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el animasolas

Liriné era una joven hermosa, pulcra y de una finura de piel con el brillo de una losa blanca y aterciopelada. Tenia un cuerpo envidiable, una escultura de la diosa Venus que iluminaba los tristes faroles de las noches y hacia temblar irresistible los corazones de lo hombres que admiraban su hermosura.
Su rostro era terso como alborada que teje sensaciones nostálgicas, era encantador contemplarla y todo aquel que lo hacia por instantes, quedaba embriagado de su aroma juvenil y sutilmente atrapado entre una telaraña de sueños híbridos donde era casi imposible escabullirse.
Liriné era sugestiva, arrogante como una princesa Española, su barbilla siempre en alto denotaba su elegante figura esbelta, bella como diosa del sol, irradiaba hiladas imantadas de una dulzura impresionante que cualquier hombre del pueblo vendía el alma por tenerla.
Pero Liriné era equiparable a las mariposas del viento y se anclaba como magia ensoñadora en las flores de la indiferencia, a sus pies tejía una larga escalera que ningún humano de su pueblo podía alcanzar, era todo un sueño escrito con lagrimas de perlas, llantos ocultos con lloviznas de oro incandescente y océanos turbulento con rizos de espumas de efervescentes diamantes microscópicos.
Y cada hombre soñó con ella, le dibujaron ensueños invisible y tejieron a sus pies tesoros de palabras dulces, le llevaron conglomerados ramos de flores de la noche, vistieron a la sabana de Venturine de estrellas de juncos y bañaron el Río Yaguaraparo con sus ansiedades de sol y luna para bautizarse con el son del enguayabado o del Ser que ama enamorado.
La plaza Bolívar y San Juan se vistieron de palabras inconclusas, extrañas se sonrojaban al paso casi insonoro de Liriné, cuando sonreía y hablaba era tocar el universo mismo, hundirse en un laberinto sin salida.
Sin embargo, pasaron los días y la Bella Liriné crecía en belleza y elegancia mejorada, y mientras esto acontecía prematuramente una sombra se deslizo en el tiempo y le auguró un mal presagio, una envidia plagada de maldad le hundiría en su vida el puñal de la traición más elemental y le daría de beber el agua de amarga hiel.
Y un día de esos inundados de presentimientos vio pararse frente a su portal aquella mariposa negra, pero Liriné era inocente y quiso tomarla para jugar. La mariposa ágil abrió sus negruscas alas y torno a su grácil vuelo, ocultándose en las penumbras de la tarde. Aquel anuncio de muerte cobijo las ansiedades del ambiente mortecino y Liriné siguió su curso más hermosa que nunca, entró a su habitación y tomando el cepillo comenzó a peinarse, admirar su calida belleza, a cantar dulces arpegios de amores encumbrados y a sentirse esplendida, era admirada por ojos que desnudan paredes, que desgarraban olas bravías, ojos que atraviesan la sangre como diminutas hojillas y estrujan demonios de antiguas soledades.
Y allí la vio demoníaca en el cristal del espejo, la miraba con sus ojillos abismales, vestida de negro bruñido. Sus manos engarriadas eran como el acero zurcido y su boca burlesca le anunciaba su inesperada visita. Liriné quedo tiesa como hierro recién fundido introducido al agua para su enfriamiento, su rostro palideció mortalmente y de su boca un pequeño grito retumbó en las cuatro paredes de la fría habitación. El ambiente se torno irresistible, un relámpago beso las tinieblas, su latigazo de luz fue apagado por la intensidad de un trueno que estremeció el alma temerosa de Liriné.
Asustada abrió sus ojos y sus rosados labios sensuales con desmesurado acento, fue de súbito cuando sintió aquellas manos sobre su cuello, temblaron sus carnes tersas y aquel rostro juvenil de líneas perfectas se marchito de ligero, como si un tijeretazo de furia eléctrica se hubiese apoderado de su alma.
Se rasgó las ropas, las hizo añicos, retazos de papel en sus uñas y los dientes, gritaba y trataba de zafarse de aquel fantasma surgido inexorable de la desidia y la envidia.
Era las dos de la madrugada cuando alborozada. Temerosa, enloquecida y perseguida por El Animasola huía desnuda por las calles del pueblo, algunos jirones de tela blanca y transparente pedían aladas de su hermoso y bello cuerpo, parecía una aparición del olimpo, una visión inquietante, la Diosa Venus perseguida por la oscuridad de Morfeo.
Pocos meses después un brujo terminaría con el hechizo mágico del Animasola de la hermosa Liriné.
Animasola: tipo de espíritu diabólico que común se conjuraba mediante una oración de las artes o magia negra. Esta oración la procuraban hombres con malicia y se la rezaban a jóvenes hermosas para enloquecerlas y trasformarlas en devoradoras de hombres. En los caseríos de Yaguaraparo se dieron muchos casos de hombres que ejercían la Oración del Animasola con la mala intención de poseer fácil a la mujer que deseaban. La mayoría de estas mujeres hechizadas quedaban esclavas del Animasola, después que eran dejadas por su captor seguían buscando varones insaciablemente.
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