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La ratita Camila siempre llegaba tarde fuera a donde fuese, porque nunca tenía en cuenta el reloj. Por las mañanas se levantaba a la hora que más le apetecía normalmente justo cuando el sol de mediodía llenaba la habitación de su cuarto con esos rayos llenos de luz y calor que le hacían cosquillas en la cara. Luego desayunaba muy muy despacito y con mucha calma y parsimonia.
A Camila le gustaba comenzar el día con buen pie. Por eso desayunaba un buen tazón de leche calentita con un paquete de galletas que troceaba una a una y sumergía hasta el fondo con la cucharita. Saboreaba cada cucharada que introducía en su boca y lamía el tazón hasta no dejar ni rastro.
Después tocaba acicalarse ante su tocador. Como buena ratita, Camila era muy presumida y le gustaba peinarse y repeinarse, ponerse llamativas diademas o bonitas horquillas, pintarse las uñas, lavarse bien los dientes hasta que resplandecieran y echarse algunas gotitas de perfume. Cuando terminaba se planchaba su ropita con mucho cuidado porque no le gustaba nada mirarse al espejo y verse arrugas.
Conociendo la rutina diaria de Camila, sus amigos optaron por quedar con ella por las tardes. Así la ratita tendría tiempo de hacer sus quehaceres por la mañana y no llegaría tarde ni dejaría a todos pasando frío en invierno o derritiéndose como polos en verano.
Pero por las tardes tocaba siesta y Camila no quería saltársela por nada del mundo. Y mucho menos pasar un día sin merendar su tazón de leche con su paquete de galletas. Así que al final de un modo u otro llegaba siempre muy muy tarde a todas las citas porque siempre era más importante ella que los demás y como sabía que sus amigos la esperarían, era impuntual un día sí y otro también.
Al principio las amigas de Camila no se lo tomaban mal. Incluso en uno de sus cumpleaños le regalaron los mejores regalos para que su amistad no se viera truncada por la impuntualidad de la ratita.
- Toma Camila, ábrelo – le dijeron a la ratita mientras le entregaban una caja envuelta en papel de regalo.
- Oh, ¿un reloj despertador? - dijo algo molesta Camila.
- Sí, para que ya nunca llegues tarde a tus citas con nosotras.
- ¿Y qué es esto? ¿Un reloj de mano? - dijo Camila, poniendo cara mustia.
- Sí. Pensamos que te vendría muy bien y te gustaría, es muy coqueto.
- Pues os habéis equivocado. No me gusta nada. No es para nada mi estilo y sobre todo no pienso usarlo porque no lo necesito – dijo la ratita Camila ante el asombro de sus amigas.
Aún así, pasada la sorpresa del primer momento por la reacción de Camila, sus amigas siguieron sin tener en cuenta su falta de puntualidad y continuaron esperando por ella.
Pero llegó un día en que la ratita Camila llegó a su cita con suma puntualidad británica y dio la casualidad que sus amigas llegaron todas tardísimo.
Camila entonces comprendió la paciencia y amabilidad de sus amigas hacia ella. Y para agradecerles a todas que no se hubieran cansado nunca de esperarla, prometió que desde ese día nunca más volvería a llegar tarde.
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