me levanté muy contento, como pocas veces y me senté a escribir sin parar por una hora o meno. lo dejé porque tenía que irme al trabajo. me bañé y desayuné. salí contento, demasiado quizá porque la cara parecía no tenerla o que una cáscara se hubiera caído de mi faz, era feliz. salí de mi casa y fui al trabajo. ya sentado en el taller me puse a revisar todos los documentos contables. vi un grave problema tributario, iba a ponerme mal pero no, no quise sentirme mal y simplemente llamé al contador. hablamos y dijo que él se encargaría. seguí laborando hasta que vino la tarde y luego la noche, y ya era hora de salir. me despedí de mi jefe y no tenía ganas de volver a mi casa. miré el periódico y no sabía si ir a un cine o a una librería. decidí por la librería. entré y entre miles de libros hubo uno que llamó mi atención. era una obra de Coetzee, "Un día en la vida de K", me gustó mucho verlo porque hacía años lo buscaba. lo compré y cuando estaba por salir, el librero me dijo que tenía algo especial para mí. ¿un libro?, pregunté. sí, me dijo, es una obra de Suetonio, "Vida de los doce Césares". le pregunté el precio. era bastante alto, pero le dije que sí. ¿lo tienes ya?, pregunté. no, pero mañana te lo llevo a tu trabajo, dijo. le dije que estaba bien y salí con un fuerte apretón de manos, y cuando le miré los ojos sentí que era un extraño pez quien me miraba, como un muerto viviente. le solté la mano y salí, medio confuso y mas nervioso. algo raro pasa, sentí. llamé a otro amigo de los muchos libreros que conozco y le pregunté por el libro. me contestó que estaba muy caro y lo más gracioso era que él me lo había vendido ya mas de cinco años atrás. cómo te acuerdas, le dije. se rió y dijo que es un secreto de libreros. gracias, le dije y llamé al ojos de pescado para disculparme por el pedido que le habñia hecho. no lo encontré pero le dejé una nota a su esposa. subí a un auto y mientras miraba el libro recién comprado, recordé el otro libro que había comprado el día anterior y que aún no lo terminaba. pensé en cómo haría para leer tantos libros. me reí de ese pensamiento y supe a mis sesenta años que jamás podría terminarlos de leer. ¿qué haré con ellos una vez dejé este planeta?, volví a pensar y supe que tenía un problema. llamé a un amigo abogado y le expliqué el problema. dónalos a la Biblioteca Nacional, una vez que dejes este mundo, dijo. gracias, le dije y fui muy contento a mi casa. apenas llegué subí a mi cuarto y me puse a tocar el piano hasta la media noche. una vez terminado, vi mi máquina de escribir y supe que toda mi alegría desparecía como un velo gris. me senté y supe que nunca podría dejar de hacerlo. miré como mis dedos me poseían y una visión tras otra ahorcaba el aire que respiraba. todo era nuevo y tormentoso hasta que perdí el conocimiento. abrí los ojos y estaba echado en mi cama, y, no sé por qué. un brillo de amor inundaba mi alma. me levanté y la vida sonreía de lado a lado para mí, mientras caminaba entre hojas y hojas escritas por mí o por una parte oscura de mí. nada mas, me bañé y salí hacia un nuevo día mas de trabajo.
san isidro, noviembre del 2007