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Vuelo 3218

Vuelo 3218


El vuelo había sido, digamos normal ya que el retraso en el aeropuerto de la Ciudad de México entraba dentro de lo que podemos considerar normal. A pesar de que mi boleto estaba pre-documentado, de cualquier manera tuve que hacer fila para documentar mis maletas que aunque se trataba de un viaje relacionado con mi trabajo y por la diferencia en climas no me salvaba en esta ocasión de dos maletas, una que documenté y otra en la que llevaba propiamente mis papeles de trabajo así como mi computadora personal, Pasaporte, Tarjetas de Crédito, Licencia de Conducir, etc.

La semana había sido ciertamente difícil ya que por cuatro días se nos fue en junta tras junta, bueno hasta la hora de comida la tuvimos que ocupar trabajando aunque esto fue en algún restaurante de la Avenida Insurgentes por la zona sur. Solo el receso que marcaba el regreso a la oficina, la cual se encontraba en el piso veinte de uno de los edificios mas recién construidos, podíamos estirar un poco las piernas y platicar de otro asunto que no estuviera relacionado con el trabajo.

Los temas fuero bastante variados, desde la olimpiada que acababa de suceder escasas dos semanas hasta de tratar de componer políticamente al país, temas por demás intrascendentes pero que nos permitieran pensar en otras cosas aparte del Proyecto que nos ocupaba desde hacía cuando menos dos meses atrás. Se trataba básicamente de la introducción al mercado norteamericano de servicios de internet, algo así como ir a vender cajetas a Celaya o tratar de venderle Chiles a Herdez, bueno así lo comentábamos entre nosotros, pero el hecho es que estaba muy adelantado, al grado de que los viajes a la Unión americana se hicieron muy frecuentes y cuando menos allá me pasaba de tres a cuatro días a la semana.

La oficina ofrecía una vista esplendorosa sobre todo al atardecer cuando virtualmente el sol se ocultaba por las montañas al poniente de la ciudad. Ofrecía un variado y armonioso valet de tonos que iban desde el rojo encendido hasta el azul oscuro preludio de la noche, aunque en esas fechas los días eran largos y más por el horario de verano ya que aún a las ocho de la noche contemplábamos los últimos rayos de sol en el ocaso.

Además que en la dirección poniente vivía Pamela, mi prometida y aunque no podría haber distinguido su casa ya que cuando menos se encontraría a unos diez kilómetros de distancia, la imaginación me permitía verla llegando en su auto rojo de reciente modelo, la imaginación me dejaba ver cuando desde su auto accionaba el control remoto con el cual se abrirían las puertas de la cochera, algo raro pero después de imaginar como se cerraban de nuevo la hojas del portón, ya no me imaginaba nada más.

A decir verdad hacía ya algunos fines de semana que no había tenido tiempo de verla y tan solo me conformaba con llamadas desde mi celular ya que no era raro que me encontrase volando ya fuero de la Ciudad de México a de regreso.

Pamela era una persona que a sus escasos veintidós años era consejera y asesora de una firma de abogados, sus alcances eran bastos ya que además del español y el inglés, dominaba el francés, el alemán y recientemente había iniciado el aprendizaje del japonés, mismo que alternaba con sus estudios de maestría por Internet sobre Relaciones Laborales.

Su principal distracción era la compañía de su mascota favorita, una hermosa Collie que además de buena guardiana tenía en su haber varios listones que reconocían su inteligencia.

Otro de sus pasatiempos era la música y en particular la Clásica y más sí se trataba de composiciones de Katchatorian, Mozart, Beethoven, Strauss o Bach. Alternaba su tiempo frente al monitor con los magníficos sonidos salidos de alguna de las composiciones de los clásicos como fondo musical.

Bueno, estos gustos no obstaculizaban para nada si habilidad para el baile y cada vez que podíamos salíamos a alguna Disco y pasábamos buenos ratos sin que su increíble vigor se aminorara en las varias horas que podía haber pasado bailando los ritmos de moda sobre todo los relacionados con música de Bandas.

