Uno puede creer que todo lo sabe, y aunque los libros le dicen que no, que uno siempre sabe poco o nada, hay algo dentro, casi enterrado sobre lodo de ideas que "sabe".
Salí de mi centro laboral y me encontré con dos amigas. Le conté acerca de algunas cosas vividas, de un accidente que pude haber tenido, de mi insensata no visita a mi padre, etc. Las dos me miraban con los ojos abiertos y los oídos también. Habría pasado como un par de horas cuando una de ellas me contó una historia que me puso a pensar acerca de mi vida...
Ella decía que acababa de llegar de la India, ella tiene veinte años, y que durante toda su estadía aprendió una cosa muy importante. ¿Qué es?, le pregunté. A confiar en la vida... Todo lo que me aconteció fue bueno o malo pero todo me llevó hasta aquí, al lugar en donde estoy con la gente que quiero, amo, respeto... Agregó que su vida estaba complacida, que había visto a un maestro, que le siguió a lo largo de dos años y que nunca le faltó nada, es decir, que su soledad estaba cubierta por algo que no entendía pero que sí sentía como esos brazos que nos da el Creador. La miré a los ojos y me sentí muy pequeño, y que sí sabía algo no era lo suficientemente grande como esa realización que una muchacha de veinte años.
Nos despedimos y mientras retornaba a mi casa sus palabras hacían eco en mi alma, como esos gongs que suenan una y otra vez anunciando un sentimiento lejano, muy lejano pero añorado. Dejé de pensar. Cerré los ojos. Los abrí y continué caminando hasta llegar a mi auto. Subí y antes de encender el auto me ahogó un sentimiento, uno de esos que lo hacen reír a uno de alegría cuando siente el amor a sí mismo, o hacia algo tan bello que le sonríe como un sol. Cerré los ojos nuevamente y pude ver una luminosidad que se abría en medio de mi oscuridad como un sol en el universo. Me detuve y sentí que iba a morir pues todo mi cuerpo empezó a enfriarse... No sentía mi cuerpo, las fuerzas se iban como blancas palomas, mi vos se me iba como los últimos suspiros... pero esa luz, esa luz era tan hermosa, tan generosa que si ella me llamaba me tiraba con todo en sus brazos, o esos rayos llenos de luz... Iba a morir cuando sentí que la muerte me escupía hacia la vida. Abrí los ojos y la noche aún latía en todo el universo. Fue bello sentir la vida con mis achaques, mis anhelos, miedos, todo... fue bello sentir confianza en la vida, así como esos niños que se lanzan al vacío cuando es su padre quien lo llama...
Prendí el motor de mi auto nuevamente y continué mi marcha hacia mi casa, y mientras manejaba mi alma esbozaba una sonrisa, así como la media Luna que en ese instante se expresaba del juego humano entre la vida y la muerte...
San isidro, marzo del 2006