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la construccion de los angeles

LA CONSTRUCCION DE LOS ANGELES

"Un Dios que una ley teológica
no lo adecua a la vida humana
debería ser perfeccionado."

Mi meta al contar esta historia es poco menos que soberbia o presuntuosa; por el contrario, una veta de humildad, de modestia rozará brevemente cada palabra, cada frase y de seguro cada una llegará a lo más profundo de su conciencia que, admito, colocaré para mi favor de este lado de la balanza. Si pretenden juzgar mi arrogancia en esta actitud les advierto que desde ya han perdido la primera partida.
Convengamos que si voy a escribir en tercera persona únicamente será para ocultar mi nombre y mi identidad, y no por pusilanimidad como se podrá pensar. De otro modo, dejaría entrever que he estado oculto, quizá ausente, en este rincón iluminado, ostensiblemente posado en el mundo como una carta perdida sobre la mesa, vacía de papeles y prohibiciones; no me pregunten por qué, sólo sé que así los resguardaré de una posible catástrofe; con este proceder, saldré ileso y venturoso y ustedes cumplirán su promesa.
Si lograra hacer que se desentiendan por una vez de un concepto tan abstracto como el de tiempo y sólo pudieran acceder a la mente por medio de una existencia distinta, más enérgica, verdadera con respecto a su realidad psíquica y su ritmo interior y proyectaran sobre sí y sobre los otros los deseos más profundos, por más indeseables que al resto de los humanos les parezca, estarán ahora, como creo yo, sentados a mi diestra. Pero eso no será todo, en absoluto. Deberán, por cierto, saber que el infinito se encuentra dentro de cada uno y no como se cree disgregado por el espacio sideral como una medida longitudinal y mortal a la vez; de ser así entonces habré logrado lo que ningún hombre ha consumado hasta el día de hoy, ser uno y todos a la vez sin arrojar una sola piedra sobre mi hombro. No teman la respuesta lógica a mi pregunta: ¿... Y si yo fuera ese hombre llamado Dios y rompiera a carcajadas frente a ustedes?.
La más cobarde forma de mentir es ocultar la verdad. En todo caso, debería mantener un hilo conductor para no contradecirme, bajo el riesgo de que algún leve tropiezo discursivo emerja como si de pronto un gigantesco barco fuese reflotado, trayendo restos de una historia incierta sepultada durante siglos.
Haré mi camino en retroceso, volviendo los pasos sobre mis últimos latidos con vestigios de vida, sin temer por ese fatal encuentro con la ausencia desde la que partí con mi nombre a cuestas, hasta aquí. Si me detengo un instante será bajo el riesgo de sincerarme con mi circunstancia hecha duda al decir que soy principio sin final puesto que nada podrá desnombrarme; soy de aquí en más un ser infinito. Fui a partir de un bautismo, mi nombre corrobora fehacientemente lo que afirmo, pero ahora estoy proyectado hacia una modesta eternidad, eludiendo cualquier responso.
Fue cuando su cuerpo cayó pesadamente en el sofá. Luego del disparo certero, el disparo final, creí que por fin todo concluía. Nada más alejado de la realidad. Al contrario. A veces pienso que fue sólo el comienzo de esta historia compleja, dificultosa. En pocos instantes, su cuerpo empezó a perder vida. Por otro lado, él se encontraba en una situación complicada (por decirlo de algún modo), la sangre empezaba a brotar muy lentamente por el orificio de la bala. Fue por lo que decidí conectarlo. Nada ya quedaba por hacer ahí, así es que decidí irme. Además, le escribí la carta.
