Los pasos de Verónica resonaban por todo el lugar invadiéndolo de un eco de mortífero suspenso... los pasillos eran enormes, lo lúgubre del paisaje se acentuaba a cada revoloteo de un gracioso cuervo, perdido en la penumbra que de cuando en vez era desgarrada por la luz de la luna, que parecía ser carcomida por la intensa oscuridad. En esta escena tan melancólica y apesadumbrada, agravada por la intensa nieva que caía en el valle donde yacía esta antiquísima mansión, la bella Verónica parecía brillar, su piel pálida, sus cabellos rubios, sus labios aun candentes y su pijama de lino blanco de la que brotaban tanto deseo carnal que no había fantasma alguno que no hubiese querido encarnarse en un lobo y comerse tan bello cuerpo. Pero cualquiera por fuerte que fuera, se habría abstenido de tan placentero gusto, pues detrás de tan bellos ojos, la condenación era más que un demonio traidor de su Dios, el pecado era una prostituta depresiva, tan violada que el deseo de Verónica por ella había llegado a su exordio.

Sus pasos se dirigían al cuarto mayor, la puerta se abrió con tal estruendo que Verónica parecía un ángel buscando hacer el trabajo sucio de su señor Dios, el cuarto aun guardaba calor y los olores mortecinos en la chimenea estaban intactos. La madre de Verónica aun dormida sobre su lecho, yacía desnuda y aun tenía los restos de la sangre de las doncellas, cuya carne había desgarrado para satisfacer su nauseabundo placer. Verónica entró levantando la daga a dos manos, se apostó en la cama sobre el húmedo cuerpo de su madre quien utilizaba a Morfeo como Gigoló, a tiempo que su cara se retorcía por el placer sufrido. Las lágrimas de la triste Verónica caían sobre su madre haciendo yagas en su regazo, a tiempo que acariciaba el filo del cuchillo dudando de lo que fuera a hacer, en preciso momento, la madre de verónica despertó teniendo apostado en su abdomen el virginal sexo de verónica, quien rompió en desesperación al ver la risa de su madre, quien silenciosamente desnudó el cuerpo de Verónica acariciándolo lentamente mientras con su lengua humedecía sus labios. Verónica se entregó al placer, sus gritos de placer llegaban al lindero de quebrar los vidrios por donde el frió temía entrar. La madre de Verónica mordisqueaba sus piernas adentrando su cabeza en la oscuridad de los deseos de su hermosa y excitada hija, quien teniendo a su madre bebiendo de su dulce néctar, reía apretando sus dientes por el odio que sentía por su madre, finalmente controlando su libido, tomo de nuevo su daga y sosteniendo la cabeza de su madre, quien sorprendida... solo pudo sentir cuando la daga entró en su cuello lamiendo lentamente su sudor a tiempo que veía la cara de satisfacción de Verónica, quien con su daga desgarró la garganta de su madre.