No hubo necesidad de decir algo, sólo bastaban los gestos de sus manos y de sus ojos para que comprendiera todo lo que él trataba de decirle. Su corazón lo guió a través de las palabras que expresó, que le dijo con sus ojos, esos ojos que sólo querían perderse en la profundidad hermosa de los de ella, esos ojos que marcaban la diferencia entre la verdad y la mentira, entre la ternura y el odio, entre las ganas y el descontento.
Suspiró profundamente, como queriendo atrapar todo el aire de la Tierra en sus pulmones, oliendo el aroma que salía de todo el cuerpo de su hombre. Le dijo lo que sólo está reservado para el amor más grande, único y bonito. Le dijo el "te amo" que sale de su alma, llega a los ojos y el brillo de ellos lo transporta hacia el corazón de quien está dirigido.
No supo contestar, por un instante vaciló, pero no porque no la quisiera, sino que sólo quería mirarla, disfrutar de su sonrisa, de su cabello y de su aroma. Al final sus labios se movieron solos, y le dijo el "te amo" que ella deseaba oír.
Recordó sus caminatas bajo el sol en aquellas verdes praderas donde lo había visto por primera vez, ahí, pala en mano, parecía no percatarse de su presencia, a pocos metros observaba sus brazos fuertes moviéndose con suavidad abriendo fácilmente la tierra.
El reloj de la plaza dio las nueve en punto, tenía tomadas sus manos con fuerza, la besó suavemente, con una dulzura que estaba aprendiendo a expresar, intentado que todo su amor se reflejara en aquel beso.
Pareció una despedida, pero sabía que volvería a verla el día siguiente y que otra vez podría besarla, tomarla de la mano y caminar por la pradera con el sol brillando sobre sus rostros.