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Vivencias de un judío en Marruecos

Vivencias de un judío en Marruecos
Isaac Benhamou Murciano
Por
Samuel Akinín

Hablar de la comunidad judía en Marruecos, en cierto tiempo, en ése, en que éste estaba dominado por los franceses, es fácil de hacer, pues aquellos eran momentos de paz, de una prosperidad relativa, de un seguridad otorgada por la figura del fuerte. Nosotros los judíos vivíamos tranquilos, y si debo detallar mi propia situación en el pueblito de Debdou, pareciera ser que la vida se detuvo en el tiempo, que el hoy era lo único interesante, que el mañana, no nos quitaba el sueño y el ayer carecía de importancia. Todo esto sirvió de ayuda para que de nuestro querido pueblo salieran prominentes hombres y varios rabinos de fama mundial entre ellos puedo nombrar al Rabino Saban y al Rabino Cohén.
La escuela de Talmud Toráh no tenía que envidiar a ninguna otra población, sus enseñanzas estaban acordes con nuestras costumbres y el poder hacer, nos permitía dedicarnos con más fuerza a los estudios judaicos. Si he de hablar de mi Debdou debo destacar que solamente contábamos con una sinagoga y los árabes tenían una mezquita, el pueblo era fácil de describir pues se trataba, por de alguna manera decir, de una calle principal con casas de lado y lado pero con la gran ventaja que estaba cercana a otras ciudades o poblaciones tales como Taza, Gersif, Taurirt, Uzda, Fez, más alejada pero con quien se hacía negocios, se encontraban Nador, luego Melilla, y a unos kilómetros más pero asequible, Tánger.
Los judíos de Debdou habíamos conciliado amistad con los árabes a niveles no creíbles, y fue tan sólo cuando los mismos comenzaron a pedir la independencia, que se mezclaron con intereses venidos de otros lares, con odios y resquemores no conocidos, con sed de venganza inesperada.
Con cierta juventud me desposé con la mujer que fue la luz y alegría de mi hogar, ella se llamaba Mercedes Levy Levy, había nacido en Melilla y por ello pudimos en mi hogar disfrutar de costumbres Tetuaníes y Melillenses, nuestros sábados se alegraban con la afamada Adafina y también con la Oriza, con garbanzos y berenjenas, con vino y con magia, con la parte del salero español gitano y con los cantos morunos y sus melodiosas canciones. Los colores eran el símbolo natural, las moras empleaban el rojo, los nuestros el marrón, en general había muchas cosas similares, pero en especial se veía el respeto de unos a otros.
Formando parte de una familia religiosa debo decirles que tuvimos 11 hijos, seis hembras y cinco varones, perdimos a uno de los varones, siendo este pequeño aún. Aquellos, fueron tiempos en donde la carencia de medicinas hacía difícil la supervivencia, vimos a muchos perder a varios miembros de una misma familia, y por los atrasos y la carencia de conocimientos, las plagas como en cualquier otra metrópoli no tenían contemplación alguna.
Mi situación económica no era holgada, muy por el contrario, vivíamos muy al día, pero esto dejó de seguir así, uno de los ricos del pueblo, al saber que estando recién casado, un día me llamó y me dio suficiente dinero como para que me cambiara de profesión, el vender telas no era tan rentable, su consejo fue de que me dedicara al negocio de joyería, con la fuerza económica como para lograr hacerlo, de inmediato pasé de un estatus a otro, producíamos pulseras de oro, muy buscadas por las mujeres árabes que las lucían en sus brazos y hasta en las piernas, luego collares y cadenas de variadas vueltas.
Con el toque de suerte de este generoso hombre, pudimos mudarnos a una casa mejor, y mis negocios pasaron a ser de gran mayor, ya llevaba mercancía mismo a Tetuán, como a Melilla, o traía coches, o distintos productos. El saberse un poco holgado me permitió hacer lo que más me ha gustado en la vida, poder ayudar a otros de la misma manera en que me ayudaron a mí. Primero lo hice como colaborador de la comunidad, luego y por doce años como Presidente de la misma, ayudando a los judíos para que pudiesen hacer Aliá (palabra hebrea que significa elevarse, ir a la Tierra Santa, que por su misma santidad se supone en un nivel superior de la tierra y uno se eleva para llegar a ella).
Frente a nuestra casa que tenía dos pisos y una gran terraza, que contaba con un jardín amplio, se encontraba la casa del Contralor Francés. Llegamos a ser tan amigos que su casa era para mis hijos una extensión de la nuestra, mis hijos jugaban con los suyos y con toda la confianza posible, les dejaban estar a sus anchas. Una vez que adquirí mi primer coche, con la anuencia del contralor lo estacioné en el frente de su casa, ya que había más espacio para hacerlo. Luego veremos lo que nos ocurrió más tarde.
