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Ya no más Jacinta

Había una niñita que vivía en el traspatio de mi casa, era un sitio al que se tenía acceso desde un callejón sin salida, así que se encontraba la precaria vivienda de la infante entre nuestro patio y el callejón. Jacinta, la niñita de la sempiterna cara sucia miraba a nuestro hogar desde la barda que nos separaba con unos ojos enormes, bañados de luz, y aunque teníamos en la familia una querella entablada contra el padre de la muchacha para obligarle a irse del inhabitable sitio, ella se había instalado en nuestro corazón como una presencia que se antojaba eterna. A veces salíamos a comer al traspatio, yo había hecho un agujero en la cerca y lo había disimulado con un poco de monte seco que cambiaba de vez en cuando por monte nuevo, cuando terminábamos de comer, yo me quedaba al último y cuando todos se habían ido a descansar emitía un pequeño silbido, era todo lo que ella necesitaba oír, se colaba bajo la cerca hasta donde yo estaba, sin variar siempre traía un presente, alguna lata con frijoles germinados, una lombriz de tierra en un jarro de vidrio, un renacuajo, las cosas más insólitas pasaban a engrosar un tesoro que mi habitación guardaba con mucho celo, los renacuajos terminaban convertidos en ranas, las que yo luego le regalaba a Jacinta y ella llevaba hasta un parque cercano para darles la libertad, las lombrices crecían de tal tamaño que hasta miedo me daba, y las semillas germinadas habían creado un completo vivero en mi desordenada alcoba que me obligaba a crear ambientes acordes para la vida de las plantas. Entablábamos entonces largas pláticas, yo le daba galletitas y jugo de frutas y ella hablaba sin parar. Estaban basados nuestros diálogos en las cosas más banales, cosas de la escuela, de sus amiguitos, pero nunca del callejón, nunca de su padre, nunca de su miseria; yo no era su único amigo, también mis hermanos y mis padres entablaban largos coloquios con ella de vez en cuando.

Una mañana, mi padre llegó con la excelente noticia de que el alcalde había accedido a reubicar a la familia de Jacinta, la mudanza sería el sábado, de esa manera se derribaría la precaria vivienda para evitar que algún indigente la re habitara causando perjuicio a los vecinos que vivíamos en los alrededores. Todo fue celebración y jolgorio, derribarían la barraca, ya no más moscas, ya no más ratas, hasta que vino a mi mente la triste realidad, ya no más Jacinta, esta frase comenzó a golpear mi mente como un martillo, ya no más la niña de los ojos enormes y la cara sucia, ya no más regalos, YA NO MAS JACINTA.

Ese fin de semana me fui a Puerto la Cruz, pasé dos días viendo el mar, sin pensar, sin sentir, sin hablar, quería anular cualquier sentimiento…

Al fin el padre de Jacinta había salido ganando, le reubicaron en una casa digna y le dieron un trabajo en la alcaldía como encargado de mantenimiento y recolector de basura de las oficinas, trabajo humilde pero digno que le permitió llevar a la mesa de su hogar un pan con sabor menos amargo que el de antes.

Jacinta ahora pasaba frente a nuestra casa en el bus de la alcaldía con destino a la escuela municipal, pero tenía otros amigos, ya no nos regalaba esa mirada refulgente, ya no tenía la carita sucia.

Nosotros dejamos de salir al traspatio a comer, sentimos como que algo había muerto en nuestro corazón al dejar de ver a aquella hermosa niña de enormes ojos negros, como testigo mudo de una ausencia dolorosa solo quedó un gigantesco girasol que nadie sabe como nació justo en el agujero de la barda que Jacinta tantas veces traspasó para llenarnos de amor.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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5 comentarios. Página 1 de 1
Paulo
invitado-Paulo 18-07-2005 00:00:00

Un relato con mucho sentimiento. No estará más, pero seguro que estará bien. Dentro de sus carencias disfrutó de reciproco cariño y amistad.

Joaquín Ledo
invitado-Joaquín Ledo 14-01-2005 00:00:00

Eddy: Tu cuento de Jacinta tiene una carga de ternura y otra de tristeza. Es triste cuando uno aprende a querer a alguien y ese alguien se va de nuestro lado. Yo estoy viviendo eso con otra Jacinta (Lébana). Me duele y no quiero que se vaya. Nuestra Lébana se parece un poco a Jacinta... nos regala lombrices, grillos y hasta nubes que se ponen verdes por beber agua contaminada. Te felicito por esa ternura vivida en tu niñez. Joaquín

Aurelia
invitado-Aurelia 12-01-2005 00:00:00

me he recordado de mis dias en el Tolima, de la gente buena que me recogió cuando deambulaba por aquellos fertiles lugares y los renacuajos. a ellos ya hechos sapos yo tambien le daba la libertad, me ha hecho llorar de nostargia señor autor.

Lébana
invitado-Lébana 11-01-2005 00:00:00

...historia de niños. La habitación del niño me ha recordado la de Aureliano Buendía. Me encantan las palabras que usas y nosotros hemos dejado arrinconadas.

Celedonio de la Higuera
invitado-Celedonio de la Higuera 11-01-2005 00:00:00

Has contado de una forma bellísima algo que me parece que se está dando con mucha frecuencia en nuestro mundo. Sigues demostrando que eres un gran escritor. Saludos. Ya no más Jacinta, Eddy García.

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