No cabe duda de que cuando las personas tienen ganas de ser alguien en la vida, no hay nada que se los impida. Las ansias y el coraje de sobresalir, superan todos los obstáculos, principalmente, el de la pobreza. Ahora les cuento esta pequeña historia que circuló hace algunos ayeres, misma que me fue contada por un co protagonista de la misma, quien en la actualidad, es maestro.
Por allá en el año de 1942, ingresé a la escuela primaria “Loreto Encinas de Avilés”, sita en pleno centro de la ciudad del puerto de Guaymas, y conocí a una niña que me impresionó desde el primer momento en que se presentó en el aula o salón. Tenía siete años cumplidos. Llegaba muy temprano y bañada. Cabello suficientemente limpio y largo, en cuyo nacimiento, adornado artísticamente por una hermosa diadema, dejaba ver una sedosa trenza, y ésta, siempre cuidadosamente adornada por moños de diferentes colores. Espigada y bastante alta para esa edad. Ojos vivarachos y claros como una esmeralda. Su piel trigueña semejaba perfectamente los amplios campos rebosantes de esa flora en particular; en fin, era una niña bonita en todos los aspectos. Pero algo que llamaba poderosamente mi atención, es que siempre acudía a la escuela en Chanclas o sandalias.
Fueron seis años en que usó ininterrumpidamente alpargatas para acudir a estudiar: desde primer grado hasta sexto. Es obvio y lógico que en ese lapso, posiblemente se acabó unas veinte o treinta, qué sé yo, aquí lo importante, es que jamás le miré unos zapatos. La curiosidad propia de chamacos de nuestra edad, hizo que en una ocasión le preguntara el motivo. Soy huérfana de padre –me dijo-, y mi mamá apenas le alcanza para darnos de comer y es por eso que comprar cualquier tipo de zapato equivaldría a dejar de alimentarnos una semana, por lo tanto, prefiero venir en chanclas que no hacerlo. Su explicación fue suficiente y convincente además.
Quién sabe por qué extraña razón, la mayor parte de los niños de condición humilde son inteligentes. Ella, no era la excepción. Era bastante inteligente y vivaz. Quizá se deba a que las necesidades los hacen ser más receptivos.
En una ocasión, Maribel, -por llamarla de algún modo, respetando su anonimato ya que vive en nuestra región- llegó descalza a la escuela en virtud de que sus chanclas se le habían roto y muchos niños, me cuento entre ellos, de manera solidaria, acudimos también a la escuela descalzos hasta que ella pudo tener sus sandalias nuevas. Recuerdo que mi hermana mayor al verme descalzo me regañó.
El caso es que el tiempo pasó y ella se inscribió en la secundaria Miguel Hidalgo y Costilla, y yo, en la Secundaria Federal 28; el caso es que dejamos de vernos algún tiempo.
De vez en cuando nos encontrábamos en la calle y nos saludábamos preguntándonos que hacíamos, qué era de nuestras vidas. Así supe muchas cosas positivas de ella, por ejemplo, que Maribel terminó la secundaria, la preparatoria y con una beca, ingresó a la Normal en Navojoa y conquistó su sueño de ser maestra. No conforme con ello, siguió preparándose y logró una ascendente carrera hasta llegar a ser directora y posteriormente, inspectora regional.
El no ser conformista y dejarse llevar por las adversidades, nos hace diferentes al común denominador y aunado al coraje y a las ganas de no ser un mediocre, hace que lo que parece imposible, deje de serlo.
Maribel, aquella niña que conocí prácticamente al inicio de su infancia y hoy adulta en la cúspide del éxito personal, sigue siendo tan humilde y sencilla como cuando la conocí. La única y palpable diferencia, es que ahora usa zapatos discretamente elegantes, pero que aquellas chanclas o sandalias que formaron parte importante de su vida, fueron el aliciente que la motivó a ser diferente a los demás.
La niña de las sandalias es hoy una exitosa mujer. Se lo merece, termina con tono nostálgico mi amigo el maestro.
muy buen comentario una linda persona ella