En una oportunidad mi esposa junto con mi madre, vio en el patio de la casa a un negro africano, casi desnudo, buscando algún alimento en la basura, les dio tanta lástima que le suplieron de ropa, alimento, y por casi doce años ese hombre pasó a ser una parte de la familia, y tan sólo nos dejó a última hora, al tocarnos partir y, él decidió retornar a su país de origen, pero eso lo veremos más adelante.
Los tiempos iban caldeando la situación política, al ver esto, el gobierno francés comenzó a sentir la presión de los árabes, con sus lógicos deseos de independencia, lo primero que hicieron fue una encuesta para saber si el pueblo quería el retorno del Rey Mohamed V. fui como representante de los judíos llamado por el contralor y se me preguntó si yo firmaría en contra de su retorno, le hice saber que en mi condición de judío y como Presidente de la Comunidad, sabiendo su afinidad con el pueblo judío, no podía negarme al retorno del Rey, volvieron a pedirme que firmara esa respuesta a lo cual me negué pues dije que comprometería a los míos y que estaba consciente de que al hacerlo, no sería justo; el Contralor insistió varias veces, me hizo ver su punto de vista, la ventaja que tendríamos si continuáramos sin el Rey, no hubo modo ni manera, me mantuve con firmeza en lo mío.
Desde allí en adelante, casi como dando la razón al Contralor, empezamos a sentir el hostigamiento que los árabes venidos hasta de otros confines comenzaron a hacer. Luego se dio la tan esperada independencia, y con ello, la llegada del Rey Mohamed V, hombre de gran visión, de un enorme y bondadoso corazón. Las cosas comenzaron a tornar en beneficio de las clases más necesitadas. Una vez acomodado en palacio, el Rey quien contaba con espías dentro de la casa del contralor, había sido informado de mi actitud. Una tarde fui convocado a Palacio. Desconocía la intención o mismo el motivo, llegué lleno de pavor, se me hizo esperar, llegado mi turno, en la audiencia me hizo saber que había sabido de mi comportamiento, de mi fidelidad, de mis buenas palabras hacia su persona, me dio una medalla como condecoración por todo ello y un botón que representaba la amistad del reino para con mi persona. Ese día llamó a su fotógrafo y como si fuese yo alguien especial, o mismo un dignatario extranjero, se fotografió conmigo y me otorgó uno de los retratos.
El Rey se dejaba ver como un hombre de conciencia, con sentimientos, con gallardía, y sabiamente trataba a los judíos pues en nosotros confiaba más que en toda su gente, por ello sus empleados tanto en la cocina como en las cosas que requerían de confianza eran judíos.
Pero las rebeliones al comenzar, nunca se saben cuándo o por qué acabarán, la nuestra aún con la Monarquía en el poder, apenas comenzaba, primero se escuchaban rumores de ciertos ataques hacia los nuestros. Motivo por el cual debía de incrementar la emigración de nuestro pueblo a la mayor brevedad, se organizaron grupos en los cuales el trabajo estaba bien detallado y repartido, unos de conseguir los medios económicos, otros la logística, documentos, transporte, etc. Se puede decir que sin la experiencia que ello debíamos de tener, las cosas marchaban bien.
Uno de esos días en que había aparcado mi coche como de costumbre frente a la casa del contralor. Una turba de árabes se dirigía con las peores intenciones a la casa, lo hacían portando palos y cuchillos, alardeaban de su fuerza, exclamaban que querían sangre, ese día casualmente el contralor no se hallaba en la casa, estaba su esposa y sus hijos. Nosotros no sabíamos qué hacer, se me ocurrió ir a la planta alta y con todos lo míos creímos guarecernos de ese modo.
