Me acerqué a contemplar mi Mar pero no lo vi. Se ha ido ese Mar de calma, esas aguas salpicadas de chispeantes luces doradas por el Sol. Me acerqué aún más y continué viendo tan solo el vacío de un espacio no cubierto, dilatados ecos de sal que se fundieron entre las arenas, que se refugiaron en lo más hondo de mi Playa.
¿Acaso el Mar, ahora, corre por debajo de la Playa?
¿Y las olas? ¿se levantarán por dentro y es por eso que ya no las veo?
Ya no veo el Mar. Ya no hay luz. Donde había esperanza, donde habitaba un familiar paisaje marino se ha instalado ahora un agua ensuciada, posada, apenado espejismo de lo que fueron unas aguas poderosas, sanas, sabias, rebosantes de limpias olas, vaivenes de magia que se zarandeaban despreocupadas resaltando con ímpetu renovado las humedecidas rocas.
Ya mi Mar... se fue. Se alejó para siempre, se distanció tanto que olvidó el camino natural hacia esa Playa solitaria, desnuda de malicias, carente de hundidas zonas encharcadas, que con voz calmada, cada mañana ampliando la sonrisa de su costa le decía:
-¡Ven!, acércate, inunda de nuevo mis áridos elementos y regresa hacia adentro con tus aguas hermanas envolviendote de mi. Prosigue viaje, y ven de nuevo, otra vez, cuando necesites calma. Yo acogeré tus olas, suavizaré tus espumas y aplanaré tu llanto de agua. Ven a mi, siempre que necesites buscar paz, mis arenas te acogerán y calmarán tu sed de tierra firme. Ven a mi y descansa.
Mar y Playa, cada nuevo día esperaban su generoso saludo. Pedían tan poco... tan solo darse, de vez en cuando, un abrazo de arena y agua, lejos de enturbiadas miradas.
Pero ya no veo mi Mar... ya tan solo percibo una triste Playa de arenas cabizbajas y desdibujada sonrisa, que cada día con lenta y cansada añoranza de amistad anhela que regrese ese vigoroso Mar azul, que ahora yace, recogido con debilitado aplomo, en mi rostro... formando delgados hilos de agua que se secan en mi piel, como cualquier mar vencido se seca en cualquier playa.