Maldita la inocente curiosidad que te invade al principio y que te arrastra inevitablemente hacia un abismo indescriptible.
Piensas que eres más fuerte que ella y que nunca caerás en sus redes, que puedes dejarla cuando te lo propongas, pero nunca te planteas que pueda llegar a vencerte, que seas incapaz de hacerle frente.
Todo empieza como un simple juego de niños, pero ningún niño es consciente del paso del tiempo ni de aquello que puede acabar destrozándole la vida.
Y ahí te ves envuelto en su red, en una telaraña de la cual no puedes escapar y sólo te queda mirarte en el espejo y repetirte incesantemente cómo has podido llegar tan lejos.
Sólo el que ha experimentado realmente esas sensaciones puede saber lo que se siente.
Sólo el que se ha sentido vacío en la vida, pudiendo tenerlo todo sabe lo que se siente.
Sólo el que no ha encontrado razones para seguir viviendo a pesar de estar lleno de ellas, puede comprender este dolor.
Y aquí me encuentro, escribiendo y escuchando canciones que no hacen más que hundirme en mi melancolía y ahogar mi alma con lágrimas inservibles.
No puedo parar de preguntarme si me gusta este estado. Lo que sí sé es que es una parte de mí que estoy recuperando, que siempre estuvo ahí y que no sé cuándo empecé a olvidar. ¿ Dónde he estado todos estos años? ¿ Tan fuerte es la adicción que logra anular tus rasgos más arraigados?
No he visto técnica más infalible. Llega sin prisa, sabiendo que eres una presa fácil. No piensas que pueda acabar anulándote y empiezas a chutarte. Es una sensación tan reconfortante, que no puedes dejar de experimentarla. Sólo te importa tener tu chute diario y poco a poco te vas hundiendo en un dulce abismo en el que nunca miras atrás para ver cómo te alejas de la entrada y del que no te planteas dónde estará la salida.
Cuántas cosas puedes llegar a dejar a un lado por la droga.
Te anula porque se convierte en lo más importante, en lo primero que piensas cuando suena el maldito despertador y es la que condiciona lo que hagas el resto del día. Porque lo deseas, porque ella sabe cuándo tiene delante a un alma dispuesta a morir por ella.
Hasta que un día descubres que has perdido el rumbo. La luz que seguías se ha apagado y te encuentras sólo, inmerso en una oscuridad aterradora. Y eres consciente de que esa luz que te ha arrastrado al abismo y que tantas veces has deseado que cambiase su rumbo y te guiase a la salida, te ha estado guiando mientras le has servido como fuente de energía, pero no ha dudado aferrarse a otra en cuanto ha visto que tú te estabas agotando, para así encontrar ella su propio destino.
Te queda entonces recordar todo lo que fuiste perdiendo en el camino y te preguntas si realmente ha merecido la pena recorrerlo.
Aún no sé cuál es la respuesta, porque hoy sí veo una salida, sé que está ahí, pero también sé que me queda mucho camino por recorrer y será difícil porque no tengo luz que me guíe. La metadona no logra su efecto en mí, no tengo esa suerte y no hago más que preguntarme si realmente deseo encontrar la salida porque me asusta pensar qué nueva droga me enganchará entonces y por qué túnel me arrastrará.
Y es entonces cuando me aseguro a mí mismo que no volveré a caer en sus garras.
Pero, ineludiblemente, me asalta la voz de los que llevan más abismos a sus espaldas y que piensan que el que es drogadicto, no deja de serlo nunca.