A Pamela la conocí en el centro de idiomas aunque en lo personal apenas si podía sacar adelante mis estudios de inglés ella me aventajaba ya con su tercer lenguaje y el inicio del japonés. Estaba yo hablando por teléfono con mi hermana y ella entró, se sentó en la barra de la cafetería del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras de la Universidad Nacional Autónoma de México en el sur de la Ciudad de México, entre sorbo y sorbo de café leía una revista sin aparentemente preocuparse por su alrededor. La discusión con mi hermana era sobre el lugar para festejar las ya próximas fiestas de independencia, ella insistía en reunirnos como era costumbre en casa con mamá y papá y mi posición era de que deberíamos de pasarla en algún restaurante de los de modo sin preocuparnos por el servicio o por lavar los trastes mismos que invariablemente me tocarían a mí.

El tono de mi conversación creció un poco y sin darme cuenta ya estaba casi gritando al grado de que llame la atención de casi todas las personas que se encontraban en la cafetería, lo que afortunadamente no eran muchas.

Como llevaba algo deprisa, al terminar mi conversación con mi hermana, me dirigí a la barra y consultando el no muy extenso menú, me decidí por algo ligero pero sobre todo acompañado por una buena taza de café cuyo aroma había despertado mas que mi apetito mi curiosidad por verificar sí efectivamente sabría tan bien como olía. Recordé mis viajes consecuencia de la supervisón de la instalación de un sistema centralizado de comunicación computarizada a la Ciudad de Xalapa, donde verdaderamente me deleitaba con el café de Córdova que especialmente el Director de Operaciones de la compañía a la que prestábamos el servicio, hacía traer especialmente para nosotros.

- Bueno, ahora ya sabemos todos dónde pasaras las fiestas patrias.

- Disculpa, creo que hablé demasiado alto, pero la comunicación no es del todo clara así que lamento mucho haberlos importunado con mi conversación.

- No te preocupes, suele suceder, además es muy incomodo para cualquiera que utilice este teléfono, a mí ya me ha sucedido.

- Me preocupa que algún día me distraiga y todos se enteren de alguna conversación no muy adecuada.

- ¿Con tu novia, por ejemplo?, ¿O tu esposa?

- No tengo novia ni soy casado.

- Te he visto en el CELE, ¿Estudias aquí?

- Si, casi termino el nivel intermedio de inglés, ¿Y Tu?

- Bueno también estudio aunque otro idioma.

- ¿Sí?, ¿Cuál?

- Bueno, estudio el japonés.

- Ah, muy interesante, aunque debe de ser algo difícil.

- Pues si ... algo difícil.

Para esto ya habíamos terminado nuestros respectivos desayunos y como íbamos hacía el CELE, después de pagar cada quién sus respectivas cuentas, nos encaminamos a nuestros respectivos salones de clases.

- Me dio mucho gusto conversar contigo, espero no sea la última.

- Pues estamos en el mismo Centro así que creo nos seguiremos encontrando.

- Buena suerte.

- Gracias, igualmente.

Tomó camino diferente al mío ya los salones de enseñanza de japonés estaban opuestos a donde se encontraban los de inglés.

- ¡Oye!, ¿Cuál es tu nombre?

- Pamela, ¿Y el tuyo?

- Juan Ramón.

- ¡Mucho gusto Juan Ramón!

- Mucho gusto Pamela

Aquel fue nuestro primer encuentro el que marcaría nuestras vidas hasta el momento en que escribo estas líneas.

A pesar del entendimiento entre los dos éramos lo suficientemente opuestos como para no entender el por qué de nuestra magnifica relación. En realidad en lo único en que coincidíamos era en el gusto por la música clásica pero solo y nada más ya que ella gustaba de toda la demás música dependiendo del lugar y la situación en que se encontrase así cuando escuchaba Salsa o Banda, se prendía y empezaba a bailar llevando una maravillosa concordancia con las notas, digamos que siempre ella llevaba la pauta en eso del baile y yo solo la acompañaba, ella era una asidua de cuanto libro estuviera a su alcance mientras que yo prefería encerrarme frente al monitor descubriendo alguna página en el Internet, donde si la adelantaba era en la cocina ya que a mi me gusta la preparación de platillos elaborados y sobre todo los muy condimentados.

A todo esto yo le llevo diez años a Pamela, aunque esta diferencia no ha sido obstáculo para tener una armoniosa relación.

