Estaba sentado frente a la computadora mientras mi hermana y mi sobrino preparaban sus maletas de regreso a su país. Habían estado cerca de un mes conmigo por las vacaciones de ambos y la pasamos muy bien, sobre todo el último día en que paseamos por las calles de la ciudad a media noche e hicimos una recorridillo de cinco kilómetros porque no encontramos carro que nos llevara a mi casa. En la ciudad a partir de la medianoche no encuentras carros, porque hay toque de queda en toda la ciudad, por problemas políticos de inestabilidad del presidente y los escándalos que hace toda su familia.
Estábamos tan contentos de pasear y estar una noche juntos que olvidamos el peligro que teníamos a nuestras espaladas. De pronto, escuchamos una serie de carros policiales y del ejercito que pararon sobre, detrás y delante de nosotros, causándonos sorpresa y un retorno a la política realidad de mi país. Aunque era una circunstancia más mía que de mi hermana y mi sobrino.
Lo primero que hicieron fue pedirnos documentos. Mi hermana les dijo que ella había venido al país hace poco menos de un mes de vacaciones con su hijo y se había olvidado de la situación política; mientras mi sobrino abría los ojos como paloma ante las luces roja y blanca que despedían los autos policiales.”Tío - me dijo –, parece que estamos en la película de acción”. Sólo pude rascarle su cabecita de nueve años y tratar de mostrarme con calma, cuando en realidad estaba inquieto y preocupado. Había escuchado que a mucha de la gente que encontraban fuera de la horas de toque de queda los detenían y les pegaban o hacían una serie de barbaridades, en fin, tuve que mostrarme lo sereno antes de intervenir y hablar con las autoridades policiales.
Mi hermana era abogada en París, hace mas de veinte años, por lo que desconocía el funcionamiento de las cosas en nuestro país, pero, al ver que los oficiales la escuchaban, mientras ella les mostraba tarjeta tras tarjeta asegurando que éramos unos simples ciudadanos que han olvidado la importancia de las reglas de otro país. Por supuesto que si sabían que yo si conocía las reglas, seguro que empeoraría nuestra situación
De pronto, vi que llegaba un auto muy lujoso y paraba justo frente a nosotros. Cuando abrió la puerta una señora junto a otro niño de la misma edad que mi sobrino bajaron del coche. Los oficiales al ver a la señora y al niño, se pusieron muy nerviosos como si se tratara del presidente del mundo, haciéndoles muestras de respeto y subordinación. La señora y el niño se acercaron a los policías y conversaron amenamente de otras cosas como si nosotros no existiéramos; de pronto, vi que el niño se acercaba a mi sobrino y conversaban como si no estuviera ocurriendo nada fuera de lo normal. No pasó muchos segundos cuando los dos se hicieron amigos y se acercaron al carro de los oficiales y empezaron a conversar con éllos como si fueran todos unos niños.
Los oficiales se relajaron un poco mientras mi hermana continuaba discutiendo con ellos, luego, nos dejaron todos y, junto a la señora y su hijo continuamos a pie el camino hacia nuestra casa con el lujoso carro a nuestra espaldas. Muy sorprendido le pregunté a mi sobrino cómo se había hecho amigo de esa señora y de su hijo; y él me dijo: “Tío, la señora y su hijo habían comido demasiado en un restaurante, pararon su carro y decidieron caminar por una hora, así como nosotros...” Vi a mi sobrino tomar la vida con tal simpleza que pensé en la sabiduría de los niños y la gran intuición de una madre...
Al día siguiente, cuando ya mi hermana y mi sobrino estaban listos para llevarlos al aeropuerto vimos en la entrada de la casa el mismo lujoso auto de la señora con su hijo. Mi sobrino fue corriendo hacia su amigo y mi hermana se quedó a mi lado como preguntándose qué ocurría. No pasó mucho tiempo al descubrir que aquella señora era la primera dama de la nación que nos invitaba a llevarnos al aeropuerto en señal de simpatía...
JOE