Estaba sentado en la silla de la cocina. Ya todos en la familia habían terminado de comer. Ya todos estaban descansando, ya sea mirando la TV, o sentados en la Web. Tenía un libro en sus manos. Lo había robado de la Biblioteca. Lo abrió y empezó a leerlo. Trataba de un muchacho de quince años que le gusta observar echado en su cama pues es semi-parapléjico. Ve la tele, y gusta leer en demasía. También gusta de escribir con su mano izquierda, y dibuja también. Lo continúa leyendo y abre la página del final y ve que el muchacho ha comenzado a caminar y escribe y hace un viaje al viejo mundo. Cierra el libro y siente que el autor es un soñador, relleno de fantasía y que gusta mentir. Se para y camina hacia la ventana de su casa. Está en el tercer piso. Siente que desea saltar. Siente que todo es aburrido como las moscas que se pasean por los platos vacíos del almuerzo. ¿Y si salto?, piensa. Su cuerpo empieza a sudar, luego, siente escalofríos. De pronto escucha la voz de su madre diciéndole que no se olvide de ir a la Iglesia esta noche. Ya mamá, responde. ¿Y si salto?, vuelve a pensar. Su hermano menor, se le acerca y lo ve que está parado en el borde de la ventana del tercer piso y piensa en jugar, en asustarlo. Se le acerca con pasos de tigre, sin respirar. Ya casi a su lado, lo empuja suavemente y ve que su hermano cae, cae... como si fuera un fantasma, hasta llegar al piso, rompiéndose su cráneo como una calabaza, y abriéndose su pecho como una bolsa de papel... Ya agonizando, el muchacho, piensa: ¿Y ahora… adónde iré?... Era un domingo por la tarde cuando un muchacho de quince años moría con una extraña sonrisa en los labios, chorreándole sangre que le pintaba el rostro como una pincelada de la muerte, dejando su cuerpo como un muñeco dislocado, tirado en la vereda, ante los gritos de todo el vecindario, en un día extraño, y, a la vez, precioso, pero, aburrido...
San isidro, mayo del 2006