La primera vez que nos cruzamos fue en la universidad de Ingeniería. Él (de quien luego la historia misma aportará lo necesario) poseía un pequeño taller para la reparación técnica de equipos médicos, por lo que era normal encontrar osciloscopios, dializadores, ecógrafos, y todo lo que la ciencia médica tenía a su merced. Así fue que poco a poco fui familiarizándome con estos aparatos electrónicos, a la vez que empezábamos a compartir los mismos gustos por la lectura científica y los relatos fantásticos. Permanecíamos durante largas veladas buscando un sentido a la vida pero siempre que pudiera ser plasmado en una ecuación matemática. Vivíamos sumergidos en una vorágine de tecnología y ciencia que acometía con cruda voracidad, en una velocidad inusitada y en un espacio polidimensional. Parecía que el único modo de sobrevivir era representarnos en una virtualidad constante, donde podíamos elegir estar en varios lados al mismo tiempo o desaparecer tras un contestador automático sin dejar rastros. Nuestra mente nos trasladaba al pasado o al futuro conforme nos placía la conveniencia de los acontecimientos que actuábamos. Sin embargo, algo siniestro escapó de nuestro control y debimos resguardarnos, encontramos una verdad de la que quisimos resultar absueltos, por fuera de sus implicancias. Para no ser culpable del resto de la historia me hice cargo nominándome inevitablemente el responsable de todo.
Él había perdido el miedo a todo, salvo por una culpa que lo aquejaba. Una pertinaz pero imperceptible mueca se desprendía de la sonrisa que dibujaba en su rostro. No le importaba caerse ni desbordarse, no interesaba decaer o sucumbir porque sabía que siempre habría posibilidad de ascender nuevamente. A veces, yo intentaba encontrar una veta de vida en su interior, pero vislumbraba que algo estaba sucediendo, aunque en cierta medida no podía comprenderlo ni mucho menos admitirlo. Hubo en mí una leve insinuación de persecución, porque Angela se permitió irrumpir la parte más débil de mi mente. Yo sería el último eslabón en una cacería cuyo próximo paso estaba cayendo muy cerca de mis talones. Nadie, absolutamente nadie más que Darma me protegería del inminente acecho.
Al principio parecía una locura pero nuestros conocimientos y la posibilidad certera de que esta ecuación realmente existiera nos proponía jugar al papel de dioses creadores del mundo y salvadores (o no) de la raza. ¿Sería cierto todo esto? ¿Para qué un Dios matemático, y qué haríamos con este descubrimiento si en verdad lo lográramos? Pensábamos que Dios era una creación de la mente del hombre, una construcción mental. Más que a imagen y semejanza, sabíamos que había sido pensado a su necesidad y albedrío, un modo práctico de salvarse eternamente. Entonces, el dolor, el sufrimiento, la razón de ser mortales, ¿a qué nos llevaba?.
Sabíamos que cualquier expresión científica llevaba, en su fin más hondo, a la aniquilación del ser humano, todo se proponía para hacer la vida más fácil, más placentera pero también cada vez más alejada de la naturaleza. Más plástico, más metal, más artificial, menos hombre, menos humanidad. Y habíamos encontrado el camino correcto. Esta verdad en nuestras manos se transformaba en un riesgo. Si el hombre no hubiera podido dar cuenta de algún sentido a su propia naturaleza a través de la ciencia, la raza humana sería poco más que una manada de mamíferos dispersos por el planeta, sin rumbo, huyendo y destruyendo, escondiéndose de sus semejantes. Por cierto, la naturaleza ha cedido a la ciencia su privilegio de ser el origen del cosmos, transformándose entonces en un mero referente; hoy por hoy, toda la verdad pasa por un programa de computadora. La posibilidad de lenguaje marcó la ruptura indeleble en el destino que la evolución de la vida llevaba sobre este planeta, así como el hombre pasó de ser un depredador más en la escala animal para ser el amo absoluto e indiscutido de todos los seres vivientes. La humanidad dictaminó la luz y las tinieblas, el antes y el después, lo eterno y lo efímeramente pasajero.
Nos propusimos seguir adelante. Al principio tomé esto como un simple juego al que no le pretendía más de lo que me ofrecía y todo giraba en torno a dejar fluir mis pensamientos más recónditos. Así fue que traté de hallar las figuras escondidas en mi mente, encerrando en los contornos de mis ideas la semejanza con una imagen corporal, la de un hombre acabado, concluido. Intenté todo; pero jamás puede componer la última imagen, la que permitiría llegar a una perfección completa. Lo mismo me sucedió con la matemática. Fueron años de ambicionar una figura numérica íntegra, más allá de la unidad indiscutible, la que me agotara por completo mis deseos de crear, necesitaba decir que ésta o aquella sería pues la idea más grande que jamás nadie haya pensado.