Nuestros planes futuros estaban enfocados a casarnos en un año más o menos ya aunque aún no habíamos definido la fecha sabíamos que ocurriría en es plazo es más habíamos iniciado los preparativos y en cuanto al templo donde nos casaríamos ya lo habíamos seleccionado así como lugar para la recepción, ambos por el sur de la ciudad.

Un precioso y acogedor templo por el rumbo de Coyoacán y para la recepción seleccionamos la Antigua Hacienda de Tlalpán asentada en las cercanías de la Delegación de Tlalpán. Los demás detalles importantes como el vestido de novia era un asunto en el que yo en particular tenía prohibido inmiscuirme ya que a pesar de ser una chica moderna tenía muy arraigados las costumbres ancestrales, así que eso era total responsabilidad de la familia de ella.

Por mi parte lo que más me preocupaba era lo relacionado con los asuntos periféricos a la boda así como los demás preparativos inherentes a las participaciones, planeación de nuestro viaje de Luna de Miel, Fotografía, Video, Adornos para el Templo y para el Salón de la Recepción. Desde luego alguno de estos de talles los compartíamos y aprovechábamos los fines de semana para atenderlos así como por ejemplo la selección del menú o la música y el conjunto tanto para el Templo como para la recepción.

Yo estaba consciente que el atuendo propio para mí era cuestión de unos cuantos días antes de la fecha que fijásemos, afortunadamente las tallas comerciales embonaban perfectamente en mi humanidad y si acaso el largo de los pantalones habría necesidad de efectuar algún arreglo menor, los otros detalles eran aconsejados por mi hermano y mi padre mismo que estuvo atento a cuanto podría ayudarnos aunque no se metía directamente en nuestros asuntos pero siempre estaba atento para cualquier solicitud de nuestra parte la que atendía con diligencia y con muco gusto.

Volviendo a mis asuntos en la oficina estábamos en los últimos preparativos para el viaje de cuyos resultados representaban un gran paso para la empresa de la que soy socio junto con otras dos personas colegas de la escuela.

La oscuridad de la tarde ya casi noche empezó a reflejar más las imágenes de los que estábamos adentro de la sala de juntas que alternaban con las luces nocturnas de la Ciudad.

Ensimismado en mis pensamientos fui alertado por Carlos Alberto a fin de repasar por último la presentación en San Antonio, Texas del día siguiente. Escasamente me quedarían tres o cuatro horas a lo sumo de sueño antes de despertar y dirigirme al aeropuerto.

Mi compañero de asiento era un señor de unos cuarenta años acompañado de sus dos hijas, dos jovencitas y su esposa, ellas unos dieciséis y catorce años inquietas a más no poder. Regresaban de un viaje de reconocimiento familiar, es decir, las hijas nacieron en Estados Unidos y el matrimonio era originario de México, ella de una localidad cercana a la Ciudad de Puebla, Santa Bárbara de Almoloya, él nacido en la Ciudad de México y por lo tanto mi paisano.

Él era de profesión Ingeniero Oceanógrafo, ella Contadora Pública, radicados en Corpus Christy, Texas desde hacia ya veinte años, se conocieron allá y establecieron su residencia en ese precioso puerto y muy renombrado a últimas fechas por la circunstancia de haber acontecido la desaparición de una cantante muy famosa dentro del Movimiento de la Raza, su nombre Patricia.

Carlos Alberto era Ingeniero Residente del Instituto de Investigaciones Oceanográficas con sede en el Puerto de Corpus Christy, ella era catedrática de la Universidad del Mar, impartía las cátedras de Costos en licenciatura y la de Estadísticas en Post-Grado.

La forma en que se habían conocido era de lo más raro o mejor dicho bastante fuera de lo habitual. Sucede que tanto Carlos Alberto como Patricia tenían una amiga común a la que habían conocido en circunstancias diferentes ya que mientras Patricia fue su compañera en la secundaria y preparatoria Carlos Alberto fue compañero de trabajo en un lugar que jamás hubieron de haber imaginado, sucede que en época de las olimpiadas en México se requirieron personas que dominaran algún idioma aparte del español y tanto Carlos Alberto como esa amiga conversaban bastante fluido el inglés, así que no tuvieron ningún problema en encontrar un empleo temporal durante los preparativos y el transcurso de las olimpiadas.

