EL RETORNO DE LOS SUEÑOS





















La ciudad amaneció fría y gris. No hay sol que ilumine esos ojos celestes que no se han cerrado en toda la noche.

Son exactamente las 7 de la mañana. El olor del café caliente indica que en realidad es un poco tarde. Tal vez debió escuchar a quienes se burlaban de ella en la escuela, cuando agradecería ahora hacer caso. Es cierto que del arte no se puede vivir.

Probablemente no se soñó así. Probablemente lo único que desea es escapar de allí. Con los ojos aun dormidos se dirige al trabajo. En fin, una secretaria es una simple subordinada que simplemente obedece. A veces sería más fácil si solo dejara de soñar.

Le gustaría ser el ángel de su cuadro, abrir las alas y volar. ¿Por qué no había dejado de pensar en aquel señor? ¿Porque lo único que deseaba era volverlo a ver? Imposible. Es una ciudad inmensa, no de tamaño, sino de barreras invisibles para ella. Era como viajar a otro mundo,. La opulencia de su mundo con la sencillez casi patética del suyo. Solo le quedaba su ángel. Ese ángel que había sido testigo del encuentro. Ese ángel olvidado en el rincón de una galería, que tal vez nunca verá los ojos de admiración de su dueño. Pobre destino!

Está cansada de ser lo quieren que sea. El día avanza lentamente. A veces pareciera que todo sucede en un abrir y cerrar de ojos.

En la galería todo está como siempre, poca gente, nadie importante. Y su cuadro... ¿Dónde estaba su cuadro? Sintió de repente un impulso de salir corriendo. Con voz temblorosa se dirigió a la administración.

- Señor, disculpe, me gustaría que me entregase mi cuadro, yo no sabía que había una fecha límite, comprendo también que ha pasado mucho tiempo, pero es lo único que tengo y...
- Señorita – interrumpió aquel hombre- su cuadro ha sido vendido a un precio exorbitante. Le confieso que yo también estoy bastante sorprendido. Solo que el comprador me pidió una sola condición para finiquitar la compra – dijo el administrador en tono grave-. Lo único que desea es que usted lo vaya a entregar personalmente.
- Pero ... yo ...
- Si, señorita, usted – repuso el hombre de un súbito mal humor, alargándole un papelito – aquí está la dirección.