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Una noche más

Los únicos vestigios de calor de su cuerpo eran aquellas cortas humaredas de vapor que salían de entre sus labios, el termómetro callejero marcaba –10º C y los pocos transeúntes que quedaban en la calle corrían con paso acelerado hacia sus casas, no sólo para protegerse de la inclemencia de aquel atardecer, si no para preparar todo lo necesario para la cena de Nochebuena. Nadie le miraba y a nadie miraba, sus ojos fijos en el suelo mojado ignorando la llamada de las vitrinas de los comercios para comprar regalos a los seres queridos y sus oídos sordos a la música típica que llenaba el ambiente de las calles por donde iba. La vida le había maltratado tanto que ya no recordaba que un día también fue niño y con ilusión se acercaba a mirar los relucientes adornos del abeto que su padre había bajado de la montaña y su madre decoraba con mas mimo que posibilidades, pero que a pesar de todo, nunca faltaron golosinas y pequeños regalos que eran festejados a la mañana siguiente, mientras en la cocina los pucheros que contenían la tradicional comida de Navidad dejaban oír el borboteo de su contenido y un olor característico y familiar llenaba toda la casa.

Poco a poco las ventanas de los edificios, que se perdían entre la bruma de la nevada, iban iluminando sus ventanas y las aceras solitarias empezaban a quedar cubiertas del blanco y frío manto de la nieve. Las relucientes luces de los escaparates se extinguían y solo la abundante iluminación de navidad que jalonaba la calle era el punto de referencia de los días navideños que se empezaban a vivir a partir de esa noche. Ni tan siquiera el enorme luminoso de la montaña era visible, ni los picos nevados de las montañas de las parroquias mas altas entre la profusión de copos que estaban cayendo.

El hombre se encogía entre sus gastadas ropas tratando de estirarlas para cubrirse más aún, tarea vana, pues aquellas prendas que en su día debieron de cubrir a algún adolescente, apenas si se podían abrochar, su cuerpo enjuto y encobado era demasiado grande para ellas y el aire a rachas que bajaba de la cercana montaña le penetraba en su cuerpo como afilados cuchillos.

Con la mirada casi perdida y con los ojos llenos de lágrimas, fruto de la temperatura, buscaba un lugar donde guarecerse y pasar aquella noche que a pesar de ser la del 24 de Diciembre, para él, no era nada más que eso, una noche de invierno. Quizás más solitaria, quizás mas fría, pero una noche al fin y al cabo.

Luchando con las ráfagas de viento que arremolinaban los copos de nieve a su cuerpo divisó un portal con la puerta encajada, tenía el suelo de mármol rojo, una mueca de complacencia puso fin a su búsqueda y dando un último tirón al envoltorio de plásticos y cartón que casi arrastraba penetró en la casa.

La mortecina luz que lo iluminaba era el resultado de lo que se filtraba a través de los cristales de color de la cancela que daba acceso al rellano bajo de la escalera. Paredes y suelo cubiertos de mármol y una bonita lámpara en el techo era toda la decoración de aquella entrada, miró tras la puerta y empezó a distribuir los cartones y plásticos a modo de cama.





Hacía un rato que estaba envuelto en los plásticos que cubrían el lecho de cartón, cuando oyó un chirriar de frenos y un golpe seco; después volvió el más absoluto silencio, levantó ligeramente la cabeza y encogiéndose de hombros iba a volver a dormir, pero pudo más la curiosidad y el silencio que se hizo después del estruendo, mascullando quien sabe que cosas se incorporó y salió medio envuelto en su “ropa de cama”.

Un coche negro, cuyo rastro aún estaba marcado en la nieve de la calle se encontraba empotrado en un camión aparcado, goteaba líquido por debajo del motor y un humo blanco salía del arrugado capó, la portezuela abierta dejaba ver en cuerpo vencido hacia fuera de un hombre. Cuando estuvo junto a él, mientras se cubría el rostro de la profusa nevada observó que sus ropas estaban llenas de sangre.

Mientras pensaba que podía sacar de provecho de aquella situación y viendo el modelo del automóvil y las ropas del conductor una siniestra sonrisa se dibujó en su boca, se frotó las manos más por complacencia que por frío y se acercó mucho más al hombre que permanecía inconsciente.

