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Una maestra de verdad

El nombre de aquella joven era Soledad, ella siempre desde muy pequeña soñaba con ser maestra, maestra de escuela. Por muy extraño que parezca, su nombre no guardaba ninguna relación con su personalidad ni su forma de vivir; Soledad nunca estaba sola, siempre estaba rodeada de la algarabía de los pequeñuelos que acudían a ella a reforzar sus conocimientos educativos; tal era la compenetración entre los niños y ella, que no podía saberse a ciencia cierta si eran ellos quienes contagiaban a Soledad de su chispeante alegría, ó al contrario era ella quién impregnaba con ternura y alegría el alma de cada niño.

Soledad no pudo estudiar docencia ni pedagogía, la precaria situación económica de sus padres, aunado a lo inaccesible de los institutos especializados que quedaban muy distantes del pueblo donde ella vivía, hacían más que imposible hacer realidad su sueño de ser maestra. Aún así a pesar de todo, ella seguía intentando ser formadora de niños a través de la enseñanza. La joven Soledad, en plenitud de su vida, con apenas dieciocho años cumplidos, comenzó a dictar clases de primaría todas las tardes en su casa, para ayudar a aquellos niños que venían con bajo rendimiento en su escolaridad formal, aunque a veces también iban niños que aún no estaban en la escuela para que ella los iniciara en sus primeras letras, a solicitud de los padres de aquellos, que tenían absoluta confianza en el trabajo de la maestra.

“Soledad allí le dejo al muchacho, para que haga lo que usted sabe hacer – solían decirle los padres que llevaban sus hijos a la casa escuela; y ella con una sonrisa abiertamente comprometedora les contestaba: ”No se preocupe, aquí le enseñamos para que aprenda”.

“Maestra, maestra ¿cómo fue que me dijo que se hacía esta letra” le preguntaba algún muchacho, entonces ella con paciencia, dedicación y algún oculto cansancio, volvía a explicarle desde el comienzo, al mismo tiempo que le decía: “si prestas atención y haces tu mejor esfuerzo, pronto aprenderás y ya no necesitarás venir para acá”. Tal vez sin pensarlo, esa acotación de la maestra surtía un efecto contrario en algunos muchachos, los cuales prestaban poca atención y aprendían lentamente con el objeto de seguir asistiendo a las clases que impartía aquella joven maestra.

Soledad nunca obtuvo títulos ni diplomas que la acreditaran como docente de aquel pequeño pueblo, pero su infinita vocación para la enseñanza y su inagotable paciencia para transmitir los primeros conocimientos, sumado a la gran cantidad de niños que habían salido de su casa rumbo a la escuela de primaria, y algunos a la secundaria, era la mejor muestra de que ella era una gran maestra, verdaderamente una maestra de verdad.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Andrea May
invitado-Andrea May 14-08-2003 00:00:00

a través de su cuento, a alguien que de forma similar actuó en mi vida. Nunca me preocupé por saber si Miss Elizabeth era maestra, jardinera o institutriz, sólo se que fue ella quien me enseñó a dibujar las primeras letras y junto con ellas, me inculcó el placer de la lectura. Vale que lo haya evocado, porque a su evocación uno la mía. Gracias.

Irma Aliaga
invitado-Irma Aliaga 05-07-2003 00:00:00

Porque por su caracter nostalgico nos permite evocar a nuestra maestra jardinera, a la intitulada o autodidacta que se convierte en la primera jardinera de ensenanza de nuestra incipiente vida cotidiana, en todo lugar y en todo pais sea hispano o no.

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