Carlos Alberto tenía en esas fechas dieciocho años y sucede que casi al terminar las justas deportivas, la pasión por la velocidad llevo a su amiga volar materialmente montada en una Susuki por la carretera antigua a Cuernavaca. Al llegar al Cantil del Mirador no la pudo controlar y sus sueños de velocidad quedaron esparcidos y confundidos entre hierros retorcidos de lo que quedó del infernal aparato.

A los servicios propios de esas circunstancias tanto Carlos Alberto como Patricia asistieron con la pesadumbre de quien ha perdido a un amigo y repitieron la involuntaria cita a los treinta días en la que se celebró una misa por el eterno descanso de la amiga común. A la vez uno de los asistentes era a la sazón vecino de Patricia y compañero de escuela de Carlos Alberto así que la convergencia en amistades de nuevo cruzaba los destinos de los dos. Pues sucede que al inicio del oficio del Réquiem Carlos Alberto y Patricia fueron presentados por su amigo en común, al salir del mismo se apresuraron a ofrecer trasladar a su casa a Patricia y considerando lo avanzado de la noche, aceptó gustosa.

Durante el trayecto platicaron cosas intrascendentes y como era época de Posadas los comentarios no se hicieron esperar, todos en son de broma y así hasta que llegaron a la casa de Patricia que se encontraba en el lado opuesto a donde vivía Carlos Alberto.

La personalidad de ambos hizo mella directa en cada uno de los dos y aunque hubo cierta química no sobrevino comentario alguno así que simplemente se despidieron y solamente quedó una tibia posibilidad de reencuentro.
La temporada pasó con la rapidez de las circunstancias y no fue hasta que pasada la Navidad Carlos Alberto preguntó a su amigo por el nombre y el teléfono de ¿Leticia?, No, no era ese su nombre ... ¡Patricia!.

- Anda dime cuál es su teléfono.

Espeto Carlos Alberto a su amigo, a lo cual este hizo oídos sordos y ni de broma quiso decirle ni dirección ni teléfono.

Carlos Alberto por fin recordó su apellido y se dio a la tarea de buscar en el directorio telefónico la forma de contactarla. Recorrió desde el principio del listado de su apellido uno a uno cada teléfono y en cada uno de ellos la pregunta así como la disculpa era la misma.

- ¿Me puede comunicar con Patricia?

- Aquí no vive ninguna Patricia, ¿Qué número marcó?

- Disculpe creo que me equivoqué.

- No hay cuidado.

Por fin y después de cuando menos dos docenas de intentos alguien respondió.

- Patricia no está en este momento en casa, debe de estar en su trabajo

- ¡Ah!, Mira no traigo mi agenda en este momento y no recuerdo su teléfono, ¿Podrías dármelo?.

- ¡Claro!. Es el 36-24-83.

- Gracias

Soltó un suspiro de satisfacción, como sí hubiera alcanzado un logro en su carrera.

- 3-6-2-4-8-3. Escuchó el sonido propio de llamada del teléfono y conteniendo la respiración pensó en lo agradable de que Patricia contestara directamente el aparato.
- Dirección de Contraloría, Patricia a sus ordenes

Tragó saliva y por fin se animo a preguntar.

- ¿Patricia?

- Sí. ¿Quién habla?

- Soy Carlos Alberto. ¿Me recuerdas? Nos presentaron hace como un mes en una misa de Difuntos.

¿Carlos Alberto?, ¡Ah! Si claro, cómo has estado, ¿Quién te dio mi teléfono?

- Bueno eso es un historia muy larga, así que ... ¡Te invito a tomar un café y ahí te la cuento. ¿Te parece?.

- Pues ... si ... está bien ... pero.

- No te preocupes, será cuando tu dispongas de tiempo, yo entiendo que es fin de año y los ... compromisos ... pues ...

- Bueno tu sabes que los compromisos en casa nos ocuparán propiamente todo la última semana.

- Bien. ¿Qué te parece si regresando de fin de año nos vamos a tomar un café?.

- Me parece muy bien.

- ¿Dónde trabajas?

- En unas oficinas en el Centro Histórico de la Ciudad en los Portales del Zócalo, entre 5 de mayo y 16 de septiembre.

- ¡Ah!, Entonces, trabajas el ... 11 de julio.

- ¿?

