Vivía con estrecheces, en todo el amplio sentido de la palabra. Su vida se iba estrechando en espacio y en sentimientos.
Su espacio vital se reducía a las cuatro paredes de su estudio de pintor, allí dormía; en el sofá cama donde antes descansaba, allí comía, esa era ahora su casa, que no su hogar, su hogar se había deshecho hacía tiempo. Lo había perdido como la perdió a ella.
Cada lunes su "marchante" venía a ver lo que había pintado durante la semana. Se llevaba uno o dos cuadros, a veces ninguno, pero siempre dejaba un sobre con una cantidad de dinero que el pintor ni siquiera miraba.
Cada lunes el "marchante" le pedía lo mismo.
- Déjame vender el retrato, es una obra maestra, lo pagarán muy bien-.
Y como cada lunes obtenía la misma contestación.
- Ese retrato es toda mi vida, lo que me queda de ella y la vida no se vende-.
Amiga, hablaste de envidias, pero dime como no envidiar a alguien que puede manejar cualquier tema con la libertad que lo haces tu, tu escrito es corto consiso y contundente, felicitaciones