Creo que nunca soportaré que el sabor del Bourbon se pierda con la octava copa. Su esencia desaparece y pasa a convertirse en un triste whisky barato, así que para asegurarme que el barman no me engaña, siempre pido la botella en la mesa.

Café The Band Geek Mafia. Allí me encontraba por segundo día consecutivo sin saber porque. Apenas recordaba la velada anterior, pero algo me empujó a volver. En el escenario, detrás de una espesa nube de humo, tocaba un joven grupo de ska-jazz, lo que hacía que la gente estuviese animada. Sin duda eran buenos, pues estaban consiguiendo que mi ebria cabeza siguiera la música.

Tras un breve mareo, giré la cabeza y descubrí que no estaba solo en la mesa. Aunque solo era capaz de ver sus blancos dientes y sus negros ojos, a mi derecha se encontraba un hombre negro rodeado de humo. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Le conocía de algo?. Sorpresivamente giro la cabeza y lanzado una gran bocanada de humo me miró.

-Son jodidamente buenos- dijo obsequiándome con el porro que fumaba.

El aroma del humo me indicó la sustancia que fumaba mi inesperado amigo de color y sin dudarlo le di un par de caladas. Él me respondió con una inmensa sonrisa blanca. Tras lo cuál volví a concentrarme en el concierto. Ahora una hermosa mujer interpretaba una sensual canción más blusera. Su pelo castaño me recordó que en mi mesa reposaba mi novena copa de Jack Daniels, así que refresque la garganta y la memoria, pues a esa mujer la conocía de la noche anterior.

En ese instante se sentó en la mesa uno de esos jóvenes Rude Boys que tan locamente bailan. A éste ya le conocía. Se llamaba Boots y era un joven gangster en alza que trabajaba para un pez gordo. Como buen Rude Boy llevaba puesto el sombrero y las gafas de sol, así que supuse por la inclinación de la cabeza que estaba mirando el escenario mientras me hablaba, pero no estaba del todo seguro.

-No esperaba verte esta noche por aquí, Mike- fue lo primero que me dijo.

-Tampoco esperaba yo que en este antro sonara un jazz tan peculiar Boots-decidí llenar mi décima copa.

-Muy gracioso Mike. Supongo que no vendrás a por lo de anoche.

-Si recordará qué hice anoche, créeme, no estaría aquí- le conteste mientras mojaba mis labios con el ya insípido sabor del Jack.

-Mira tipo listo. A Big Boss no le gusta que toquen lo que es suyo, así que por tu propio bien, lárgate- sentenció en joven Boots aunque yo no entendía a qué se refería.

La música cambió entonces y volvió a un ritmo jazz animado y alegre. Sin más decir, Boots se levantó y se alejó bailando. La chica de la banda ya no estaba cantando. Me sentí frustrado pues no había conseguido recordar de qué la conocía y las palabras de Boots me habían dejado intrigado. Decidí que quizás un largo trago me ayudaría a recordar. Cuando me disponía a coger mi vaso, una mano femenina se me adelantó. Era la chica de cabellos castaños.

-No esperaba verte esta noche por aquí, Mike- se presentó mientras se mojaba los labios con mi Bourbon. Su carnosa sonrisa me hizo recordar su nombre con brillantez.

-Esta noche mucha gente me dice lo mismo Ginger.

-¿Vienes a por tu sombrero?- preguntó dejando una marca de carmín en el vaso.

-¿Lo tienes tú? ¿Cómo?-Llevaba todo el día buscando el sombrero y ya lo daba por perdido.

-¿Acaso no te acuerdas? Lo perdiste anoche apostando al Poker.

-¿Quién me lo ganó?

-Big Boss.

Ginger se sentó muy cerca de mí. De cerca su sensualidad se hacia más visible para mi borrosa vista. Su ojos color miel comandaban un pálido rostro capaz de engatusar a todo hombre en su rojos y humedecidos labios. Acerco sus labios hacia mi, pero no quiso recorrer los cinco últimos centímetros. La escena se quedo congelada, mi mano ya se encontraba en su muslo, su respiración me hacía desearla más. Entonces se aparto y depositó el vaso de Bourbon en la mesa.

-Muy bien. Voy a por él.-dijo y se levantó para ir a buscar mi sombrero.

¿Qué demonios había pasado? ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué me había seducido de aquella manera? No recordaba nada de la noche anterior, y no sabía si me había estado con alguien. Decidí dar el último trago a mi décima copa. Mientras separaba el vaso vacío de mi boca, vislumbre que Boots estaba subiendo al escenario y se disponía a tocar la trompeta en la siguiente canción. La escena me llenó de curiosidad, así que decidí volcar los pocos sentidos que me quedaban en el tema. Para mi sorpresa, Boots resultó ser un tremendo trompetista. De su instrumento nació una improvisada melodía que me heló la sangre. Era rápida, era peligrosa, era amenazadora. De sus notas dibujé una escena de Bergman, con la Muerte bailando una danza macabra con los difuntos que arrastraba. Eso es. Ese vertiginoso ritmo ska, llevaba a la mismísima locura. Era la melodía de los difuntos.

Tan hipnotizado estaba por la música que casi ni me percaté que Ginger había regresado con mi sombrero en las manos. Me colocó el sombrero en la cabeza y me beso suavemente. Algo loco se había apoderado de mi y comencé a comerle la boca con pasión y desenfreno. Mis manos buscaban entre sus ropas mientras el ritmo endiablado de la música taladraba mi razón. Entonces alguien grito basta y todo se detuvo. Sobre el ahora silencioso escenario se encontraba mi simpático amigo negro, pero esta vez acompañado de una Thompson. Sus ojos estaban rojos de furia. Lo último que recuerdo antes de que las balas volaran hacia mi, es que intente esconderme debajo de la mesa, pero me golpee con algo y perdí el conocimiento.

Cuando desperté aturdido y resacoso un gran dolor recorría mi vientre y mi cabeza. ¿Acaso no era Jack Daniels lo que me vendieron? Entonces recordé a mi simpático amigo Big Boss. Abrí los ojos y observé mi camisa cubierta de un tinte rojo. A mi lado yacía con los ojos abiertos Ginger, su boca era más roja que nunca. Intenté inútilmente levantarme, cansado decidí dormir un rato más. Mi sombrero no lo encontré por ningún lado.