Ahhhh, la vida me sonreía, tirado en una mullida poltrona, disfrutaba de un delicioso vaso de naranjada, extraído de la mejor selección de frutas de mis naranjales, un plato de pollo frito al ajo era visitado de vez en cuando por mis relajados dedos, que transportaban hasta infinitos lugares sin retorno jugosos trozos del ave bien cocida. estaba en el pórtico trasero de mi casita de campo, desde allí veía las aves de corral picotear animadamente mientras deambulaban por el bien cuidado patio que más parecía un jardín que un lugar de agricultura, en la mesita de pantry que hacia lugar al lado de mi poltrona compartían honores mangos, granadas e higos, sandías, melones y piñas, aguacates y jojotos recién hervidos. Una manzana coronaba en la cúspide del éxtasis aquella mesita opípara donde mis deleites conseguían llano terreno de satisfacción, pero ella desencajaba, era una extranjera en mi mesa, una recién llegada quien sabe de donde y quien sabe como, pero allí se enseñoreaba del lugar, se lucía ante las criollas beldades producidas en mi propia tierra, pero también se lucia ante mi, provocando mi deseo, haciéndome pecar de apetencia ante lo foráneo. Tomé la manzana entre mis dedos y la mordí con desenfreno mientras cerraba mis ojos extasiado en medio de aquella quietud campesina sin igual, un chasquido, un crujido extraño y un sabor desconocido me hicieron abrir los ojos, para ver con horror como medio gusano se retorcía de dolor mientras sus fluidos internos se regaban por la desgarrada manzana.