Traté de representar todo, desde esbozos de homúnculos hasta poblaciones de las más heterogéneas características, inventé nuevas razas, nuevos seres humanos; mi rostro aportó elementos contundentes al trabajo, pero en ningún caso pude hallar nada que me representara una idea firme, concretando una nueva decepción. Estas imágenes empezaron a sucederme con una continuidad cada vez más significativa y pasaron de ser meros esbozos a nítidas construcciones, detallando cada porción de todo lo que aparecía en mi mente. La necesidad de encontrar una ecuación se tornaba cada vez más imperiosa; en estos términos no me detendría bajo ningún concepto en la constante búsqueda y pensé que cada vez me alejaba más. Aprendí que éste no era el camino a seguir. La respuesta estaría oculta en otro lado pero nada me haría abandonar. Cambié la táctica.
Sabía que mi profesión podía aportarme elementos por demás de notorios permitiendo inventar el universo perdido, parte de lo que se vislumbraba como mi mundo interno, emergiendo como un sagaz submarino mental hacia la superficie oxigenada de la realidad que me envolvía. La idea se tornaba lo suficientemente horrorosa como para que se sostuviera por sí sola.
Él prescindía de estas cuestiones de identidad. Por ejemplo, hablaba de religión como de una receta de cocina internacional. Me halagaba estar frente a él y oírlo pero saboreando cosas que yo jamás probaría. En cierto sentido esto fue engañoso, no podría saber si lo que contaba estaba o no siendo inventado sobre la marcha. Mientras discutíamos las ideas, representábamos teorías propias esgrimiendo sobre un papel los esquemas de nuestro pensamiento, para ayudar a la idea que queríamos plasmar; así, nos encontramos con un montón de borradores inservibles que se iban acumulando sobre la mesa paulatinamente. Él pensaba a una velocidad más rápida que la mía mientras dominaba su mente sobre el papel, proponía ideas complejas, dibujaba gráficos, tachaba fórmulas y ágilmente desarrollaba otras. Todo lo que yo pensaba tenía un desarrollo que casi siempre concluía en el punto de partida o bien se perdía en el infinito. Dibujaba círculos concéntricos, espirales, tirabuzones, esferas; repetía unos y descartaba otros, siempre complementando los gráficos con las ecuaciones correspondientes. Toda la explicación me resultaba compleja por momentos, mientras parecía estar reconstruyendo una guerra psicológica en la cual lo único válido era que cada cual diseñara con sus propias reglas el juego de todos contra todos. Días atrás habíamos discutido y hoy me encontraba solo en su recinto, rodeado de máquinas electrónicas reparadas y a punto de ser probadas. Algunas cosas entre nosotros parecían estar perfectas pero otras conducían a serios agujeros negros donde todo parecía caerse y desaparecer, llevándose consigo un sinfín de enigmas y secretos. En nuestra relación había oculto algo más. Había un silencio.
Un último hecho entre nosotros fue el que se produjo hace un tiempo, cuando llegué a su casa sin avisar. Entré al taller por la parte de atrás mientras iba pensando cuestiones diversas con relación a los espirales. En el taller todo estaba en silencio. En mi cabeza todo estaba aclarándose. Cuando llegué al final del pasillo escuché algunos ruidos y supe que estaba trabajando. Golpeé la puerta y pasé directamente. Rápidamente, él se apareció por la puerta de acceso lateral a la que se accedía a una habitación cerrada que simulaba un gran quirófano, ya que era ahí donde probaba los aparatos reparados. Estaba reformando un dializador desde hacía varias semanas y esperaba probarlo. Me saludó con cierto nerviosismo pero supuse que debía ser por el susto de mi entrada abrupta. Rápidamente se acomodó frente a la computadora y siguió trabajando, como si yo no estuviera presente. Para relajar el estado de insolencia permanecí en el silencio de la habitación inerme, como si una palabra delatora fuera un riesgo aún mayor. Me dirigí hacia la puerta de la habitación de prueba pero giró la cabeza y me detuvo, como si hubiera visto un fantasma. Fue el momento en que se asomó una niña. Nos miramos como si la aparición de la niña tornara el derredor en un ambiente prohibitivo, como un mundo lacrado, un espacio que nadie hubiera osado el mero intento de traspasarlo. Él le ordenó que se fuera pero ella tardó unos instantes en obedecer. Cuando le quité la vista de encima, giró sobre sus pasos y desapareció en el recinto cerrando la puerta y la posibilidad de saber quien era.