Los gritos iban creciendo, esos hombres como fuera de sí, venían a cometer fechorías. Unos con otros se contagiaban de esa rabia que no se sabe de dónde nace, pero que tan sólo acaba luego de las desgracias. Lo primero que hicieron fue darle fuego a mi coche. Lo vimos arder sin poder hacer nada para evitarlo. La mujer del contralor vestida con una entereza que ese día salvó su vida, tomó un arma y comenzó a disparar al cielo, los hombres no acostumbrados al ruido ocasionado por las explosiones supusieron que los mismos procedían de mi hogar, uno dio el grito que hizo a los demás girar, aquél hombre dijo que había sido de la casa de los judíos de donde había escuchado las detonaciones, y estos sin pensarlo ni un segundo mudaron su rencor y odio a mi casa. Viendo lo que estaba por venir, sin armas con qué presentarme a la defensa, me subí a la parte más alta de la casa, donde previamente había encendido unos vasos con velas para que los Tzadikim velaran por los míos. Mi familia pensó que estaba loco, con el cuerpo y la mente llena de fe, tomé el retrato que unas semanas antes me había hecho con el Rey y levantando los brazos al cielo, se los mostré a todos ellos, mientras tanto, la turba no se detenía, llenos de un malestar que imagino carecía de alguna razón lógica, vi una y decenas de piedras cómo pasaban por mi cabeza, y milagrosamente, ellas lo hacían, sin que ninguna hiciera blanco en mi persona. Esto continuó así hasta que alguno de los jefes se dio cuenta del retrato y gritó que no me hicieran daño pues nosotros éramos amigos del Rey y de pasarnos cualquier cosa, luego el Monarca tomaría represalias contra ellos.
Así, un momento de inspiración y de bondad del Rey quien se había criado en un casa judía en Fes, salvó ese día nuestras vidas y nuestras propiedades. Pero el día cero había llegado para nosotros, ya nada justificaba el poner en riesgo a mi familia. Jamás me perdonaría que esto pudiese volver a suceder.
Tomada la decisión, vendimos como pudimos nuestra casa, algunas pertenencias y las demás fueron repartidas entre la gente que sabíamos requerían de ellas. Esto se hizo, no sin antes avisar a nuestros correligionarios de que lo que estaba por venir era de pronóstico reservado. Mi recomendación fue de que tenían que salir de allí, lo más pronto posible.
Nos fuimos a Melilla, ciudad de la que provenía mi esposa y en la que había muchos familiares y ver tantas sinagogas, nos daba un aire fresco, además que estábamos claros de que esta ciudad nunca sería tomada por los moros, los españoles eran como un poco más civilizados y aunque su pasado, llevado a unos siglos atrás habían sido enemigos nuestros, y tenían en sus conciencias lo ocurrido durante la Inquisición cosa que se notaba en sus formas de trato, en su manera de vernos, en su modo de hablarnos, pero era otra gente, y mismo al ser los judíos una parte importante de la población, esto nos daba cierta tranquilidad. Apenas llegamos a Melilla, conseguí un local y abrí mi negocio, Joyería la Estrella de Oro. Vivimos desde el año 1957 hasta el 1961, fueron cuatro años apacibles, llenos de satisfacciones, de logros, de desarrollo comunitario y de un acercamiento mas cercano a nuestra religiosidad. En Taza nacieron ocho de mis hijos, dos en Melilla y Dios me concedió el honor de tener el último en Israel.
Estar ubicados en Melilla nos permitía hacer negocios con los distintos puntos, llevaba y traía mercancías (oro), aproveché e importé coches, que vendía con buenos márgenes en Melilla, y sin darme cuenta me convertí en un empresario internacional, ya que efectuaba compras y ventas entre España, Marruecos y Marruecos Francés.
Viniendo en uno de mis viaje de Nador, fui tomado por los guardias árabes, se me acusó de promocionar y ayudar al sionismo, el enviar judíos a Israel era penado con años de cárcel y hasta con la misma muerte si uno se descuidaba. Fui llevado a Uzda, en donde ellos contaban con un tribunal que podríamos llamar disciplinario. Debo reconocer que varias de las oportunidades en que me enfrenté a la muerte, la suerte no me abandonó, pasé horas encerrado, hasta me desnudaron, me sentí vejado, me iban a dar de latigazos, y en ese momento en que uno no puede ver luz, recordé de mi experiencia pasada. La condecoración del Rey, en mi casa estaban la foto y la medalla que me habían otorgado, pero desde el mismo primer día porté el botón real que demostraba a extraños que había sido un hombre cercano y premiado por el Monarca. Cuando realicé que lo tenía, se lo enseñé al que me custodiaba, le expliqué para no dejar dudas, de su importancia, desde ese instante todo cambió, él se debía comunicar con sus superiores, mas sin embargo, no quiso correr riesgo conmigo, me dejó caminar a mi antojo por la comisaría, se me ofreció té moruno y hasta me dejaron que hablara con un moro que estaba en la calle, pero cerca de nosotros. Yo sabía que la familia de mi mamá vivía en ese pueblo, los Murciano, les envié un papel para que supieran de mi suerte y le dijeran a mi familia en dónde me encontraba. Al rato llegaron, ellos eran gente de honor y conocidos de los guardias, ya se veía que la libertad estaba pronta a llegar, ese miedo, ese temor a lo peor estaba pasando. Y por segunda vez en mi vida, la imagen del Rey, salvó mi existencia.
