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Categoría: Románticos

elultimopirata

Con el alma hecha jirones navegaba por inciertos mares. Su velamen, rasgado por duras tormentas, apenas sí flotaba. Aquel viejo bergantín que tantas crudas batallas había librado, mostraba su esqueleto de astillas. En cada una, una gota de sangre; y orgulloso de su noble compañía, hacía silvar a su paso el viento, todavía.

En el puente, se le podía ver feliz de su noble posesión.
Sus jarcias oxidadas, dejaban correr a duras penas aquellas cuerdas deshilachadas. Pero él, amaba el sonido de su rasgar, conocía el tintinear de cada uno de sus aparejos, se mecía cada noche con su vaivén mirando el oscuro cielo salpicado de brillantes estrellas. Y cada día que pasaba, se daba cuenta de que sus huesos corrían la misma suerte que su compañero.

Aquella mañana todo tenía un halo misterioso. Algo rondaba por su mente. Perezosos ratoncillos que se instalaron en su juventud y salían de vez en cuando a roer despiadadamente su pensamiento. La bruma le daba a todo ello un marco inexistente, como el margen de un papel donde mueren las palabras y no se puede ver más allá de él. Todo en calma. Una ráfaga de viento sopló tímidamente, provenía de estribor, y como tocado por una varita mágica, estalló. Todo su cuerpo empezó a hincharse alocadamente y recobró la vida.

De repente un fuerte sonido, un casco enorme rozó el suyo. Fantasmal aparición que hizo bambolearse el viejo bergantín de un lado a otro. Todo se convirtió en un frenético baile.

- ¡Todos arriba perros holagazanes, tenemos una fragata que pelar!- gritó con voz ronca.

Salieron de todos los rincones toda clase de despojos de la sociedad, filibusteros impacientes por llevarse una presa a la boca.

- ¡Cazar el bauprés y el trinquete, orientar las cangrejas a barlovento..., largar todo el aparejo, vamos..., sacar la boneta, el timón todo a babor!- sereno se dejaba la vida desde el puente de popa.

De aquel magullado barco que parecía sin vida, salieron aquellos sin nombre. Volaron como almas que lleva el diablo por cubierta, acatando sin rechistar cada una de las órdenes que se les imponía. Sólo con una mirada se les entendía, y todos al unísono le dieron la vida a LA DAMA BLANCA. Resucitando su dignidad y dejando atrás sus recuerdos, navegó ligero a la caza de aquella fragata.

Después de media hora de silenciosa navegación...

- ¡Preparad los garfios de abordaje! Entraremos por sotavento, abordaremos por estribor, ...parece despejado, con esta tenue bruma parece que no nos han visto. ¡Que Dios os tenga en su Gloria!

Esos hombres de mala reputación, se santiguaron al mismo tiempo. Todos hacinados en la bañera de aquel cascarón, al tiempo que con la otra mano aferraban fuertemente sus garfios y espadas con los que ganarse su cielo.

- ¡Al abordaje!

A esa voz, la siguieron una docena más de alaridos y una maraña de cabos salieron furiosos de LA DAMA BLANCA. Clavaron sus afilados espolones en la baranda y con un gran tirón acabaron de juntar los dos cascos, sus cuadernas crujían, y a los hombres de aquella fragata se les heló la sangre. Como podían, empuñaban sus armas sin apenas vestimenta, recibiendo duros golpes por parte de hombres que no conocían, se desplomaban por cubierta. En el suelo yacían unos y otros, mal heridos o muertos. Nadie se fijaba en ellos. Sólo había tiempo para ellos y para su más preciado tesoro en ese momento..., su vida.

Después de mil onomatopeyas, se oyeron caer las armas de los pocos que se tenían en pié, no había más por lo que luchar, aquello que transportaban no era más valioso que seguir en éste mundo.

Allí ensangrentado estaba él, de pie al frente de sus hombres, alzó su espada y haciendo el signo de la cruz confirmó su victoria.

- ¡Afianzad LA DAMA BLANCA!

Mientras que con los cabos hacían nudos imposibles, las caras de los derrotados tomaban un cariz especial después de escuchar aquel nombre. Alguno miraba atento el bergantín intentando creer lo que estaba viendo..., ¡eran piratas y estaban delante de LA DAMA BLANCA!

- ¡Querría hablar con quién gobierna ésta nave!- se dirigió a los vencidos.

- Yo soy el segundo de a bordo, el capitán de la fragata murió en la batalla.- Contestó un tipo todavía engalanado al cual se le podían adivinar dotes de mando-

- Bien, usted mismo me servirá. Creo que ya sabrá a que hemos venido y no nos gustaría perder el tiempo. Mis hombres están cansados, en cuanto acabemos, todos podremos descansar. ¿Dónde está la bodega y por supuesto, la valiosa carga que escoltan tan lustrosos cañones?

- Venga, acompáñeme...- dijo resignadamente el hombrecillo que no tendría más de cuatro lustros.

Mandó a los hombres cargar la nave de víveres y dejar lo justo para la subsistencia de sus semejantes.
Escogió dos hombres de confianza y siguieron al segundo de a bordo, accedieron por el puente de popa directamente al camarote del capitán y allí, bajo un asiento que hacía las veces de baúl, sacó un cofre.

- ¡Vive Dios! ¿Y todo esto es lo que lleváis? ¡Si me estáis engañando os pasaré a todos a cuchillo!- dijo en tono indignado.

- No, solo llevamos eso..., mas es muy valioso señor.

Nada más ver la cara del joven, supo que lo que decía era cierto, además, nunca habría pasado a aquellos hombres a cuchillo.

- Está bien, cargadlo en LA DAMA BLANCA y vámonos de aquí.

Una vez todos de vuelta a barco, desligaron tan enredadas ligaduras y partieron. El viejo velero se resentía de aquella aventura. Aunque cañón alguno se disparó en la batalla, el esfuerzo al que había sido sometido le llevaba a puerto. A descansar para siempre.

Y allí, sentado sobre la cubierta llena de cicatrices, con su espalda apoyada en el trinquete y el cofre entre las piernas..., dudó un momento en abrirlo, pero su cálida sangre no tardó en darle la señal "¡ábrelo!". Sus ojos se centraron en su interior, sus dedos apartaban hábilmente las joyas. Parecía que después de todo no estaba tan mal.
Y así, con la mente en otro mundo, pasaban por su mano los valiosos objetos hasta que el azar quiso que una fina cadena se enredara entre sus dedos.
La miró extrañado. Al final de ella, una pequeña medalla captaba toda su atención. ¡Si! ¡Era ella, la conocía!... Aquella que colgó de su cuello durante mucho tiempo y que un día arrancó de rabia, también mucho tiempo atrás, arrojándola tan lejos como le fué posible.

Una mala jugada de la vida la apartó de su lado, y en ese preciso momento, se deshizo de su pasado para vagar por los mares por toda una eternidad.

Tenía una tapa que sólo él y su amada conocían. Al apretar un oculto botón, un resorte dejó ver una vieja foto. Su rostro cambió de repente, era ella... la mujer que perdió años atrás y tanto había amado. Y entonces, al igual que a su viejo amigo, a él también le crujió el corazón. Su cuerpo se descompuso y ladeando su cabeza, la larga melena que había conseguido zafarse de sus ataduras le tapó el rostro. Una lágrima recorrió su agrietada tez, hasta llegar a parar a su mugrienta barba.
Muy cansado, se acurrucó en el suelo del viejo bergantín y allí durmió, junto a su DAMA BLANCA para siempre... el último pirata.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.78
  • Votos: 60
  • Envios: 1
  • Lecturas: 5634
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