Más que una manera de expresar experiencias de vida, situaciones cercanas o propias, este ensayo pretende hacer una reflexión sobre esa cuestión que denominamos adicción.
Adicciones existen de todos los tipos y de todas las variantes. Desde aquellas que son las más sanas e inocentes hasta aquellas que no dejan de hostigarnos, nos consumen poco a poco y nos terminan debilitando. Pero todos sabemos que la esencia de las adicciones reside en una simple elección. Esa decisión que determina y que conlleva indefectiblemente una seguidilla de consecuencias somáticas y psíquicas.
Más allá de aquellas adicciones que generan un mal en nuestro organismo, lastimándonos; me voy a referir a una que hemos vivido, disfrutado y hasta padecido cada uno de nosotros y que nos constituye como seres adictos; adictos del sentimiento más lindo e inexplicable que existe: el amor.
Somos adictos al amor. Lo vivimos apasionadamente cuando lo poseemos o lo añoramos e ilusionamos apasionadamente cuando carecemos de él. Nos hace falta. No podemos vivir sin él; no tendríamos ganas ni razones para existir porque somos conscientes que es el sustento que logra la armonía en cada persona.
Siempre exigimos más y más; nunca nos conformamos y tomamos al objeto amor como medio para satisfacer nuestras necesidades. Buscamos las mil y una maneras de manifestarlo y hacérselo notar a los que nos rodean: las ganas de sonreír, de gritar, de moquear, de cantar, de bailar, de berrear; sensaciones que se adueñan de nuestro cuerpo y nos hacen demostrar la felicidad que nos contiene.
Pero, nada es suficiente El amor nos regocija, nos llena de fantasía y de expectativa pero también nos muestra su cara más cruenta cuando nos hace sufrir, entristecernos y hasta quitarnos las ganas de vivir.
Ese sin fin de emociones tan extremas hace que el amor sea único e inigualable y por tanto, que no podamos prescindir de él.
Además, el amor es la búsqueda de la felicidad cuyo camino presenta una diversidad de obstáculos y dificultades que lo hacen cada vez más atractivo. Pero, pensar en la felicidad como un ente duradero parece imposible por las diferentes circunstancias de la vida. El amor llega a brindarnos esa felicidad breve pero llena de viveza, pureza y sencillez. Es por esta razón que siempre estamos enamorados de esa persona o buscamos estarlo. Enamorarnos del amor.
De esta manera, no existe un límite establecido para el amor, sino que pasa a ser nuestro propio límite. Y se transforma en adicción cuando no podemos establecerlo. Cuando es tan fuerte el amor que se siente por esa otra persona y nuestro mundo se reduce a su mínima expresión. Cuando los demás dejan de ser sujetos significativos porque el exterior se transforma en una gran materialidad. Cuando ya nada importa porque uno se encuentra en esa burbuja de amor que lo hace sentir vivo; y con eso basta. Y sin equilibrio, caemos en el precipicio y andamos, como perdidos.
Pero acaso, ¿no es hermosa la adicción del amor? El amor nos introduce en otra realidad, armada por el sujeto, en la que solo existe esa felicidad. Felicidad utópica, transitoria. El ser tiene la necesidad de construir y de vivir otro mundo del que nos rodea. El amor es una alucinación que desemboca en esa realidad que nos hace vagar por las nubes y encontrarse en un estado de “delirium tremens”. Sí; el amor puede considerarse una droga y su consumo excesivo, una adicción. Pero, debo reconocer, que soy feliz (valga la redundancia) de estar o creer estar enamorada; y cuando no lo estoy, me siento obligada a soñar con el amor y sentir que lo tengo y que lo poseo y que me pertenece. A todos nos pasa lo mismo. Además, nada puede hacerse porque no existe un sustituto ni un remedio para la enfermedad del amor. Es un trastorno necesario que debemos atravesar para seguir viviendo. Es el que nos permite crecer, madurar, independizarnos y constituirnos como animales pensantes. Sin el sentimiento del amor seríamos objetos y nada haría diferenciarnos de los demás. Habrá adicciones que pueden destrozarnos y matarnos, pero existen otras que, siendo cotidianas, son las más relevantes y nos llenan de vida, aunque nadie lo sabe. Que así sea.