Y es una verdad que salvó no sola la mía, la de los míos la de muchos judíos, debo recordarles algo que ocurrió aquella vez que fui llamado en la casa del Contralor Francés, se me pidió casi con exigencia que estampara mi firma en contra del retorno del Rey, me negué a hacerlo, le hice saber que el Rey era un buen amigo de los judíos, lo hice consciente de que así era, no estaba por saber que uno de los empleados luego le contaría mi acto de heroísmo al Monarca y todo lo que esto conllevó después. Si, después, y es que al los moros sentirse dueños y señores del territorio, no se dieron tiempo de espera, desde el mismo instante que fue anunciado el retorno del Monarca, ya ellos declararon a los demás como enemigos del régimen, que se aplacó tan sólo luego del episodio que ocurrió en mi casa el Rey ordenó a sus soldados que salieran en un carro con megáfonos gritando que estaba prohibido meterse contra los judíos, que aquél que osara hacerlo sería severamente castigado. No les conté que luego del episodio que nos pasó, luego de ver nuestro coche arder, sabiendo que la esposa del Contralor corría peligro de vida, y al final al descubrir en contra de nuestros deseos a ese grupo de moros acalorados, fuera de si, tratando de tomar venganza contra nosotros, un frío polar, penetró en mi cuerpo y aunque durante la acción me mantuve firme y fuerte, luego de haber transcurrido ese episodio tenebroso para mí, no tuve fuerza ni coraje para volver a salir a la calle durante una semana estuve recluido y sin mucho ánimo dentro de mi casa, esto, hasta que la tranquilidad de la paz, me permitió pensar en la mudanza, en el traslado a otra ciudad.
Como les he venido contando, Melilla fue una ciudad que nos acogió con todo el calor de nuestra gente, la alegría de vivir con esa mezcla de gente, donde su población estaba compartida en casi por igual entre judíos, cristianos y moros, en la que se notaba el respeto de unos a los otros, en donde se vivía una especie de confraternidad casi de modo forzado, pues por ser tan reducidos sus límites territoriales, la gente se conocía casi por nombre o apellido y en el peor de los casos por la profesión de ellos o de los integrantes de la familia. Uno podía preguntar a qué familia perteneces y de plano se hacía una idea del tipo de persona que por lo general podría ser. Pero debemos volver a mi encierro, a mi encuentro con el miedo, con el terror. Hasta ese momento jamás se había paseado por mi mente la posibilidad de hacer Aliá con mi familia. Sí me ocupe de que otros la hicieran, pero ya había llegado el momento, la señal desde arriba ya había sido enviada, debía darme cuenta y lo hice. No me volverían a meter preso por judío ni por ayudar o colaborar con ellos para sacarlos de sitios en donde la libertad estaba siendo apresada, en lugares, en los que no existía la libertad de credo, o donde mi familia corriera riesgo de muerte, a menos que fuera luchando, trabajando y amando a mi tierra prometida, con esto claro, el destino era Israel, el momento ya no podía dejarse esperar. Había que correr, el tiempo se nos hacía corto y, en 1961, volvimos a levar anclas. Pero esta vez era una despedida en que quemábamos los barcos, nada nos haría volver. Era la hora en que uno se encuentra con su futuro, donde las incertidumbres no se asemejaban a las primeras cuando tuvimos que venir a Melilla, ahora ya no lo sentíamos como obligación, se comenzaba a saborear el placer de poder estar en la tierra de nuestros ancestros, en el mismo lugar en donde se escribió la Toráh, en lugares en los que pisaron Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, el Rey Salomón y tantos otros. Fueron noches y días en los que el placer nos llenaba de dicha, es indescriptible la sensación que uno comienza a dar como cobijo, en el preciso momento en que se piensa en irse a vivir a Israel. Pareciera ser como que los Tzadikim nos estuviesen esperando, como que entráramos a un espacio tan especial que nos hacía ver como otra gente. Mejor gente, más judíos.
