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Una mamá nueva

A Lolita no le gustaba que su madre le ordenara comérselo todo. Tampoco se la veía muy contenta cuando le pedía que recogiera su habitación, o cuando le mandaba que apagara la tele, la obligaba a hacer deberes o cuando la regañaba por hacer alguna diablura.

-Lolita, recoge tu habitación -le decía su mamá.

-¡No quiero!

-¡Oye, no apartes los guisantes! -le regañaba a la hora de comer.

-¡No me gustan!

-¿Y esto? ¿Quién lo ha roto? -preguntaba su mamá.

-¡Yo no! Lo comprarías así…

¡Ya estaba harta! Así que, aquella noche, cuando se metió en la cama y apagó la luz, apretó mucho los ojos y deseó con todas sus fuerzas una mamá nueva.

Cuando abrió los ojos, vio un pequeño geniecillo flotando delante de sus narices.

-¿Me has llamado? -preguntó el geniecillo- Me ha parecido notar que pedías un deseo.

-Guauuuu, ¿Eres de verdad? -se asombró Lolita.

-¡Mucho más de lo que parezco! -bromeó el geniecillo.

-Me gustaría poder cambiar en mi mamá unas cosas que no me gustan.

-¿Estás segura?

-¡Segurísima!

-Bueno… -respondió el geniecillo con poco convencimiento en sus palabras- entonces necesitarás esto.

Un destello luminoso rompió la oscuridad de la habitación. El extraño geniecillo hizo aparecer una varita.

-Con esta varita mágica podrás cambiar en tu mamá todas aquellas cosas que no te gustan.

-¿De verdad? -preguntó Lolita.

-Pero debes tener cuidado. Recuerda que los sueños de hoy serán las pesadillas de mañana. 

Tras pronunciar esas misteriosas palabras, el geniecillo se esfumó.

A la mañana siguiente, Lolita cogió su varita y se dispuso a desayunar. Su mamá le había preparado una macedonia de frutas. ¡Pero ella quería galletas de chocolate! Mientras revolvía las frutas del plato de un lado para otro, su mamá le dijo:

-¡Lolita! No marees la comida -insistía su mamá.

-¡No quiero fruta!

En ese momento la varita desprendió un haz de estrellas luminosas. Entonces la mirada de su mamá se quedó como perdida y, sin decir ni una sola palabra, cambió el plato de frutas por un paquete de galletas. ¡Guau! Había sido increíble. La varita mágica era lo más maravilloso que se podía tener. ¡Mucho mejor que los Superzings o el LEGO de Harry Potter!

Pasaron los días, Lolita utilizaba la varita ante cualquier situación, por poco incómoda que fuera. ¡Pero lo más increíble es que los cambios que realizaba en su madre no eran temporales, sino que se quedaban guardados para siempre! Sin embargo, empezó a notar algo raro… era como si su madre ya no la viera, como si Lolita se hubiera vuelto invisible. Le seguía dando besos y abrazos y jugando con ella, eso sí, pero Lolita sentía que en el fondo era lo mismo que si viviera con un robot. Aún así, parecía como si la varita tuviera también poder sobre ella. ¡No podía dejar de usarla ante cualquier negativa o mandato de su mamá! Hasta que un día su mamá dejó de existir.

No es que la mamá de Lolita desapareciera. No. Ella seguía allí, con su pelo castaño y sus grandes ojos verdes. Su cuerpo sí que estaba… era más bien como si le hubiera desaparecido el alma.

Al cabo de unas semanas Lolita no podía más. Echaba mucho de menos a su mamá. Esta mamá nueva no le gustaba nada… y no es que no fuera cómoda, ¡Al contrario! Pero no era su mamá. Entonces recordó las palabras del geniecillo: “Los sueños de hoy serán las pesadillas de mañana”. Y, al fin, las comprendió. Entonces se echó a llorar desconsoladamente.

-¡Quiero que vuelva mi mamá! -sollozó Lolita, entre lágrimas.

En ese momento apareció de nuevo el geniecillo.

-Vaya, con tantas lágrimas me he mojado las babuchas – dijo la extraña criatura, saltando de un pie a otro sobre un pequeño charquito que se había formado en el suelo.

-¿Eres tú? ¡Por favor, haz que vuelva mi mamá!

El geniecillo se quedó un rato pensativo.

-¡Dime algo! -sollozó Lolita.

-Para romper el hechizo debes decir las palabras mágicas.

-¿Qué palabras mágicas? ¡¡No me las sé!! -se desesperó Lolita.

-Entonces no podrás recuperar a tu mamá.

Y diciendo esto, el geniecillo comenzó a desvanecerse. Antes de que desapareciera por completo, Lolita decidió probar.

-¡Espera! -gritó la niña.

El geniecillo reapareció vestido de presentador de concurso.

-Solo tienes tres intentos -le advirtió.

Lolita estaba nerviosísima. ¿Cómo encontraría las palabras mágicas con sólo tres intentos? ¡Necesitaría, por lo menos, cien mil millones de intentos! ¡Había caído en las garras de un geniecillo malvado y medio loco!

-¿Abra cadabra?

-ERROR.

-¿Ábrete, Sésamo?

-ERROR. ¿Tengo cara de Ali Babá?

A Lolita sólo le quedaba una oportunidad. Cerró los ojos y se concentró al máximo. Tanto, que pudo notar cómo sus neuronas chisporroteaban dentro de su cerebro.

-¡¡Las pesadillas de hoy fueron los sueños de ayer!!

-¡COOOO-RRECTO! Anunció el geniecillo.

Y con unas risitas burlonas, desapareció, junto con la varita mágica.

En ese momento su mamá entró en la habitación.

-¡Lolita! ¿Se puede saber qué son esos gritos? Me has asustado.

-¡¡Mamá!!

Lolita corrió a abrazar a su mamá, entre lágrimas. ¡Había vuelto! ¡Había recuperado a su mamá!

Y así fue como Lolita aprendió tres cosas:

Que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea… porque puede hacerse realidad.

Que nuestra mamá, la auténtica, se compone de las cosas que nos gustan más y las que nos gustan menos.

Y que…

-¡Tengo la mejor mamá del mundo entero!

 
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