Borbotones de sangre
Saltó de golpe la sangre por una de las ventanillas de la nariz. Cogí de mi bolsillo un pañuelo grasoso y lo coloqué a modo de tapón nasal. Sólo había caminado una cuadra y ya estaba empapado, con lo que no pude evitar que la mano y mi pequeño bigote se mancharan. Tragar saliva o escupir el suelo dejando una mancha rojiza no arreglaba en nada mi detestable situación. Seguí reconcentrado en éste particular accidente, los desniveles hacen dar pasos en falso cuando se ha perdido la armonía. Ejale...!! Pucha q,etán cabezonas las hormigas!!. Gritó alguien que vio como tropezaba con una piedra a un costado de la calle. Cabezonas y negras, dije para mis adentros.
Así iba nuestro hombre, al cual llamaremos Juan, se le ve una calvicie prematura. Siente la testa pesada. Le laten las sienes. Entre desconsolado y triste se le oye preguntar por qué no pavimentarán las calles de una sola vez, tanto polvo que levantan vehículos en estos meses de verano. Las viejas del barrio se ven obligadas a tender su ropa en el cuartito de lavar.
Fue por agacharme a levantar un saco. Algo salía de mi nariz, palpé con lengua la tibieza de la sangre. Después el revés de mi mano. Jodí huachito culebra, le dije al flaco Pérez. Váyase pa la casa ñor. Yo y el otro socio terminamos de descargar el trigo. Parece que se me subió la fiebre. A lo mejor. La bodega de don Rolando está harto cochina. Así era, cuando dejábamos caer los sacos al suelo como salía el polvo y las lauchitas nuevas. Maté varias, la tomaba de la cola y las tiraba a la calle, para que los autos la reventaran; otras tantas las aparté con la punta del zapato. Dicen que con el meao del ratón a uno le sube la fiebre. Si voy al hospital seguro que me van a decir que es Hanta y capaz que me dejen hospitalizao. Debe ser algo pasajero. Cuando llegue a la casa le voy a decir a la vieja que me haga algún remedito de yerba. Después voy a tirarme a la cama a dormir un rato.
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Aseguras que sí uno sigue la línea férrea va a llegar al mar. Claro, en éste país aunque nadie siga la línea siempre se tropieza con la costa y como por arte de magia los costeños van a encontrar la cordillera.
El silbato del tren rasga la atmósfera de Malalcahuello como la uña maestra de un puma. Los niños corren hasta las verjas de madera, aspiran profundamente el olor del carbón que sale de la chimenea de la locomotora. Boquiabiertos. Escuchan el traqueteo de las ruedas sobre los rieles. Una mujer arregla el mantel con que arropa unas tortillas de rescoldo. Me ofrecen cerezas corazón de paloma. Le digo que no, que soy traficante de aguardiente de Chillán. Me he fijao que todos los días espera el tren de las cinco. Sí, le digo, es linda ésta estación. La construyeron con piedra laja. La sacaban de aquel cerro. Desde el andén aprecio las soberbias montañas que rodean el valle. Los volcanes y la nieve. Van haber hartos piñones este año. Hartos piñones van a ver pué.
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Esto ya parece posta. Los días domingos no hay médicos. Así que me atendió un enfermero. Me hizo entender que tenía la presión demasiado alta. Que le diera gracias al de arriba porque con 24 se iban cortado más y no volvían nunca más a contar el cuento. Le vamos a poner dos pastillitas bajo la lengua. Haber si se le baja un poco la presión. Súbase a esta camilla y descanse unos quince minutos. Corrió una cortina de hule y me dejó. ¿Sabes?. no se como se enteró, pero la vieja Domitila pasó a verme. ¿y está enfermito? No tiene para que esconderse... y ladeaba la cabeza como los chuchos. Yo me hacía el dormido. Hacía como que no la escuchaba no más. Me daban ganas de decirle ¡cállese señora... no se acuerda de aquella vez cuando pasó el tué tué por la casa y yo le grite ¡ mañana vení a tomar mate... vieja bruja. Volviste al otro día a las cuatro de la tarde con unas sopaipillas todas quemá. Lo supe al tiro. Después nunca mas apareciste porque yo puse una cruz de palque en la puerta. Y si hubieras entrado, tenía una tijera en cruz debajo del cojín para que te sentaras y te quedaras pegada al asiento. La paliza que te habría dado por vieja chancha. No pude decirle nada. La sangre seguía saliendo en gran cantidad. Me sentía un poco ahogado. De cuando tragaba algún cuajaron de sangre.
Hay algo en todo esto que no acierto a descubrir. Un síntoma, un dolor extraño en el pecho, es como si una mano se cerrara con la intención de impedir que algo muy mío se volatilice. Dejándome sólo y vacío.
Lo siento papá. No pude decirte aquella vez, cuando asomaste en la esquina, las virutas en tu chomba aletean como pajaritas. Conocía sólo el lenguaje de los sueños, que no pueden expresarse con palabras. Vivía. Eso bastaba para ser feliz. Por las noches sentado en tus piernas me llevabas a lugares remotos y extraños cabalgando, siempre los dos, en un corcel imaginario.
6 oriente n 76