Ya en los últimos momentos estábamos dispuestos a hacer Aliá, justo, cerca de Pesajh, mi hija Alicia conoció a un buen hombre, había nacido en Tetuán, era religioso, estudiado en Londres, amigo de mis amigos, los Benzaquén con quienes había sido compañero en la Yeshiva en sus estudios rabínicos, él, como agradecimiento quiso venir a conocer a los padres de sus amigos, y en una festividad, al encontrarse con Alicia, quiso formalizar relaciones, se quería casar con ella, no tuve inconvenientes en dar mi aprobación, lo único fue que la condicioné. Permití un compromiso formal en Melilla, pero la boda, debía hacerse en Israel, no estaba dispuesto a desmembrar a mi familia. Este joven se llama Rabino Simón Truzman Bendayán,
A la llegada a Israel, como nuevo inmigrante se me permitió llevar una camioneta y con ella hice transportes a una fábrica de textiles. Más tarde con un socio, un amigo, llamado Susan, conocido de Marruecos monté una compañía distribuidora de víveres que llegábamos a diversos puntos en casi toda Israel. Luego de estar instalado y produciendo, me inscribí en Moatza Datit, era por así decir una especie de alcaldía religiosa, era una tolda político religiosa. Entre tres amigos, hicimos una sinagoga.
Al comenzar yéndome bien en los negocios, adquirí un camión y puse como chofer a un Persa, era una excelente persona, al tiempo descubrimos que era tío de Katzav quien al poco tiempo llegó a ser Presidente del Estado de Israel. Vino a visitar a su sobrino y lo conocí, él era periodista, de Jediot Ajaronot. La entrevista se basó en el encuentro que tuve con el Rey, y cómo su retrato en un momento determinado, pudo salvar mi vida y la de mi familia.
Este artículo fue significativo en su carrera, a niveles que generó entre nosotros y también motivado a que su tío trabajaba conmigo, a que forjáramos lazos de amistad y, esta misma se vio una vez que logró llegar al la Presidencia de Israel, nos mandó a llamar a palacios, nos dio un banquete, nos hizo conocer todo el complejo y al final llamó a uno de sus fotógrafos, le dio órdenes de que nos fotografiara y al tener la misma en sus manos, con gran parsimonia haciendo una analogía, me dijo: "En Marruecos te fotografiaste con el Rey, ahora tienes una foto con el Presidente del Estado de Israel" fueron palabras que me hicieron sentir el orgullo de vivir en el sitio escogido, supe en ese momento que mi determinación de venir acá había sido más que correcta. La prueba de nuestra democracia estaba tangible y el sentir humano de nuestros gobernantes también.
Puedo decirles que me retiré a los sesenta años, duré 23 más conociendo a mi nuevo país, a la gente, estudiando lo que siempre anhelé, religión, vi crecer a mis hijos. Y luego tuve un derrame cerebral que al final dio fin a mi existencia, pero debo dejar a mi hija Alicia que nos siga contando algunas cosas que yo no pude vivir, son parte de la historia de mi familia y merecen ser contadas.
Bueno como contó mi padre, conocí a quien más tarde fue mi esposo en los últimos días de nuestra estadía en Melilla. Nos comprometimos, y él, vino a Israel, donde nos casamos, y tuvimos tres hijos un varón Menajem y dos hembras Sara y Tirtza que viven en Montsi N.Y., en el año de 1967 él sirvió en el ejercito como soldado. Terminada la guerra ocurrió un terremoto en Venezuela, país en que su familia estaba residenciada, quiso venir a ver cómo estaban, estuvo unos tres meses, trabajo en la ciudad de Maracaibo como moré y como Rabino, me preguntó si deseaba trasladarme a Venezuela, a mi negativa, se vio en la necesidad de retornar, se regresó a Israel y luego en el año de 1969 recibió una oferta de trabajo como Rabino para la comunidad judía de Curacao. Cinco años que permanecen en nuestras memorias como un tiempo tranquilo, de logros y felicidad.
En ese entonces fue llamado de Caracas para trabajar en el colegio Yavne, con el que se dio por entero durante dos años y fue el Rabino Principal de La Unión Israelita de Venezuela quien le ofreció el puesto de Rabino auxiliar y al aceptarlo lo acompañó durante 25 años. Pasado este tiempo, las nuevas directivas conformadas por gente joven con otra ideas, con deseos de cambio, querían que rezara empleando el micrófono en Shabat, viendo que no se podía negociar, se vio obligado a renunciar. De allí, pasó a dirigir la Gran Sinagoga del Rabinato y es este año de 2008 de nuevo, al acercamos a Pesajh, que pensamos ya en el retiro.
Por ahora la meta está en la ciudad de Miami, en donde piensa seguir estudios judaicos y, si Dios quiere y logramos motivar a nuestro hijo, el destino final sería volver a Israel, país que es algo más que eso, tierra en donde mis seres más queridos están enterrados y dónde nueve de mis hermanos viven con sus familias desde que con mis padres llegamos procedentes de Marruecos.

Samuel Akinin
Datos del Cuento
  • Categoría: Históricos
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