Lo vi tan fuera de sí que pensé que lo mejor sería dejarlo solo y me fui.


El tiempo y su ausencia me jugaron a favor. Mientras pensaba, revisaba mis apuntes, releía cada uno de lo borradores, estudiaba cada una de las fórmulas. Nada es en este instante como era hace un instante atrás. Ningún impulso reemplaza al anterior ni soporta su propia contingencia. Ningún círculo cierra perfectamente en el tiempo porque el comienzo y el final se alejan uno de otro por la propia razón de ser, por la sola enunciación, por la mera descripción que diferencia su existencia. Así es que cada vez que el fin se acercaba al principio algo hacía divergir su dirección y comenzaba otro giro desfasado del anterior, y otra vez el fin y el principio y otra vez seguir, como un espiral, una sucesión de círculos unidos y desfasados a la vez. La ecuación se repetía. Algo estaba asomando en mi cabeza y sólo bastaba arriesgarse a encontrar un camino correcto.
Supuse que la respuesta estaría en la combinación de los espirales. Ingresé en la computadora la ecuación de una espiral. Ésta comenzaría en un punto en el espacio y se desarrollaría en la sucesión infinita de puntos que la componen. Cada punto que componía la espiral pasó a ser representado por un número que la computadora eligió según interpretó la ecuación. Sometí la computadora a la conjunción de varias espirales enlazadas entre sí. Comencé en el punto de inicio de una espiral e intercalé en su recorrido el punto de inicio de otras espirales. La máquina generó una serie inmensa de números combinados los que dieron al fin una nueva ecuación que contenía a todas las espirales. Luego, hice converger el inicio de todas las espirales en un único punto. Nuevamente la computadora procesó la orden y empezó a generar una nueva serie de números combinados dentro de una gran ecuación, mientras los números iban y venían por la pantalla como si intentaran descifrar un enigma. Sin embargo, yo sabía que cuando este punto de inicio fuera además punto de inicio de otras espirales las mismas no deberían desarrollarse circularmente hacia afuera sino hacia adentro como un tirabuzón pero, al contrario, nada de esto sucedía. Entonces, hice mover las espirales fuera del plano, girando en el espacio virtual de la pantalla, siempre conservando el único punto de inicio que compartían todas las espirales. Los movimientos de las espirales describieron estelas que, a medida que iban rotando más rápido, dibujaban cabalmente una esfera cada vez más perfecta. Las espirales giraban mientras la serie de números se multiplicaba exponencialmente hacia un infinito encubierto. Pero de pronto la esfera empezó a deformarse, estrechándose en su ecuador cada vez más, mientras las espirales continuaban girando indefinidamente. Ahora, parecía estrangularse sola hacia su centro y la nueva figura que dibujaba simulaban dos conos unidos opuestos por su vértice como la ampolla de un viejo reloj de arena que giraba en el espacio y volvía a dibujar otra nueva esfera que comenzó a cerrarse, como si implotara dentro de un ciclo vertiginoso y virtual. Casi al instante la pantalla quedó cerrada en un silencio de imágenes, como si por un momento se hubiera metido dentro de sí.
