el puñal de los deseos
-
Había dedicado toda mi vida a la egiptología, y el motivo de este apasionamiento mío no era otro que seguir con el trabajo que había dejado pendiente mi padre al morir. Solo quería cumplir con la promesa que le había hecho en sus últimos minutos de vida, encontrar el puñal de los deseos.
Aquel puñal había significado para mi padre una parte muy importante en su vida, la cuál utilizó prácticamente toda para encontrarlo sin éxito, ya que no había conseguido descifrar por completo el mapa que le revelaba su escondite.
Ese mapa era una pequeña roca tridimensional en forma de pirámide, llena de jeroglíficos, los cuales explicaban por donde tenías que ir para hacerte con ese maravilloso objeto y como funcionaba exactamente su poder. Mi padre había dejado todos sus estudios anotados en una libreta y tenía resuelta la parte de la definición de tal peculiar puñal. Su empuñadura era de plata con cenefas de angelitos con sus cabellos blancos y con pulseras de margaritas, en sus tobillos y muñecas. La parte del cuchillo era del plástico, y en ella se adivinaba la inmensidad del cielo y la esponjosidad de las nubes, se decía que ese puñal era un regalo de los dioses del cielo hacia las buenas personas de la tierra, no estaba hecho parar herir a nadie. El cuchillo era extraíble, cuando querías que un deseo se te cumpliera, lo tenías que agarrar bien fuerte, decirlo en voz alta, y quitar esta parte del puñal. Dentro veías un palo hecho con pequeños trocitos de hielo acabado en forma de pico y enrollado en él un pergamino, en donde explicaban con otros jeroglíficos lo que debías hacer para que tu deseo se cumpliera, y solo si realizabas las acciones correctas éste se llevaría a cabo.
En las anotaciones de mi padre también ponía que este puñal era una señal de que los dioses confiaban en ti y que había que tener una fe absoluta en su búsqueda, aunque se tardara mil años en encontrarlo, ya que sin fe por mucho que descifraras los mensajes secretos de la roca, los dioses podían enterarse y no hacerlo visible a tus ojos.
Yo repasé letra por letra todo lo apuntado en aquella libreta por mi padre, añadí nuevas anotaciones por mi parte y dispuesto a no renunciar salí en su busca.
El mapa me condujo hacia tres sitios en concreto. Primero pasé por un prado verde y esplendoroso, con violetas. Cada vez que sentía deseos por volverme hacia atrás, el césped tomaba una forma líquida y me hundía en él, y cada vez que parecía que mis ganas por retomar la aventura iban en aumento, el césped por si solo me elevaba y volvía a ser sólido. Después me obligó a nadar un océano de agua helada muy ancho y profundo, y me sucedió lo mismo que en el anterior lugar, cuando perdía mis fuerzas por luchar, un viento me azotaba la cara y se me hacía más difícil el poder nadar, y cuando las recuperaba este viento cesaba y las aguas turbulentas se volvían tranquilas.
Al salir del agua agotado, pisé una isla de enormes extensiones, casi no había palmeras, y el calor que hacía mezclado en el agotamiento que tenía después de nadar tanto, hacía que sintiera unas ganas terribles por parar, dormirme y abandonarlo todo.
Pero no podía hacer tal cosa, debía cumplir mi promesa, debía demostrarle a los dioses que tenía la suficiente fe para poseer en mis manos, tan valioso puñal.
Me arrodille en la arena, miré al cielo con mirada esperanzadora, y rogué en voz alta, chillando todo lo que pude que colocaran aquella pieza en mis manos, contándole a quién quiera que estuviese escuchándome que había hecho todo lo meramente posible por merecérmelo. Y por lo visto me escucharon ya que una palmera se inclino hacia a mí, y entre sus hojas, estaba el puñal. Me levanté, lo cogí, la palmera se volvió a poner recta y mirando de nuevo hacia el cielo, exclamé:
-¡Gracias!