Dentro, paquetes de papel brillante y grandes lazos de color rojo se encontraban revueltos entre los asientos traseros y delantero, los miró rápidamente y leyó las etiquetas que tenían pegadas: Para Mariona, Para Mamá, Para Luis... Otros desgarrados dejaban ver su contenido, una caja con el último juego anunciado en TV y los brazos de una enorme muñeca que parecía querer salir de entre tanto papel y tanto lazo. Se desentendió de eso y palpó sobre el magnífico abrigo del conductor, tomó de los bolsillos interiores su cartera que abrió nerviosamente como si le bailara entre los dedos; tarjetas de crédito, carné de conducir, fotos y tarjetas de identificación de algún club por cuya puerta recordaba haber pasado alguna vez; separó la parte central y quedó al descubierto un buen fajo de billetes de distintas cantidades, ahora su sonrisa era amplia y los ojos le brillaban de una manera especial.

Metió la cartera bajo el brazo y se apresuró a seguir registrando aquel cuerpo inerte, un mechero que despreció arrojándolo al suelo del coche, tabaco, un llavero de piel con varias llaves que también corrió la misma suerte y en el bolsillo interno de la chaqueta un teléfono móvil plateado pequeño y reluciente; se detuvo un momento a inspeccionarlo y entonces fue consciente de que del aparato reproductor de CD del coche salía una música que le hico recordar en las fechas que estaba. Una voz varonil desgranaba la letra de la canción deseando Paz y Felicidad a los hombres de buena voluntad. Enarcó la ceja en un gesto de displicencia, de importarle todo aquello nada y siguió con su “registro”.

El la Iglesia cercana la campana llamaba a los fieles a la Misa del gallo, esto lo hizo detenerse buscar con la vista el lugar de donde procedía el tañer nocturno y sus ojos quedaron cegados por la nieve y la iluminación de Navidad de la calle. La sensación de que miles de ojos lo contemplaban le hizo bajar la vista mirar fijamente al hombre, apretó la cartera bajo su brazo y tomó aire hasta llenar los pulmones, después lo echó fuera de sí entre nubes de vapor y mirando el teléfono que aún conservaba en su mano se encogió de hombros y marco el número de emergencias.

- Oiga, le llamo desde la calle Central a la altura de...

Entornó los ojos para ver entre la nevada el número del portal donde se había refugiado.

Trató de echar sobre el asiento el cuerpo del conductor que en ese momento abrió los ojos... No dijo nada, o él no lo oyó, solo creyó ver en su rostro una mirada de agradecimiento. Depositó la cartera en el bolsillo del abrigo de donde la había tomado y trató de proteger con sus plásticos el cuerpo del accidentado y se acercó hasta estar uno contra otro, para tratar de darle el poco calor que su cuerpo era capaz de generar. Así esperó hasta que a lo lejos se oyeron las sirenas de la ambulancia y de la policía.

Cuando el último policía, después de desearle Feliz Navidad montó en el coche patrulla y se fue, volvió a su entrada para continuar durmiendo. Los plásticos estaban rotos y mojados en la calle. Los miró por si alguno se podía recuperar pero desistió y encogiéndose entró en el portal y se echó sobre los cartones.

Aquella noche de Navidad... aquella noche de invierno, durmió sin cubrirse y aún se trata de explicar como, no solo, no sintió frío, si no que fue como una tibia noche de comienzos de verano. Aún recordaba con regusto el sueño dulce y evocador que había tenido y como las pesadillas que solían acompañar las breves horas de sueño le habían respetado y su cuerpo que tantas veces se quejaba de lo frío e incómodo del suelo hoy estaba como si hubiera descansado en el mas mullido colchón que jamás haya existido. Por la mañana, al incorporarse inusualmente ágil, tenía a sus pies una bolsa de la que asomaban dulces típicos de la fecha y el inconfundible aspecto de una botella de champaña, la entrada estaba caldeada y el frío de la calle parecía respetar aquél refugio, suspiró y se sintió bien, notó que aquella noche no había sido una noche más y quedaron en sus pensamientos las lejanas imágenes del comedor de su casa con sus padres, sus hermanos y abuelos sentados a la mesa y el omnipresente árbol de Navidad..
Datos del Cuento
  • Autor: alhipe
  • Código: 11451
  • Fecha: 27-10-2004
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 5.44
  • Votos: 77
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3112
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