- Disculpa es una broma, como dijiste que trabajas entre 5 de mayo y 16 de septiembre.
- Ah, ya entendí

- Pues, paso por ti a tu oficina, bueno, sí aceptas

- Nos vemos en la esquina de 5 de febrero y 16 de septiembre

- De acuerdo, paso el 2 de enero, puras fechas, a las cinco de la tarde, ahí estaré puntual.

- De acuerdo, ahí nos vemos.

La cita quedó establecida y los dos puntuales llegaron a la misma, después de un breve saludo se encaminaron al Café de París donde paladearon sendas tazas de aromático café de Córdova. Platicaron temas intrascendentes. La música se dejaba escuchar a un tono suave y a un volumen que permitía la plácida platica.

El tiempo pasó, Carlos Alberto liquidó la cuenta y se encaminaron a la calle de Motolinía.

Aunque ambos salían de sus respectivas ocupaciones, vestían muy adecuadamente como para ser una primera cita. Él se ofreció a llevarla a dónde tuviera que llegar y ella aceptó ya que desde el primer momento y a pesar de que Carlos Alberto demostraba ser un bromista que gustaba de jugar con las palabras quedaron prendidos uno del otro aunque en ese momento no se dieron cuenta.

Pues esa fue la primera de una serie de cita que tuvieron como intermedio las bodas tanto civil como religiosa.

Desde el principio fue una pareja que siempre llegaron a un acuerdo y como tal planearon su vida futura sobre todo desde el momento en que se dieron cuenta que sus vidas podrían seguir con un camino común.

Sus planes abarcaban desde el tipo del mobiliario, color de cortinas, la continuación de su desarrollo personal y profesional y hasta cuantos hijos o hijas esperaban procrear.

Todo en ellos, en su vida fue literalmente llevado por nota como una autentica sinfonía en la vida y como tal tuvo sus Oberturas, Allegros, Andantes, llegando a sus dos máximas obras, sus hijas; Nancy y Lucy, ambas nacidas en la Ciudad de México pero trasladas desde pequeñas a la Ciudad de Corpus Christy.

Con la compañía de Carlos Alberto, Su esposa Patricia y sus dos hijas esperamos que la Torre de Control diera la orden de avanzar al DC-10 una vez que el remolcador lo hubo de haber dejado alineado paralelamente a la pista que habría de tomar para efectuar su despegue El tráfico en esas horas era bastante congestionado así que debimos de haber esperado unos veinte minutos cuando menos para llegar a la cabecera de la pista. Por fin se escucho la voz engomada del piloto que alertaba a su tripulación para que tomara cada cual su lugar debido a que la nave se enfilaba para despegar.

Sentí la vibración propia del incremento de velocidad y el trepidar del tren de aterrizaje al soltar el contacto con el pavimento. Unos cuantos segundos y todo se tornó calma, como si estuviese embarrando mantequilla en una rebanada de pan, bueno por qué no pensé en el suave desliz de una patinadora sobre hielo creo que más que nada se debía al hambre que ya empezaba a requerir de algún paliativo sin pensar en opíparo desayuno ya que es por demás conocido lo raquítico que son las raciones en los vuelos de alcance mediano.

El letrero de “Abrochar Cinturones” se apagó, señal que en breves momentos las sobrecargo y no aeromozas porque se molestan, iniciarían su rutina de atender a los pasajeros, bueno hasta después de la consabida audición de un monótono mensaje, aunque útil, de seguridad, de uso de cinturones y de algunas otros mensajes que a base de escucharlos repetitivamente deja uno de ponerles la atención de los primeros vuelos.

Otro de nuestros compañeros de vuelo era Gerardo, Ingeniero Civil que se trasladaba a San Antonio para asistir a unas conferencias sobre Medicina del Deporte como Panelista para exponer su caso.

Gerardo había sufrido un Ataque al Miocardio, relativamente era joven ya que lo alcanzó a los cuarenta y cinco años, hubo necesidad de intervenirlo quirúrgicamente y fue sometido a una operación a corazón abierto. Estuvo en la Plancha de Operaciones más de seis horas y su recuperación fue lenta y desesperante.

