.
.
Se acabará por vender el pensamiento,
vaticino, joya a joya como el declive de una gran fortuna.
Daremos sepultura a Mozart a Machado y a Chirico.
Pasto de las llamas, los armarios roperos respetarán, ignífugos,
al traje azul uniformado que Orwell sospechó para el futuro ochenta y cuatro.
Toda la inquietud irá a morir por lo desagües como el detergente que arrastra y desintegra
la expresión más leve de alimento.
Y no sabremos ya decir a nuestros hijos qué distingue la basura del talento.
Mil dioses brotarán del excremento con la furia de una rata acorralada,
que ha de roer la carne putrefacta en los cerebros
para hacer que el hombre vuelva a la caverna
y no recuerde el lenguaje inofensivo conquistado.

Se ahogarán las utopías en el cieno avaricioso de los miedos,
en la creación de un estúpido animal hecho de estiércol
que no sepa lo que supo y que olvide con orgullo lo que aprenda.
Se firmará sin rechistar lo legislado, en una línea de puntos
sobre la que hubiera vomitado Tomás Moro.
Irán de la mano como bestias de laboratorio, el integrismo y la estulticia
a bendecir el perentorio documento
que asesine de un vez la inteligencia.

¡Muera el libre pensamiento!
La Banca gana, hagan juego.
.
.