Hablar de una niña observadora, curiosa y sentimental, era hablar de Alicia, la única hija de una familia trabajadora que vivía en una gran ciudad. Sus padres jóvenes profesionales, ambos dedicados a sus trabajos de oficina, compartían con Alicia interesantes conversaciones que la habían hecho crecer de prisa a sus siete años de edad. Ella sabía por sus clases de naturaleza que los árboles tenían las hojas verdes por la clorofila, que al llegar el verano las hojas perdían su verde color y se ponían de color marrón, y luego se desprendían por efecto de la sequía, dejando al árbol con sus ramas secas, sin hojas y sin flores.
Alicia venía observando desde hace algún tiempo, que cuando iban a casa de campo, en las distintas épocas de vacaciones, había un árbol que podía verse en el camino, que siempre estaba reverdecido; Siempre le decía a su papá: “papá, por favor maneja despacio, que quiero ver a la plantita feliz”.
Cuando iban al campo en invierno, la plantita feliz al igual que los otros árboles, todos lucían su hermoso verdor. Si iban al campo en primavera, todos los árboles incluyendo a plantita feliz, lucían su radiante floración; pero si iban al campo en época de verano, todos los árboles lucían sus ramas secas a excepción de plantita feliz que seguía luciendo su verde brillante, que a lo lejos podía distinguirse.
Ese verano cuando pasaron por el camino donde estaba el árbol luciendo su eterno verdor, los ojos de Alicia brillaban llenos de alegría y curiosidad; y así, mientras el vehículo se alejaba velozmente por la ancha carretera, con sus tres tripulantes, bandadas de loros alzaban su vuelo, dejando a plantita feliz luciendo las ramas secas, que Alicia en su vistazo de aquel verano tampoco pudo descubrir.