Nunca se distinguió por su afición al deporte a no ser frente al televisor y el ejercicio lo practicaba únicamente con las mandíbulas, es decir, comiendo. Todas estas fueron sus propias confesiones.
Sus actividades siempre habían estado ligadas con la construcción de casas y como él mismo decía, se la pasaba como araña supervisando las obras desde la cimentación hasta el impermeabilizado de azoteas pasando por acabados, así que de esta forma suplió un tanto cuanto la vida sedentaria que le acarreaba el laborar en oficina.

Después de la operación inició su convalecencia y en el principio todo fue reposo absoluto hasta que su inquietud por falta de actividad y más que nada la relación con ingenieros y trabajadores lo desesperaban. Empezó a ejercitarse dando unos pasos, primero en su habitación después dentro de la casa, pasó al jardín y al cabo de dos meses ya caminaba dándole una vuelta a la manzana, claro siempre acompañado de alguno de sus hijos o de su esposa que en todo tiempo se mantuvo a su lado durante el largo periodo de convalecencia.

Las actividades de los hijos lo llevaron a acompañarles a sus partidos de Fútbol, la inactividad lo mantenía inquieto y empezó a trotar en uno de esos partidos. Inmediatamente que terminó el partido, le pidió a su hijo mayor que lo llevase al medico, de pronto esto causó alarma, sin embargo, después de aclararle que no se sentía mal sino que por el contrario se había sentido bien trotando y quería comentarlo con el medico que lo atendía.

Cuando llegaron a la clínica donde se atendía relató su experiencia al cardiólogo siendo que en desde ese momento fue puesto bajo la tutela de un medico especialista en medicina del deporte. Trotando se mantuvo por espacio de un mes diario e inicio con diez minutos incrementando diariamente hasta llegas a una hora y en ese tiempo se mantuvo. Para esto ya sus ejercicios los efectuaba en la pista aledaña a la Clínica.

Transcurrieron seis largos meses y del trote inició su terapia a basa de correr lo que siguió la misma secuela en cuanto a distancia y a tiempo. Al cabo de un año y medio de estar ejercitándose cumplió lo inimaginable ... ¡Terminó el Maratón de la Ciudad de México!.

Claro que no figuro entre los primeros lugares ni mucho menos pero el caso es que había terminado lo más de cuarenta y dos kilómetros y al ser revisado al final de la carrera tanto su presión arterial, pulsación y tiempo de recuperación mantenía asombrados a los médicos que lo estuvieron vigilando a lo largo del transcurso de la carrera.

Su caso fue muy sonado en la medicina del deporte y fue motivo de varios estudios por parte de diversas Universidades e Institutos de Salud llegando incluso a exponer su caso en varios Simposiums dentro y fuera de la República, principalmente en América y Europa.

A la fecha tenía en su haber; cinco Maratones de la Ciudad de México así como innumerables carreras de medio fondo.

La intención de su viaje era dictar sendas conferencias en las Universidades de San Antonio y en la de Corpus Christy en el estado de Texas.

El “desayuno” fue al más puro estilo de las aeronaves en vuelos de corto alcance, como decía uno de mis amigos; “la mitad de la cuarta parte de una ensalada de frutas y una galleta acompañada con jugo de paraguas, más conocido como taza de café y párale de contar”.

Después de hora y media de vuelo la nave se sacudió similar al choque de un autobús, aunque violento no fue como para alarmarse ya que, cuando menos para los que estábamos acostumbrados eso debió de haber sido una bolsa de aire. Creo que en general no le prestamos mayor atención a no ser por un discreto movimiento de las sobrecargo distrajeron mi vista y más cuando una de ellas se metió a la cabina de pilotos después de que un cierto código de luces y timbrazos insistentes, enviaba un mensaje cifrado al personal de vuelo. Sentí que ligeramente la horizontal del avión se inclinaba hacía la izquierda, lado contrario en el que nos encontrábamos Carlos Alberto, su esposa y yo.

De los altavoces se dejó escuchar la voz del capitán de vuelo indicándonos que nos abrochásemos los cinturones y evitar dejar nuestros lugares.

La nave se inclino hacía adelante como si hubiese iniciado las maniobras de descenso.

