Pese a que la noche era perfecta, pese a la envolvente y sofisticada música de Kenny G, pese a la luz tenue, pese al champagne y a su escotado vestido rojo, a esa cena que había preparado a la luz de las velas, pese a todo, Kim la miró con displicencia, se acarició su barbilla y luego, con su operática voz de bajo, le dijo: -Lo nuestro no puede continuar.
-Maldito sea este presumido- pensó para si Bárbara, levantando desganadamente su estilizada copa de vidrio tallado en la que se agitaba un minúsculo océano de champagne helado.
-No, no voy a llorar ni voy a rogarte- dijo la joven, tratando de quitarle tensión al asunto. –Si, está bien, está bien. No me voy a cortar las venas, no, no.
-Bárbara-dijo el hombre con tono preocupado.
-No, no. Estaré bien. No te preocupes. Y se levantó ágilmente, dio unos cuantos pasos meciéndose al compás de la música, hizo un giro y fue con paso elegante a apoyarse en el balcón. Se sucedieron largos segundos en que él seguía rascándose su barbilla para mirar de reojo a la chica. Ella, cerrando sus hermosos ojos azules, levantó su cabeza para sentir como sus largos y ensortijados cabellos rubios se mecían con la suave brisa de abril.
-Está bien- repitió una vez más. Puedes irte. Pero antes, necesito un beso tuyo.
-Un apretón de manos bastará- repuso él.
-¿Temes acaso arrepentirte?- dijo ella y se le acercó insinuante.
-Está bien, está bien.
El la tomó en sus brazos con gesto mecánico y acercó sus labios a los de ella. Sintió la succión y luego la lengua de la muchacha que se agitaba como una ola solidificada. Al instante, una especie de caramelo comenzó a disolverse en su boca. ¡Veneno! De inmediato, su lengua pareció desenrollarse para extraer de su base otra bolita azucarada: ¡Antídoto! El peligro había pasado. Quiso separar sus labios de los de Bárbara pero la succión no decrecía. Una nueva bolita apareció como un surfista miniaturizado en la cresta de la lengua de ella. ¡Otra dosis de veneno! A los sones de Kenni G, el nuevo antídoto bailoteó coquetón desde las bambalinas de la lengua de Kim para desactivar el peligro. La succión no aminoró, aún más, se intensificó. El oxígeno comenzaba a escasear. Kim se imaginó con su rostro violáceo por lo que se desanudó su impecable corbata. Bárbara no cejaba en su empeño. Una nueva bolita rodó desde las paredes palpitantes de su boca para introducirse en la del hombre. Otro veneno. ¡Que obstinación la de Bárbara! Y de nuevo la lengua de Kim acudió al salvataje empujando un nuevo antídoto que anuló eficazmente el peligro.
A las cinco horas, ese larguísimo beso ya comenzaba a hastiarlos. No porque el intercambio de fluidos les desagradara sino porque sus respectivos órganos linguísticos ya se habían adormecido de tan extenueante ejercicio. Entonces ella cejó en su succión y cayó rendida en su enorme sofá de cuero legítimo. Kim, la observó y atrapado por sus encantos se arrojó sobre ella. En un frenesí de cuerpos exaltados, se mezclaron pasión, promesas, sudores y caricias. El vestido de ella fue la víctima propiciatoria y terminó hecho jirones sobre la mullida alfombra de 22 milímetros. El armisticio estaba declarado. Después de tan larga brega debían reconocer que dos químicos farmacéuticos no se podían ver la suerte…