Cada vez me siento más aislado. Mi voz, mi propia voz, me resulta irreconocible en ciertas ocasiones. Las palabras que salen por mi boca no tienen sentido o por lo menos el sentido que quiero darlas, si es que quiero que tengan algún sentido.
Mi voz, esa voz es como si fuera de un extraño. Con un ligero acento familiar. En otro tiempo la escuchaba regular y normal. Poco a poco se ha ido perdiendo. Cuando surge me sorprende y no comprendo muchas de las cosas que dice.
A los demás, eso no les importa, parecen entender mis sonidos. A veces se ríen, a veces se ponen tristes. Incluso me preguntan. Contesto, o por decirlo mejor, contesta mi voz y las respuestas parecen satisfacerles, porque me dan golpecitos en los hombros, queriendo ser amables o comprensivos, yo que sé...
Su obsesión es que mejore, que me ponga bien. Eso debe querer decir que me vuelva como ellos, casi nada.
Mi voz se despide en el mismo tono. Eso les tranquiliza. Remota e inmóvilmente sigo siendo de su especie. Nada o casi nada.

Seres anónimos, grises, familiares, compañeros, amigos, con sus familias, sus compañeros, sus amigos. Seres que madrugan, que van a trabajar, que viajan en metro, en autobús, que se empujan unos a otros por conseguir asiento o llegar antes a la salida. Seres que miran con mala cara, eternamente enfadados. Seres que escupen, que fuman, que huelen, que agreden a otros semejantes.

Lo recuerdo. Yo era un ser así. Empujaba, corría, estaba eternamente enfadado. Como muchos. Hace ya tiempo. Más de un año. El tiempo, ese si que es relativo cuando no hay prisa por levantarse, ni por trabajar, ni por llegar, ni por salir, ni por acostarse... No hay hora para nada. Sólo estoy. Cada vez más aislado.

Y la voz que sale de mi boca es distinta a la voz que hay en mis pensamientos...