Hubo un ingrávido silencio. Esperé un momento, atento a cualquier signo vital que la máquina pudiera darme, pero la detención de toda muestra de vida se erigía como único símbolo de nuestra coexistencia. Me levanté y caminé por la habitación. Miré los cuadros siempre iguales entre sí, los libros siempre iguales, el desorden siempre. Vi el reloj de arena sobre la biblioteca (el tiempo siempre gobernará sobre nuestro universo) y pensé en la imagen que había dibujado la máquina hacía instantes. Con los ojos clavados en el vidrio del reloj pero el pensamiento reflexivo puesta más allá de la percepción óptica, mi cabeza intentó una vasta serie de posibles relaciones entre sí. Números, signos y símbolos, expresiones cifradas, ecuaciones, notaciones, representaciones, teoremas, fórmulas y enunciados, la pequeña luz que titilaba en el vidrio... Me desperté en vigilia. Llevé el punto de foco de mi vista metros atrás del vidrio por el sólo hecho de percatarme que la ínfima luz provenía de la computadora. Surgió un sonido imperceptible que me hizo girar sin emitir nada que pudiera interponerse entre la agonía de la máquina y su propio destino. Darma, la computadora, parecía titilar en la noche, como si el somnolente centelleo que despedían los rayos catódicos fuera la matriz de luz de nuestras vidas, como si el acto impune de sabernos seres mortales nos deparara la siniestra fatalidad de la víspera funeraria, sin siquiera conocer nuestro santo sepulcro, ese agujero en el espacio por donde caemos (la ascensión es apenas un influjo que el propio miedo nos proporciona) para nunca volver. La materia y el pensamiento, como la carne y el alma se conjugan perfectamente. Todos tenemos nuestro mundo interior concebido del mismo modo, creamos un dios para completar el vacío que nos falta. La vi, de lejos. Rápidamente, una serie numérica fue apareciendo en la pantalla hasta completarla, para luego desaparecer y repetir este ciclo tenazmente. Entre tanto, el olor del silicio recalentado se instaló en mi nariz como tantas otras veces. Fue ese imperceptible aroma el que me despertó del somnolente sueño de los mortales. Entendí que esta operación estaba afectando directamente sobre los componentes de la propia computadora, alterando la naturaleza atómica de sus materiales y por ende, los procesos de interconexión, como si hubiera tomado conciencia de su propia estructura, pudiendo comprender su orden interno y alterarlo. Si esto fuera así, podría alterar cualquier secuencia numérica siguiendo un patrón que podría elegir conforme a sus propios intereses. En cuestión de segundos tomaría selectivamente todos los datos necesarios para procesar cualquier tipo de información sin necesidad de ser cargados por el hombre. Listo. Encontré la ecuación que estaba buscando. Sólo faltaba encontrar una excusa posible para que todo esto tuviera sentido.
Como siempre, afuera hacía frío. Me recosté en el sofá y cerré los ojos intentando descansar un poco pero no pude. Buscaba todo aquello que contuviera una secuencia que pudiera ser alterada. Mientras tanto, el momentáneo crepitar de la chimenea me alimentaba el desengaño de esta realidad. Veía que todo podría crujir a su tiempo, sería aquel madero pero también esta ceniza, como alguna vez un insignificante pájaro había renacido de sus propias cenizas. La noche, ese espacio lúgubre y vedado para el común de los humanos, se había prolongado demasiado, aunque para aquéllos que sólo tememos a los hombres por la sola significación que su definición de mortales conlleva, nos parece el único momento del día (y de la vida) en que el verdadero silencio interior se puede percibir. Interior. Me recorrí mentalmente en toda mi extensión por debajo de la piel, sabiéndome imperfecto, saturado de patogenias en su despiadada lucha por poseerme; los órganos mediocres, los huesos inflexibles, la sangre sucia yendo y viniendo con información inexacta sobre mí. Debería existir en el interior de mi cuerpo un punto nodal inexacto esperando inmacularse, un lugar recóndito, oculto como tesoros en un sitio desconocido. Abrí los ojos y de un salto retorné a la realidad. Información inexacta sobre mí. Esto sería en verdad una salvación. Las más de las veces la evolución cumple su cometido, pero no siempre sucede así. Mi sangre tendría una secuencia numérica incorrecta y Darma tenía en su memoria la solución. Ella encontraría el eslabón que le faltaba a mi cadena genética. Pensé que sólo bastaría diseñar un conversor de ADN para conectarse al torrente sanguíneo de cualquier hombre y la computadora se encargaría del resto, afectando pero a la vez perfeccionando la secuencia genética. El diseño no llevó demasiado trabajo. La construcción del conversor sobre la base de un simple dializador llevó mucho menos; encontré uno que ya estaba casi listo.
