RACM
Recuerdo el dicho de mi abuela, "Vallover" es un "negro prieto". Esa tarde, en la humilde casita de campo, casi destartalada, donde nos encontrabamos mi madre, mi abuela, mi hermana y yo, las negras y espesas nubes habían cubierto el azul del cielo y la claridad del día. Fue entonces cuando mi madre, asomándose a la puerta, exclamó, ¡Va a llover! La abuela dijo entonces; ¡"Vallover" es un negro prieto!
Yo tenía apenas once años. Esa tarde nació en mi mente el personaje de Vallover. Me lo imaginaba un hombre muy alto, corpulento, negro y usando un sombrero. El pronóstico de mi madre fue acertado. Una copiosa lluvia cayó sobre el valle opacando el sol que no volvió a salir hasta el otro día. El resto de la tarde la pasé mirando la lluvia caer sobre los árboles y viendo el agua correr por entre el desnivel del terreno. Parado frente a la ventana que daba a un barranco, vi bajar el agua a torrente. En el fondo corría un riachuelo, yo observaba como la lluvia hacía subir los niveles de las aguas, arrastrando consigo yerbas y hojas. Absorto estaba en mis pensamientos, buscando la relación entre las palabras de mi abuela de "Vallover" es un negro prieto y el fuerte aguacero que caía en esos momentos, cuando sentí unos dedos que me tocaban en el hombro derecho. Era mi abuela que me traía un pocillo de chocolate y una galleta plena. Poco después caí rendido por el sueño, que ni sentí la música que orquestaba la lluvia al caer sobre el zinc de la casa. La lluvia continuó entrada la noche entre las ráfagas de luz de los relámpagos y el ruido de los truenos. Al otro día, temprano en la mañana, un maravilloso arcoiris decoraba el cielo de este a oeste.
Pasaron varias semanas, y Vallover ya no era parte de mi pensamiento, ni tampoco mi preocupación. Mi tiempo transcurría entre la escuela, mis juegos de muchacho y las ocurrencias y cuentos de aparecidos de mi abuela.
Una de esas tardes en que regresaba de la escuela, el camino se me hizo más largo de lo usual. Una corta parada en un corte de caña para probar la BH y la cristalina y otra parada para lavarme las manos en la quebrada, fueron como siglos para mí. Al terminar de lavar mis manos, me incorporé para continuar mi camino y me topé con aquel hombre muy alto, negro, fuerte que vestía ropa blanca hecha de sacos de azúcar y llevaba sombrero de paja, un saco en la espalda y un palo con el que espantaba los perros y en ocasiones le servía de bastón. Mi vista se posó en su rostro. Su mirada seria y fija a mis ojos reflejaba respeto. Yo sinembargo estaba temblando. El miedo se apoderó de mí y eché a correr por el polvoriento camino. Corría velozmente sin mirar hacia atrás. Sentía unos pasos detrás de mí y yo más corría. Subiendo la cuesta del caño comencé a gritar ¡mamá, mamá! Segundos después cruzaba la entrada frente al árbol de guayaba. Seguí corriendo y gritando ¡mamá, mamá! Mi abuela que estaba en la cocina, se tiró al batey y presintiendo alguna desgracia y con voz fuerte preguntó:
- ¿Muchacho, que te pasa?
Yo me refugié detrás de ella, llorando.
- ¿Dime muchacho, que te pasó?
- Lo ví, abuela, lo ví. Me venía persiguiendo.
- ¿Quién te venía corriendo muchacho? ¿A quién viste? Yo no veo a nadie.
- Abuela, dije llorando- "Vallover" me venía persiguiendo. Me iba a llevar.
- ¿Muchacho, que tú dices?
Escondido detrás de la abuela, miré hacia el camino y ví aquel hombre que iba con paso lento cuesta arriba. Aún me consumía el miedo y grité a la abuela.
- ¡Mamá, mamá, allí va "Vallover" por el camino!
Mi abuela dirigió la mirada hacia donde yo le señalé y vio al hombre que lentamente le iba ganando terreno al camino. Al verlo, mi abuela echó a reír a carcajadas y exclamó:
- ¡Ese no es "Vallover"! Ese es Eladio Youbert.
Escuché una leve risita que provenía de un lugar cercano. Era la risa del viejo Magú que con amplia sonrisa reía desde su hamaca en la casucha a la entrada de la finca de la abuela. Oí cuando con tono burlón dijo:
- ¡Eladio Youbert! "¡Vallover!"