Pensé que aún no era tiempo de iniciar el descenso ya que según mis rápidas estimaciones faltaría más o menos una hora de vuelo. Pasaron no muchos minutos cuando de nuevo la voz del capitán se escuchó conminándonos a guardar calma ya que se veían en necesidad de iniciar maniobras de un aterrizaje forzoso ya que uno de los motores se había detenido.
La voz serena que salía por las bocinas nos mantuvo en cierta calma a pesar de que la situación era por demás nueva para muchos de nosotros por no decir para todos.

Fueron interminables instantes los que la nave bajó, bajó y bajó mientras el capitán trataba de informarnos que no existía ningún peligro ya que tomaría pista en el aeropuerto de la Ciudad de Reynosa, Tamaulipas. Después supe que se trataba de una de las pistas más cortas de todos los aeropuertos de la República, suficiente para efectuar un aterrizaje con una nave del tipo en el que volábamos siempre y cuando se tomara pista desde la misma cabecera sur ya que sus mil quinientos metros apenas resultan suficientes para la maniobra de aterrizaje.

Era claro que de la cabina de pilotos salía una voz calmada pero en realidad deberían de estar haciendo maniobras con los otros motores a fin de equilibrar la nave y lograr un horizonte paralelo a la línea que imaginariamente une las alas. Después me enteré que en realidad todos los motores del lado izquierdo se habían detenido.

De mis experiencias anteriores cuando hice arios viajes por la costa del Golfo de México supe que a una cierta altura, la maniobra de aterrizaje es totalmente manual, es decir, que el piloto tiene en sus manos el total equilibrio de la nave ya que las fuerzas de sustento, las de empuje y las de gravedad o sea el peso propio se descomponen dando una resultante en la que la gravedad es mayor a la suma de todas las demás siendo este efecto el que permite que la nave se pose en la pista.

A pesar de la habilidad del piloto y su tripulación a unos quince metros de altura, el lado izquierdo del avión bajó demasiado y rozó con la copa de unos árboles al inicio de la pista. La nave giró bruscamente a la izquierda y después a la derecha y así sucesivamente hasta en tres o cuatro ocasiones, se oyó el chirriar de las llantas y una espesa nube de humo formó una blanca cauda acompañante en todo el recorrido de su deslizamiento.

La nave bandeó de un lado a otro, salió de la pista por el lado derecho y en ese momento se escucho un fuertísimo trueno y alcanzamos a ver como entraba la luz unas cinco filas adelante de nuestros asientos. Las luces se apagaron, las mascarillas nunca cayeron, después me entere que solo caen en caso de descompresión, todos estábamos en nuestros asientos, no vi volar equipaje ni alguna otra cosa.

Los instantes transcurrieron a la velocidad de nuestro asombro y posterior al aturdimiento propio de la situación empezamos a reaccionar, Gerardo fue el primero en orientarse respecto a las salidas de emergencia, Nancy y Lucy a pesar de su escasa edad y desde luego nula experiencia en estas situaciones se preocuparon más por sus papá y su mamá que estos por ellas, bueno eso aparentemente,

Bueno aparte de las salidas de emergencia que las sobrecargo nos habían indicado a dos filas adelante de nuestros asientos se colaba un rayo de luz entre neblina y humo, ¿Humo? Esto puede ser peligroso, pensé, y aunado a un fuerte olor a turbosina. La verdad es que nunca antes había tenido oportunidad de oler la turbosina pero me imagine que eso ¡Era turbosina!.

Trate de pensar lo menos posible para no generar corriente eléctrica en mis neuronas y que llegase a representar un posible foco de ignición, ¡Qué babosada se me ocurrió!

En ese momento no pensaba en nada que no fuera salir, tanto Gerardo como yo ocupábamos los asientos de ventanilla ya que a decir de Carlos Alberto;

- Es mejor que las niñas ocupen lugares donde no molesten a los demás pasajeros sí es que tienen que salir de su asiento, por lo que sea.

Así que los asientos intermedios y los de pasillo eran ocupados por Carlos Alberto, Patricia y sus dos hijas de modo que estábamos encerrados.