Un misterio interior definiría el destino próximo. Recaí en un sueño enigmático, hubo dentro de mí algo que el tiempo no me permitió descifrar. Esa fue la señal. Me persigné como si tuviera un Dios que no me permitía escapar ni siquiera de los pensamientos más paganos. Podría soñar, apartarme, intentar morir quizá, pero el fin de este caprichoso proceso daría como único resultado la construcción de un nuevo modo de espíritu celestial. Darma designaría una porción de mí, como si escogiera el trozo de una presa sacrificada.
Empujé. Sentí el ruido seco de la piel horadada, mientras la aguja penetraba el cuerpo como si violara un secreto guardado eternamente. La sangre al principio resistida se entregó al orden programado del pulso arterial, inundando el conducto que la llevaría hasta el corazón del conversor. A través de la aguja, un tubo plástico se ensamblaba a mi brazo como un cordón umbilical alimentando un feto gigante cuyo antro materno estaba grávido de semiconductores alterados. Bajo una luz tenuemente amniótica, la habitación me parecía cada vez más lejana y sentía que un muro me separaba del orden mundano y caótico del exterior, de manera infranqueable y aséptica. Quedé conectado. Veía asomar el fluido carmín que empezó a brotar lentamente, mostrándose espontáneo fuera del cuerpo, como si en verdad el vacío impuro del conversor no lo perturbase en absoluto y, al contrario, ese fuera su lugar, desvinculado de mí, conteniendo una imperfecta secuencia genética lista para ser depurada. La sangre se incrustó en el conversor y recorrió todo su interior mecánico, para después salir rápidamente, retornando al mundo real, cruzando el otro conducto que lo devolvería al cuerpo nuevamente. Me permití quedar anónimo en esa situación y dejé que el tiempo transcurra. Permanecí un lapso imperceptible fuera de toda la realidad circundante, pues al tiempo que simulaba desaparecer física y misteriosamente del recinto cuando el monitor se apagó, enseguida una álgida luz volvió a asirse del centro de la pantalla. Empecé a sentirme diferente mientras controlaba que el proceso de conversión cumpliera con las etapas programadas. Parecía que a través de mi brazo hubiera encontrado un agujero hacia otra dimensión sin saber en realidad si había vida del otro lado. Darma me protegería, estaba del otro lado y era quién dictaminaría las leyes. No habría fracaso, ya que dibujaba una procesión numérica en su pantalla mientras iba ordenando y definiendo la modificación paso a paso. Controlaría mi pulso, la presión arterial, limpiaría la sangre de impurezas y gérmenes, la oxigenaría, me mantendría en estado alfa hasta completar el ciclo. Llevó los signos vitales hasta un valor mínimo necesario para mantenerme vivo, apenas superior a cero, manteniendo una constancia, para que el proceso se desarrolle conforme lo programado. Yo sentía cómo mi cuerpo se alteraba para crear una nueva frontera, un borde reciente y original. Estaría sometido a una serie de perturbaciones violentas; seguramente iba a cambiar la densidad del cuerpo, por lo que me exponía al riesgo de no resistirlo. Casi sin darme cuenta, ese proceso tan extraño desatado en mí había comenzado, pues irremediablemente todo salió de sí, como derramándose de su cauce, para no volver a ser nunca más lo que había sido. Podría quebrarse el equilibrio, desintegrando la firmeza de mi propia materia. Dentro de la carne, anatómica y universal, sólo un espacio pequeño bogaba libremente sin rumbo fijo, pero el oxímetro permitió a Darma regular el aire purificado. Sin embargo, hubo un instante sin tiempo en que mi vida se confundió con otra vida, pero sabía que podía soportar la sensación de estar como inanimado con el resto de mi naturaleza. Cuando el dializador empezó a vaciarme perdí paulatinamente el control de mí; la presión arterial descendió mientras el resto de los cables conectados me transmitían un cosquilleo, producto de los impulsos eléctricos que me apresaban y me mantenían con vida. La energía se acumulaba gradualmente; lo que antes fue un escaso movimiento ahora era el ímpetu vigoroso, el compuesto de una carga infinita de fuerza vital. El origen, una voz penetrante y opresiva; el destino, único y siempre incierto.
