manejaba rumbo hacia el salón de te cuando una paloma se puso sobre la luna delantera del auto. era extraño, no se movía. iba a mover las plumillas porque estaba sobre una de ellas pegado a la luna del auto, pero, al verla agotada, reposando para, quizá, partir rumbo hacia su hogar, no hice nada. recordé una vieja versión acerca de las miradas de palomas feas y grises como la que estaba en mi ventana y aceleré el auto, sin embargo, esta, no se movía. mas bien, movía su cabecita como si fuera una cobra de plumas. me miró por uno de sus ojos, luego, pegó su feo pico sobre la ventana, como si fuera ella quien se dijera ¿qué es eso?. sonreí un poco ante semejante idea cuando dentro de mí, pregunté: ¿voy a morir?. de pronto, como si sintiera mi aliento y el temor de mis ideas, el ave, puso erecto su cabecita y dijo: ¿tienes miedo a la muerte?. no, respondí, mas bien, me siento inseguro porque es un misterio fabuloso. es verdad, es un misterio, pero es tu destino, el lugar hacia donde todos vamos, dijo. ¿es posible que no valla a sucederme?, es decir, ¿que sea yo eterno, o, al menos, una parte de mí lo es?, pregunté. el ave empezó a rascarse el cuello como si estuviera relleno de pulgas y entre picotazos que se daba me dijo que no debía preocuparme de esas cosas que no entran en mi cabecita, mas bien, que disfrute el momento, el ahora, el viaje que hago a través de la caja mecánica. sonreí y pensé que el ave tenía razón. seguí caminando y quedé sin preguntas al ver el lugar en donde estaba. en medio de un atolladero de autos, con bocinazos por todos lados, llenos de gente apurada con las pistas en reparación y esos avisos indicando vías alternas. sí, me dije, la vida cuando el bienestar está con uno, es hermosa. volví a ver al ave y este me estaba mirando con mucha atención. tus ojos son los ojos de la eternidad, dijo. me extrañé de ello e iba a preguntarle algo mas cuando la vi alzar sus alas y partir sin rumbo ni meta conocida. mis ojos vieron como se unía a un mar de palomas y dibujaban bellas figuras por los cielos, como jugando en medio de la humanidad, como enseñándonos a realizar lo que nos gusta. sonreí ante esa visión cuando un auto me tocó un bocinazo, gritando su conductor cosas que no pude entender, pero, cuando me cayó un escupitazo en la cara supe que, dicho tipejo, estaba en el infierno. miré hacia delante y no vi un solo auto, el mío estaba deteniendo a todos los demás. avancé y seguí mi camino hacia casa. y, en cada avenida, cielo, casa, árbol, sentía la mirada eterna de todas las aves.
san isidro, abril del 2008