“Nunca voy a olvidar ese castizo sabor de tus labios”; se dio media vuelta y cerró la puerta en mi cara, me dejó nadando en un mar de preguntas, de preguntas sin respuestas que hasta ahora nadie ha podido responder. Lo amaba con todos mis sentidos, lo sentía mas mío que el aire que hoy respiro, y cuando estaba con él todos mis problemas desaparecían, no había ya preocupaciones, solo me encontraba recostada junto a un joven utópicamente mío. Digo utópicamente porque al llegar el día debía irse, cada mañana salir temprano; no sé si iba a trabajar, a visitar a alguna otra mujer o simplemente escapaba de este mundo que, al parece, lo tenía extenuado. Se levantaba y besaba mi frente, besaba mi alma con ese beso tibio; cerraba la puerta, yo no me preocupaba pues sabía que en la noche, infaltable y puntualmente, escucharía el sonido de sus llaves al abrir la puerta, con su mano izquierda detrás de la espalda escondiendo un hermoso ramo de rosas blancas.
Si mal no recuerdo, ese día se despidió igual que siempre, y al llegar, sus llaves sonaron con los mismos acordes; esperaba las hipotéticas flores que esa noche no llegaron, esa noche y ninguna otra después de ese día. Trató de explicarme que no comería en casa, que no dormiría mas en nuestra cama y que todo debía terminar; entre palabras enmarañadas creí comprender lo que decía, pero cuando cerro la puerta y se fue, la soledad, enemiga del amor, entro como un huracán en mi corazón, alejando, cual hoja es arrastrada por el viento, todos los besos, las caricias y cada indicio que él había escrito en mi cuerpo.
Salí corriendo hacia aquella plaza, situada entre nuestros besos y el canto de los pájaros, llore desconsoladamente hasta que mis ojos se tornaron azules de soledad, azules de pena, azules de olvido. Miré hacia el cielo y la estrella del sur había desaparecido; me doble al rió, para beber de sus aguas, y al irme acercando, divise nebulosamente el reflejo de su cara en las cristalinas aguas; volví mi cabeza y vi lo que mis ojos aún no pueden olvidar. Del infame aromo, que en su época había sido sublime, pendía un cordel que sujetaba el desvanecido cuerpo de la razón de mí existir.
... hace llegar una extraña sensación al cuerpo, una intriga de querer saber más...más... y llega el final: triste, muy triste... pero una historia que merece la pena leerla. Enhorabuena (espero q no sea veridica) Un abrazo