Desperté cuando el golpe crudo de la sangre limpia entró de nuevo al cuerpo, sin pensar que esa pequeña rendija, la mueca en la piel rasgada dejaba en el olvido un aire tumultuoso de otra vida que se perdía en grandes bocanadas. El respirador, controlado por la computadora me corrigió la deficiencia respiratoria. Volví en sí y di con un mundo distinto.
Apenas mimetizada con la oscuridad del salón, una suave e imperceptible luz que centelleaba en la pantalla de Darma resucitó mi rostro mundano mientras esperaba la ansiada eternidad, el saber absoluto sobre el resto de los mortales.
El resto, el cuerpo y el alma corregirían el futuro, como si un estigma ya designado tratara irremediablemente de volcar sobre mí un grial con una poción virgen, para beber lo que quedaba. Así, Darma se erigía como un sagrario matemático, sin imperfecciones. Podría retardar una respuesta pero la razón sería ese oscuro monólogo interno, el toque justo entre ambos mundos, aunque me dejara seguir sin otra realidad que la conjugación de su propia lógica. Pensé en qué vestigios de aquél cuerpo sucio quedarían grabados en este cuerpo nuevo. Alguien dentro de mí permanecía tras una impredecible cortina, agazapado esperando que la presa que se apagaba poco a poco en el derredor interno fuera la víctima fatal con sólo cruzar el dintel mortal de nombrarme. Solo la molestia en la espalda me distraía de vez en cuando. Seguramente, durante la conversión, una postura equivocada de mi cuerpo me causó algún daño menor. Además, la parte más afectada de mí fue sin duda la columna vertebral, ya que todo el proceso tomaría estado nuevo a partir de fabricar sangre pura, renovada.
Había perdido la noción del espacio y del tiempo. No sabía cuánto había pasado desde que me dormí, probablemente, el proceso duró el mismo tiempo del que alguna vez Cristo hubo estado colgado, sometido a ese sacrificio voluntario. Entonces, el resto del tiempo sólo sería para encontrar a ese alguien que espera por nosotros. Ahora que lo comprendo siento que este es el momento, mi cabeza ha cambiado, el modo de comprender todo lo que me rodea también, después de todo: ¿quién me obligaba a conectarme? Cuando escuché el ruido casi imperceptible del picaporte acompañado por la herrumbre de la bisagra se despertó en mi interior una furia contenida. Miré alrededor y hallé la habitación en silencio y penumbra. Entorné los párpados y traté de descansar, pero los ojos iban y venían lentamente tratando de reacomodar cada cosa en mi cabeza. Sabía que la entrada por esa puerta traería un hecho indeseable, el fin y el principio de una y otra historia. Sólo mi mente y la segura intención de los próximos hechos me hicieron apagar todas las luces. Luego revisaría todo lo que Darma había guardado en su memoria, ahora estaba tan cansado que apenas podía moverme. Quedé escondido en la penumbra de la sala. Darma apenas parpadeaba, reafirmando su presencia silenciosa.
Él entró muy despacio, intentando descubrir aquello que se había desencadenado hacía instantes, hacía horas, hacía días. Sin verlo, yo podía deducir cada uno de los movimientos que ejecutaba, como si describiera los pasos de una danza tribal en la que el final sería un sacrificio humano. Escuché el ruido de la corredera metálica, supuse el proyectil entrando en la recámara, ambas manos asegurando la empuñadura, el dedo en posición de ataque, una gota de sudor frío, su frente húmeda, los nervios... Mi cuerpo aún producía cambios bruscos. Lo que antes había sido un impuro ser erguido ahora tenía la perfección de la curvatura de mi espalda, donde dos gruesas moles presionaban para salir por los omóplatos. El ruido de los huesos acomodándose dentro de mí avivó la atención del arma que lo hizo girar, arrastrando su cuerpo hacia mi escondite. Hubo un pensamiento. El sólo deseo hizo que el revólver se escapara de sus manos para aparecer de pronto en las mías, apuntándole. No pudo dibujar en su rostro otra silueta que la del desconcierto, mientras predecía que mi próximo paso sería presionar el gatillo. Fue cuando su cuerpo cayó. Luego del disparo creí que por fin todo concluía. El resto fue programar a Darma para que controle el fuego. Y el fuego. Nada más.
