Corría el año 1732.
La joven Jeanne vivía con su padre y su hermano pequeño en una casa de las afueras de Moulins, un pueblecito al norte de Vichy.
Su madre había muerto al dar a luz al niño, y el padre, violento y alcohólico, le acusaba una y otra vez de ello. Por esto es por lo que una noche de otoño, Claude, que así se llamaba, decidió huir al bosque.
Jeanne, preocupada porque pudiera pasarle algo, pensó en ir tras él, pero el ogro se lo prohibió alegando que ya volvería. Así que la muchacha tuvo que esperar a que se emborrachara, y entonces, cubriéndose el cabello con su pañuelo rojo y ensillando su caballo, salió del pueblo.
La luna, amarillenta como los ojos de un lobo, brillaba lúgubremente entre las raquíticas ramas de los árboles. En una rama baja, una lechuza observaba la noche con su apariencia sabia y tranquila.
Mientras cabalgaba por la senda abierta en el bosque, Jeanne escuchó un ululato. Furtivas sombras se escurrían por entre las raíces de los árboles como acechándola, al son de profundos rumores que ponían la carne de gallina. Cuanto más se adentraba en la foresta, mayor era la oscuridad que la rodeaba.
Cerca del corazón del bosque topó con alguien, pero no era Claude. Era un hombre desgreñado y vestido con harapos que había salido de manera siniestra de detrás de unos matorrales. Jeanne se fijó en un detalle de su apariencia: tenía las cejas juntas.
- ¿A dónde vas, niña?-preguntó el hombre, que en realidad era un preso fugado de la cárcel de Vichy.
Jeanne contestó sin ningún temor:
- Estoy buscando a un niño. Es mi hermano.
Hubo unos momentos de silencio y entonces el hombre, esbozando una sonrisa maliciosa, dijo:
- Te propongo un juego. Vamos los dos a por ese niño, y el que antes lo encuentre, se lo queda. ¿Qué te parece?.
La expresión del preso era espeluznante.
Jeanne decidió ignorarle y siguió adelante, pero ahora más deprisa que antes.....
Por su parte, el preso también se puso en marcha.
Pasaron horas, y Jeanne estaba cada vez más nerviosa, pensando que aquel hombre podía haber encontrado ya a Claude.
De repente, un débil sonido llegó a sus oídos. Preguntándose qué podía ser, se acercó más y más hacia él. Entonces lo oyó con total nitidez: era el llanto de un niño.
Emocionada y al mismo tiempo temerosa, continuó acercándose, y entonces lo vio, vio a Claude sentado contra un árbol llorando a moco tendido.
- Cariño, ven conmigo. Ven conmigo y te prometo que Padre jamás te volverá a hacer daño. Anda ven.
Al principio, el pequeño se mostró reacio, pero después de un rato cedió y montó en el caballo. Entonces emprendieron el camino de regreso.
Llevarían poco más de una hora cabalgando cuando Jeanne escuchó una voz familiar a sus espaldas.
- ¡Venid aquí, malditos!¡No te iba a dejar porque lo encontrases tú antes!¡Mejor dos siervos que uno!.
Jeanne, asustada al pensar que el preso les perseguía, azuzó la montura. De pronto se escuchó una voz de alto, y segundos después un disparo. Un ruido de desplome sonó detrás de Jeanne y su hermano. El preso había sido alcanzado por uno de los guardias que le perseguían.
Sintiendo cómo la congoja que albergaban empezaba a disiparse, dejaron atrás al infeliz y sus captores y, con el Sol ya saliendo por Oriente, volvieron a casa. Allí, descubrieron que el malvado padre había muerto de un ataque al corazón.
Lo celebraron con gran alegría y a partir de entonces los dos hermanos vivieron muy felices y dichosos.
F I N
Para evitar malentendidos diré que sí, que es una versión de "La Caperucita Roja".
No había notado lo de Caperucita. Me ha parecido una historia terrible y muy original. Inquietante el juego que propone el preso desquiciado y un final que te hace pensar en quién es el verdadero monstruo. Mi enhorabuena. Saludos.