Ella se llamaba Yineska. Él la amaba con todo su ser. Él no tenía nombre para ella. Para ella él no existía. Como su amor por ella se hizo infinito, y sabiendo que nunca podría conquistar su amor, alguna vez se preguntó cómo seguir viviendo amando por siempre a un ser que jamás le correspondería. Para tal pregunta no había respuesta. Un amor infinito que jamás sería. Una noche, buscando con ansías alguna respuesta, miraba a su alrededor sin encontrarla. Repentinamente miró al cielo. Allí la encontró. Se dijo, si me voy a volar por el universo por un tiempo sin fin, me llevo su imagen para amarla con mi amor eterno. Así por siempre estará en mí ser. Volar por siempre por el universo. Y estando así, mirando hacia el cielo, distinguió las tres estrellas que se ven en fila, y se dijo, encontré la respuesta. Esas tres estrellas serán Yineska, tres que las flanquean seré yo, y la cuarta, el amor infinito que nos unirá por siempre en el firmamento. Así fue. Se convirtió él, y la convirtió a ella en estrellas. Ya en el cielo, la tomó de la mano, y le preguntó si quería volar eternamente con él por el universo, amarse mutuamente por siempre en ese firmamento pleno de estrellas, de vida y de amor. Ella le respondió que si. Y tomados de la mano comenzó su viaje por un tiempo sin fin. Y allí, en ese cielo casi tan bello como ella, están ellos volando y amándose. Recorren paisajes universales de increíble belleza. Galaxias, nebulosas espectaculares, siempre están a su paso en su viaje sin fin, en su viaje de amor eterno. Él encontró la respuesta que no existía allá en el universo infinito. Por siempre volaran y se amaran en un universo que jamás tendrá fin.