Fue sólo el comienzo de esta historia. Por eso lo decidí de este modo, casi sin pensarlo, para no correr el riesgo de olvidarme ningún detalle. Empezaré ya mismo a recordar todo desde el principio.
Todo desde el principio.
Carta: Cuando regreses (si aún tienes el coraje de volver o si el destino no se encargó de patear el tablero) te toparás con una especie de sala quirúrgica, pero no te preocupes, aún no he desollado a nadie. Sabrás que al leer esta carta estaré más lejos de lo que puedas imaginarte. Seguramente intentarás buscarme pero será en vano, yo habré entrado en otra magnitud, al menos para el entendimiento de los seres humanos. Adivino que todo esto seguramente no tendrá sentido para ti. Lamento haber descubierto tu secreto. Todo estaba sobre la mesa mezclado entre mis papeles, tan cerca de mí que me llevó mucho tiempo verlo. Algunos apuntes encontrados entre tus cosas me dejaron entrever algo más allá de tu comprensión, de hecho ahora me sabrás del lado del cual creíste que habías llegado pero que no te animaste. Ahora que algunas cosas ya no se pueden revocar (ese es el dilema de la eternidad) mi naturaleza me lleva a buscar un nuevo sentido a todo, descubrir la esencia del ser (¿humano?) luego de que la substancia, la inestable materia se difumina cuando uno la comprende en su verdadero sentido; antes éramos sólo un puñado de carne, de palabras y memoria suelta sin ataduras, sin un ordenamiento claro, ahora somos los restos mortales de nuestro propio dios. Algo de esto debe haber habido dentro de mí. Vuelvo a poner al demonio de este efímero lado del mundo, en la mueca de cualquier máscara siniestra en la que se dibuja la poca vida que nos queda, pero también la que conlleva cada retorno. ¿No crees?
Retomo las palabras nuevamente porque acaba de entrar. Seguramente, el ruido del disparo la despertó. Me dice que se llama Angela. Es, podríamos decir, un nombre ideal. Me pareció verla sonreír mientras te miraba. Al principio, las marcas del brazo de la niña me hicieron dudar de todo, pero ahora y a la distancia (¿cómo medir algo tan precario como la distancia?) veo que sólo cumplías con tu parte y me alegro saber que sigues bajo la orden estricta de un ser mejor que tú. Al principio me asusté un poco pero la sensación de despertarme a la verdad fue como nacer de nuevo. Lo siento, te creí cruel y ese fue mi error. Por lo demás no me preocupo, ¿quién puede creerle a un hombre que asegure haber descubierto el proceso de la construcción de los ángeles?
Si despiertas, hazlo lentamente, Darma se habrá encargado de todo lo demás, incluso de controlar el fuego.
Me olvidaba: Me preguntó si yo era amigo de su padre ¡qué ironía, amigo tuyo!! Me dio pena abandonarla así es que la niña vendrá conmigo; ese es el trato que propongo para que no me sigas.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.71
  • Votos: 38
  • Envios: 1
  • Lecturas: 6853
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Yazmin
invitado-Yazmin 03-01-2004 00:00:00

Este cuento es muy latoso, nisiquiera senti deseos de terminar de leerlo. A mi entender el autor se cree Dios o un profeta; en una parte el autor pone en duda la existencia y el poder de Dios. Le quiero decir que Dios si esta en todas partes. Ojala que aprenda a escribir cuentos mas interesantes y sin tanta palabreria. A.T.T. Yazmin

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