Desde los primeros movimientos de la nave deje que los auriculares de mi Disc-Man vertieran las guapachosas notas de música caribeña de modo que no me di cuenta de cuantas melodías fueron transcurriendo ... El Manisero, Pare Cochero, Almendra, que me trajo gratos recuerdos de mi padre cuando nos platicaba acerca de sus correrías por el Salón México y sus diferentes etapas, a saber, “Cebo”, “Manteca” y “Mantequilla” que eran autenticas distinciones para los bailarines que sin importar su extracción social no se atrevían a pisar una superior sin haberse demostrado primeramente a ellos mismos que su capacidad para deslizarse por las pistas era merecedor de, precisamente de escalar el nivel superior hasta llegar a “Mantequilla” donde la Danzonera de Acerina hacia de las delicias tanto de oyentes como de ejecutantes.

También conocido como “Consejo Valiente”, verdadero nombre de Acerina, la permanencia de su orquesta y para deleite de los asistentes al famosísimo en sus tiempos Salón México, se eternizó. Pues ahí merito, según nos contaba mi papá le dieron o mejor dicho, se ganó una medalla de plata o sea la correspondiente al segundo lugar en uno de los concursos anuales que la misma administración organizaba y para lo cual se reunía lo más selecto de los ejecutantes de danzón.

Pues todos esos recuerdos como avalancha de una rota presa se vinieron sobre de mi como película que pasa en instantes ante las angustiosas vivencias de momentos tan críticos como los que vivíamos en esa situación.

La música seguía saliendo por los diminutos audífonos, mi Disc man quedó bajo el asiento, instintivamente salté por sobre el asiento y en menos tiepo que el que hubiera imaginado estaba en el pasillo tratando de ayudar a las sobrecargo a girar la manivela de la puerta, una vez abierta la puerta, automáticamente saltó hacía afuera una especie de tobogán amarillo por el cual empezamos a deslizarnos. La sobrecargo a la que había ayudado me grito que era conveniente que yo saltara primero para que ayudara a recibir a los demás pasajeros.

Instintivamente le obedecí y salté. El tobogán se depositó sin mucha inclinación y sobre un riachuelo de aguas negras. Este tipo de maniobra la había visto en alguna ocasión en una película así que con esa experiencia salté como sí se tratase de un trampolín y dejé toda mi humanidad en posición sentado estirando los pies.

¿Cuál no sería mi sorpresa que aquel arroyo tendría cuando mucho unos veinte centímetros de profundidad, de modo que la impresión de mojarme, de descubrir que se trataba de aguas negras y del golpe del segundo pasajero, cayó de súbito sobre mi espalda sin dar tiempo a reconvenir a los demás pasajeros sobre la preferencia de simplemente saltar sin hacer uso del tobogán. Repuesto de la sorpresa del impacto del pasajero que me precedió recibí a Nancy e inmediatamente a Lucy. Por las alas también empezaban a salir cantidad de pasajeros. Patricia fue reconvenida de quitarse los zapatos y por tratar de ayudarla, junto con Carlos Alberto rodaron por el tobogán de manera que después de una vuelta cayeron de plano en medio del arroyo que a esas alturas ya habíamos descubierto la finalidad de sus deshechos. Formamos una cadena humana conforme fuimos saliendo y cada uno ayudaba al compañero de vuelo que salía y esa maniobra se repetía en ese instante por las alas del aparato y la salida de delante de tal manera que en menos de cinco minutos la nave estaba totalmente desalojada.

A esas alturas ya habían llegado varios vehículos del aeropuerto y sin mediar palabra empezaron a subir a los pasajeros que se encontraban en la parte superior del cauce del arroyo. Los últimos en salir después las sobrecargo fuero los miembros de la tripulación. Solamente al ingeniero de vuelo se le notaba un hilillo de sangre escurriéndole por mejilla producto de una herida por golpe a la altura de la ceja izquierda. Una vez que el piloto y su copiloto hubieron de haber salido, los primeros que habíamos salido del avión empezamos a escalar la pequeña pendiente para reunirnos con los demás pasajeros. Hasta entonces me percate que estaba descalzo y con una facha y sobre todo con un olor que debería de requerir cuando menos de una hora bajo la regadera para eliminar totalmente aquel nauseabundo olor.

Caminé hacía donde estaba un camión de bomberos que se aprestaba a lanzar espuma sobre los restos de la otrora esplendorosa nave.

A lo lejos se escuchaba un altavoz con las notas de “Almendra”, descalzo y con la molestia de pisar infinidad de piedrecillas recordé los primeros pasos de danzón que me había enseñado mi papá.

Octubre del 2000
Datos del Cuento
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