Jaime esperaba en la última mesa de la cafetería, ella tiene que venir, se decía a cada instante.
¡Cómo había esperado ese momento! Le habló por teléfono, después de una corta plática, acordaron la cita, sería a las 5:00 de la tarde en la cafetería “Sofía” justo como su nombre ¡que bello era! Colgaron, y comenzó la larga espera de Jaime.
Jaime no pudo dormir esa noche, ni las otras tres que faltaban para la cita.
¡Hola niña hermosa! No, no, muy cursi, ¡Como te va nena! No, eso era muy vulgar, ese no era el trato que se merecía Sofía, ella era la mas bella mujer que habitaba el planeta, tan frágil como una hoja de cristal muy delgada, tan apasionante como la Luna, tan, tan, tan hermosa, que para Jaime era la mujer perfecta.
Pasaba su tiempo escribiéndole decenas de poemas que nunca le enviaba, escribiéndole cartas que nunca llegaron a sus manos pero eran tan apasionantes, que cualquiera hubiera pensado que estaba loco, si, loco de amor.
Iba de jeans claros, camisa color amarilla y una chamarra de cuero desprendiendo un olor a una colonia muy cara, un olor que llegaba a todas partes de la ciudad, muy apuesto, pensaban las chicas que pasaban a su lado, eran realmente bellas pero a el no le interesaba, a el lo único que le importaba en la vida era: Sofía y nada mas.
Se imaginaba a los dos caminando sobre la lluvia a la orilla del mar, sin preocupaciones ni prisas, solo Jaime y Sofía y después un tibio beso que los comprometería a que se amarían toda la vida y serían felices eternamente.
Ella tiene que venir, lo decía cada vez mas fuerte, comenzaba a babear, ella tiene que venir, ¡ella tiene que venir! Lo gritaba hasta que de nuevo se tranquilizó. Tal vez se le hizo un poco tarde.
No se dio por vencido, permaneció ahí cuando las luces de la ciudad se van prendiendo como pequeñas estrellas en el firmamento y hasta cuando lo sacaron a la calle, y llorando se fue a su casa.
Sofía para Jaime era perfecta, pero tenía un defecto muy grande, Sofía no existía.
© HUGO ANGEL CERVANTES MARTÍNEZ