Qué le ocurre? ¿Se siente mal? Está con la cara de idiota, sonriente, qué le ocurre, ¿ha tomado porquerías?

- No

- Bueno, mejor vaya a su casa y descanse, se le ve muy extraño, y, mañana venga muy temprano, ¿ok?

- Si

Le vi alejarse y sentí que el mundo era muy extraño para mí. Me di media vuelta y fui de nuevo al parque. No había un solo niño, pero el frío era hermoso. Miré mi ropa y esta, estaba cambiando de color. Ahora era brillante, así como el Sol. Me sentí muy contento y me eché sobre el pasto a descansar. No quería despertar a otra realidad diferente... No, no deseaba despertar nunca mas, nunca mas....




San isidro, febrero de 2007
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 18110
  • Fecha: 13-02-2007
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.26
  • Votos: 47
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2804
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